Obstinadas, y no menos infundadas, acusaciones del Comité de Derechos Humanos de la ONU a la Iglesia católica respecto a los abusos sexuales cometidos por algunos de sus miembros “que operan bajo la autoridad de la Santa Sede”. El informe difamatorio de la Comisión sobre los Derechos del Niño acusa a la Santa Sede de “explotación abusiva” e “impunidad de los perpetradores”, así como de mantener un “código de silencio” que evidenciaría su resistencia a la ley civil. Y lo que es peor, se ha sacrificado el interés superior de los niños a la buena reputación de la Iglesia.

En otros términos, la ONU incrimina a la Iglesia por vivir en la externalidad del bien y del mal, ajena a la responsabilidad y la culpabilidad de los actos obscenos de sus ministros, sin imputar las penas al malhechor.

Cuando Edipo se ensarta los ojos, después de darse cuenta de sus acciones cometidas, se revela una irrefutable experiencia de la conciencia: existe el bien y el mal, la falta de reconocimiento de la culpa sólo podría remitirnos a un hombre espiritualmente enfermo.
La Iglesia no ha traicionado a la verdad, antes bien ha sido capaz a lo largo de la historia de atestiguar la capacidad de verdad del hombre como límite de todo poder humano. Benedicto XVI escribió una “Carta pastoral a los católicos de Irlanda” en el año 2010, invitando a la conversión a la Iglesia con motivo de los abusos de niños y jóvenes indefensos por parte de miembros de la Iglesia. A los sacerdotes y religiosos que abusaron de niños les recordó la traición y la necesidad de responder ante Dios y los tribunales. Entre los años 2011 y 2012 destituyó a 400 sacerdotes por la misma causa, según un documento elaborado precisamente para defenderse de las acusaciones de la ONU.

Apenas dos semanas después de que el arzobispo Silvano Tomasi acudiese a Ginebra para declarar ante la comisión, reconociendo la gravedad de los hechos y afirmando haber realizado cambios en la protección de niños difíciles de encontrar al mismo nivel en otras instituciones o Estados, lejos de buscar justicia, la respuesta de la ONU asume el rostro de un odio inveterado hacia la Iglesia, siendo la pederastia un pretexto más donde, como afirmara Chesterton, todas las cosas de las que los enemigos encuentran culpable de algo a la Iglesia se encuentran multiplicadas de una forma degradada en ellos.

No se puede juzgar a la Iglesia desde el paradigma ilustrado. El maximalismo de la ONU, tachando de institución corrupta a la Iglesia, y con la pretensión de indebidas injerencias en sus enseñanzas sobre la dignidad de la persona y el ejercicio de la libertad religiosa, descalifica a sus altos funcionarios, acostumbrados a tener entre sus objetivos la desestabilización de la familia tradicional y la falta de protección a la vida, la hostilidad y la insidia hacia la Iglesia desde un peligroso laicismo, portador de la degradación y el descrédito del catolicismo.

El papa Francisco, libre de momento, a diferencia de su predecesor, de campañas difamatorias, está determinado a continuar con la reforma que ya comenzó a realizar Benedicto XVI. Tomás Moro tenía un objetivo claro en su libro Utopía: avergonzar a los cristianos para que no se comportasen peor que los pobres paganos.

Esta crítica a la perversidad moral es de idéntica naturaleza a la pronunciada por el papa Francisco recientemente, considerando “una vergüenza” para la Iglesia los escándalos por abusos sexuales cometidos por religiosos que, lejos de tener una relación con Dios, sólo disponían de una relación de poder en la Iglesia. Cuando el santuario de la conciencia es desacralizado se destierra la responsabilidad frente al Otro, emerge el individualismo y la búsqueda ilimitada de placer y de poder, sin sentirse ya corresponsable del otro.

Aunque pierda el sentido de la obligación que me exige abstenerme de actos deshonestos, no pierdo el sentido de que tales actos son una ofensa a mi propia naturaleza moral; aunque pierda el sentido de la deformidad moral, no por ello perderé el sentido de que semejantes actos están no sólo prohibidos sino que exigen la reprobación y las penas adecuadas. En el hombre está presente de modo inevitable la verdad; abrirse a la voz de la verdad y sus exigencias es el camino elegido y emprendido ya, a pesar del dedo acusador de la ONU hacia la Iglesia.

Roberto Esteban Duque
Teólogo