En el encuentro que tuvo hace pocos días con Barack Obama, el papa Francisco no ha callado sobre lo que divide a la administración estadounidense respecto a la Iglesia de ese país, sobre cuestiones candentes como "los derechos a la libertad religiosa, a la vida y a la objeción de conciencia". Y lo hizo resaltar en el comunicado emitido al término del coloquio.

Jorge Mario Bergoglio no ama la confrontación directa y pública con los poderosos del mundo. Deja actuar a los episcopados locales. Pero no le hace sombra al propio disenso y tiende a señalar su propio distanciamiento. En la foto de los encuentros oficiales se pone en pose con el rostro rígido, a pesar de las exageradas sonrisas del socio de turno, en este caso el jefe de la máxima potencia mundial.

No podría obrar de otro modo, dado el juicio radicalmente crítico que el papa Francisco alimenta dentro de sí, respecto a los actuales poderes mundanos.
Es un juicio que él jamás ha explicitado en forma completa. Pero lo ha hecho fulgurar muchas veces, por ejemplo, con su frecuente referencia al diablo como gran adversario de la presencia cristiana en el mundo, al que ve obrando detrás de la pantalla de los poderes políticos y económicos. O bien cuando se lanza – como en la homilía del 18 de noviembre de 2013 – contra el “pensamiento único” que quiere subyugar a toda la humanidad, también al precio de “sacrificios humanos”, con numerosas “leyes que lo protegen”.

Bergoglio no es un pensador original. Uno de sus parámetros de referencia, al que remite no pocas veces, es la novela apocalíptica "El señor del mundo", de Robert Hugh Benson, un convertido a comienzos del siglo XX, hijo de un arzobispo anglicano de Canterbury.

Pero en el origen del juicio de Bergoglio sobre el mundo de hoy está sobre todo un filósofo.

Su nombre es Alberto Methol Ferré. Uruguayo de Montevideo, atravesaba con frecuencia el Río de la Plata para ir a Buenos Aires y encontrarse con su amigo arzobispo. Falleció a los ochenta años de edad, en el 2009. Pero se ha reimpreso en Argentina y ahora también en Italia un libro-entrevista suyo del año 2007, que es de importancia capital para comprender no sólo su visión del mundo, sino también la de su amigo que luego se convirtió en Papa:

Alberto Methol Ferré, Alver Metalli, "El Papa y el filósofo", Editorial Biblos, Buenos Aires, 2013

Al presentar la primera edición de este libro en Buenos Aires, Bergoglio lo elogió como un texto "de honda metafísica". Y en el 2011, en el prefacio a otro libro de un gran amigo de ambos – Guzmán Carriquiry Lecour, uruguayo, secretario de la Pontificia Comisión para América latina, el laico de más alto grado en el Vaticano – también Bergoglio tributó su reconocimiento al "genial pensador rioplatense" por haber puesto al descubierto la nueva ideología dominante, luego de la caída de los ateísmos mesiánicos de inspiración marxista.

Es la ideología que Methol Ferrè llamaba "ateísmo libertino", y que Bergoglio describía de esta manera:

"El ateísmo hedonista, junto a sus ´complementos del alma´ neognósticos, se ha transformado en vigencia cultural dominante, con proyección y difusión globales, convertido en atmósfera del tiempo que vivimos, en nuevo ´opio del pueblo´. El ´pensamiento único´, además de ser social y políticamente totalitario, tiene estructura gnóstica: no es humano; reedita las variadas formas de racionalismo absolutista con que culturalmente se expresa el hedonismo nihilista al que se refiere Methol Ferré. Campea el ´teísmo spray´, un teísmo difuso, sin encarnación histórica; a lo más creador del ecumenismo masónico".

En el libro-entrevista que ahora ha sido reimpreso, Methol Ferré sostiene que el nuevo ateísmo "ha cambiado radicalmente de figura. No es mesiánico sino libertino; no es revolucionario en sentido social sino cómplice del statu quo; no se interesa por la justicia sino por todo lo que permite cultivar un hedonismo radical. No es aristocrático, pero se transformó en un fenómeno de masas".

Pero quizás el elemento más interesante de Methol Ferré está en la respuesta que él da al desafío planteado por el nuevo pensamiento hegemónico:

"Así fue con la Reforma protestante, así fue con el Iluminismo secular, y luego con el marxismo mesiánico. Podríamos decir que se vence a un enemigo asumiendo lo mejor de sus intuiciones y yendo más allá de ellas".

¿Y cuál es a su juicio la verdad del ateísmo libertino?

"La verdad del ateísmo libertino es la percepción de que la existencia tiene un íntimo destino de gozo, que la vida misma está hecha para una satisfacción. En otras palabras: el núcleo profundo del ateísmo libertino es una necesidad recóndita de belleza".

Es cierto, el ateísmo libertino "pervierte" la belleza, porque la "divorcia de la verdad y del bien, de la justicia". Pero – advierte Methol Ferré – "no se puede rescatar el núcleo de verdad del ateísmo libertino con argumentos o con una dialéctica; y menos aún con prohibiciones, disparando alarmas o dictando reglas abstractas. El ateísmo libertino no es una ideología; es una práctica. A una práctica es necesario oponer otra práctica; una práctica autoconsciente, se entiende, es decir, intelectualmente preparada. Históricamente la Iglesia es el único sujeto presente en la escena del mundo contemporáneo que puede hacer frente al ateísmo libertino. Para mí, sólo la Iglesia es verdaderamente posmoderna".

Es impresionante la sintonía entre esta visión de Methol Ferré y el pontificado de su discípulo Bergoglio, con su rechazo “de la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se imponen con insistencia” y con su insistencia en una Iglesia capaz de “hacer arder el corazón”, de curar todo tipo de enfermedad y de herida, de retribuir felicidad.

Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina