Como si de una ley inscrita en la naturaleza se tratara, a los momentos de reconocimiento y éxito que el Sucesor de Pedro alcanza según lo humano, le siguen acometidas brutales de los diversos poderes del mundo. Ha sucedido ya cientos de veces, y sucedía de nuevo el pasado fin de semana a cuenta de un párrafo de su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Desde luego que existen muchos factores: la existencia de temas-tabú prohibidos por la cultura dominante; el virus anticatólico, que como dice el escritor Pieter Viereck es como el antisemitismo de los intelectuales"; ¿y por qué no reconocerlo?, la falta de una adecuada y previsora presentación de los textos del Santo Padre, que prevenga (al menos en cierta medida) el corta-pega malintencionado y las previsibles manipulaciones.

Lo cierto es que tras las portadas del apogeo twittero (ya superan los dos millones los followers de la cuenta Pontifex) que tanto han molestado a los exquisitos de la izquierda y la derecha, ha llegado el martillazo mediático. Lo grotesco tiende al infinito cuando se trata de atacar al Papa, al que se presenta como un guerrero embarcado en una cruzada contra los homosexuales. Menos mal que un medio tan poco sospechoso como el británico The Guardian nos ha explicado que, desde luego, el Papa sigue siendo católico (se entiende que siga sosteniendo la doctrina de la Iglesia) pero en ningún caso ha dicho que los homosexuales sean un peligro para la humanidad. Gracias.

El párrafo de la discordia dice exactamente que "la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad". Más adelante señala que la Iglesia no plantea este y otros principios como verdades de fe, sino que considera que están inscritos en la naturaleza humana y se pueden conocer por la razón". Y explica la acción de la Iglesia (tan esforzada como mal recibida) porque cuando se niegan o no se comprenden estos principios, se inflinge una herida grave a la justicia, que junto a la verdad y la libertad, es el fundamento de la verdadera paz.

De hecho, me parece que el núcleo del Mensaje se encuentra en la afirmación de que "una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios". Me parece escuchar en las diversas redacciones de nuestro mundo aquel runrun que hubo de escuchar más de una vez Jesús: demasiado duro es este lenguaje.

Benedicto XVI señala como un daño a la justicia la equiparación entre el matrimonio y otro tipo de uniones, pero en ningún caso juzga la conciencia ni el corazón de nadie, tampoco de las personas homosexuales que nunca son mencionadas en el Mensaje. Por cierto, lo que el Papa sostiene es exactamente lo mismo que han dicho hasta la saciedad los obispos españoles, los franceses ante la Ley Hollande o los estadounidenses ante la última deriva de Obama. Más aún, es la doctrina secular de la Iglesia declinada en un contexto en el que varios países occidentales se han lanzado de un modo suicida a disolver la sustancia del matrimonio. Se puede debatir esta posición cada vez más solitaria de la Iglesia, se puede criticar (con razones, por favor), y es comprensible que pueda escocer. Lo que no se puede hacer es mentir, ¿o es que cuando se trata de la Iglesia católica, y en particular del Papa, se levanta la veda?

La Iglesia habla al corazón del hombre y le ofrece un bien totalmente correspondiente a su espera. Por eso seguirá siendo reconocida por hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, y es necesario que se esfuerce en testimoniar con sabiduría, transparencia y amor la verdad que custodia. Pero también es verdad, y lo seguirá siendo hasta el final, que ella es muchas veces para los hombres "la extranjera", como decía el gran T.S. Eliot. Ella es dura allí donde los hombres querrían mirar para otro lado, mientras que es tolerante y benévola donde ellos se muestran rígidos e intransigentes.

De un modo muy hermoso, Benedicto XVI afirma en este Mensaje que "la paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible". Pero no se conseguirá con meras proclamas de tolerancia genérica sino mediante una paciente reconstrucción de lo humano. A eso contribuye el testimonio de Pedro en medio de esta noria de palabras sin sentido en que tantas veces se convierte nuestro debate público.

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