Las relaciones de Carlomagno con los tres Papas con los que convivió durante su largo reinado (768-814 como rey de los francos, además emperador desde 800) fueron siempre cordiales y fructíferas, en el marco de una permanente “alianza entre al trono y el altar”, ya que el rey franco puso siempre su poderoso ejército al servicio de la Santa Sede como su “brazo armado”. Naturalmente, con uno de esos tres Papas se llevó mejor que con los otros. Y, obviamente, con otro de ellos, peor. Vamos a ver por qué.


Con el Papa que tuvo peor relación fue con Esteban III (768-772), que era el sucesor de San Pedro cuando Carlos accedió al trono de los francos.

El Papa estaba quejoso porque su enemigo el rey de Lombardía, Desiderio, atacaba frecuentemente sus posesiones territoriales e incluso amenazaba con apoderarse de Roma. Entretanto, Carlos y su hermano Carlomán, reyes de los francos, por consejo de su madre, la reina Bertrade de Laon, se iban a casar con hijas de Desiderio, estableciendo con el lombardo una fuerte alianza familiar.

Por ello, Esteban III dirigió a ambos reyes francos una admonitoria carta cuyo párrafo más expresivo decía así:
“Ha llegado a nuestros oídos algo a lo que no podemos referirnos sin que nos duela el corazón y es que Desiderio, rey de los lombardos, intenta convencer a Vuestras Excelencias de que vosotros deberíais uniros en matrimonio a hijas suyas. Si tal cosa es cierta, es una verdadera sugerencia del diablo….Resultaría una insensatez que vosotros, excelentísimos hijos e ilustres francos, quedarais contaminados con esta raza traicionera y pestilente de los lombardos, los cuales no están citados entre las naciones, salvo por ser la tribu de la que han surgido los leprosos”.

El lenguaje áspero de esa carta, su rigurosa argumentación y el tono angustioso que la impregnaba mostraban que, cuando Esteban III la redactó, tenía ya la convicción de que un serio peligro le acechaba.

Efectivamente, el Papa tenía derecho a exigir fidelidad a los reyes de los francos, según el solemne compromiso que el rey Pepín el Breve firmó con la Santa Sede. Por ello, el rey Carlos estaba decidido, a pesar de todo, a mantener la alianza entre el trono y el altar para lo que era preciso que repudiase a su bella y querida esposa Desiderata, lo que finalmente llevó a cabo, y que acudiese con su ejército a socorrer a Esteban III, lo que también acabó haciendo.


En cambio, con el Papa con el que Carlomagno tuvo mejor relación fue con el débil y servicial León III (795-816), que fue elegido tras el fallecimiento de Adriano I en 795, porque favoreció las aspiraciones imperiales del rey de los francos, ya que ese sumo pontífice no tenía ni el prestigio ni la fuerte personalidad de Adriano I.

Poco después de ser elegido Papa le envió un legado suyo que le entregó las llaves de la Confesión de San Pedro y el estandarte de la Ciudad Eterna, transmitiéndole el deseo del Papa de que le mandase un embajador suyo con poderes para recibir en su nombre, bajo juramento, la fidelidad y la sumisión del pueblo romano como patricio suyo que era.

León III tenía una función exclusivamente sacerdotal y a Carlos le correspondía el gobierno de la Cristiandad.
León III aceptó gustosamente las directrices del rey de los francos y subordinó el Papado a su suprema realeza, tal como mandó poner de manifiesto en el mosaico del Triclinium, que fue expuesto en su palacio de Letrán.

Finalmente, León III coronó a Carlomagno como emperador. En efecto, en la fiesta de la Navidad del año 800, primer día del año, se celebró en el Vaticano la ceremonia de la coronación imperial. Además, al terminar la ceremonia, León III consagró como rey al príncipe Carlos, el hijo mayor y principal heredero de Carlomagno.


En cuanto a la relación que existió entre el papa Adriano I (772-795) y el emperador franco fue cordial, respetuosa y equilibrada, como dos grandes poderes que debían cooperar para el bienestar y la salvación de los cristianos. En enero del año 772 murió el papa Esteban III lo que, paradójicamente, fue acogido festivamente por los romanos, que odiaban al sumo pontífice por su cobardía y por considerarlo culpable de que el lombardo rey Desiderio hubiese invadido Roma.

La elección del aristócrata romano Adriano I como nuevo sucesor de San Pedro fue, en cambio, bienvenida porque era un clérigo piadoso y caritativo, contrario a la ocupación lombarda. Este Papa era un personaje romano muy querido por sus conciudadanos y había ido ascendiendo sucesivamente los diversos grados de la jerarquía eclesiástica. También se había dedicado intensamente a restaurar y a embellecer las iglesias.

Adriano I exigió a Carlomagno que confirmase su compromiso de fomentar la fe católica y proseguir su alianza de paz con el Papado como brazo armado de Roma y defensor de la Santa Iglesia, lo que el rey de los francos confirmó gustosamente.

En definitiva, la relación entre Adriano I y Carlomagno fue tan respetuosa como fructífera entre ambos soberanos, porque el Papa se beneficiaba de la protección de los francos que le aportaban seguridad, paz y ¡dominios pontificios!, aunque no tantos como él quisiera. En contrapartida, el Sumo Pontífice aceptaba y compartía las aspiraciones políticas del rey de los francos e incluso cooperaba con él en el gobierno de Lombardía y de otros territorios de la península itálica.

Joaquín Javaloys es autor de Carlomagno. El carismático fundador de Europa