La comunidad internauta, y sobre todo los amantes del twitter y las redes sociales están esperando la inauguración oficial de una cuenta de twitter: @Pontifex_es (o sus variantes en los otros siete idiomas del perfil, inglés, italiano, portugués, alemán, polaco, árabe y francés). Benedicto XVI, el profesor antiguo y moderno, el Papa “tradicionalista” aterriza en primera persona en una de las grandes redes de internet, la red de las noticias y los comentarios breves y veloces. Este pastor de almas coge el báculo y empieza a caminar entre bits, señales digitales y paquetes para seguir realizando su misión: cuidar a sus ovejas, a todas y a cada una. En estos días su número de seguidores está subiendo como la espuma. ¿Por qué este interés ciber-religioso?

Unos, es verdad, se hacen seguidores de esta cuenta por curiosidad, por el afán esnobista de conocer todo lo que sea nuevo, de estar a la última en noticias, información, eventos... Quizás las noticias las reciben velozmente, pero a la misma o mayor velocidad ha desaparecido su contenido, su interés. La información pasa, vuela, y tantos datos llegan y se van sin cambiar nada del corazón del hombre. El mundo de la noticia por la noticia, donde lo único interesante de la vida es el último segundo, y hasta éste ya está pasado de moda, llega tarde.

También hay seguidores que siguen esta cuenta como fervientes católicos. Está más a la mano conocer lo que dice el Papa, la Iglesia, las señales que nos va dejando Dios para que sigamos o recuperemos el camino hacia Él.

Pero me llama más atención un tercer grupo: ese amplio número de personas, religiosas o no, practicantes o menos, que reconocen en Benedicto XVI una persona de referencia, una figura con autoridad moral, voz clara, y verdadera, argumentación sólida, profunda y al mismo tiempo asequible. Ese cúmulo de personas “de buena voluntad”, que ven en el Papa un faro de luz y esperanza en medio de este mundo occidental, que a veces parece sumido en una crisis negra oscura, en un descenso sin solución, en un camino acelerado hacia la propia destrucción.

Hace algunos años este Papa habló de esperanza, la esperanza que busca todo hombre y le da fuerzas para caminar, escalar y trepar, luchar contra corriente. En un profundo análisis sociológico adelantó la crisis actual: Durante el siglo XIX y XX el hombre puso sus esperanzas en la cercanía de la perfección, contemplando los grandes avances del progreso (técnico – tecnológico y material). Y fueron cayendo uno tras otro sus grandes sueños del sistema perfecto: el comunismo, el capitalismo, el crecimiento técnico... Y al constatar la lejanía de tal perfección, surge la reacción contraria: el pesimismo, la sensación de fracaso total, el nihilismo, el existencialismo inmediato para olvidar la trascendencia y seriedad del obrar humano.

Por ello somos salvados en la esperanza, la virtud humana y teologal que nos empuja a seguir avanzando día a día. Con el tiempo vemos que, lo que parecía un documento filosófico e intelectual, lejano de la realidad, es una llamada a recuperar las bases de nuestra civilización.

Ante las necesidades actuales, y ante los cambios de la humanidad, este Papa moderno se moderniza y nos invita a modernizarnos. Y quiere estar presente en las calles y plazas por donde camina la gente (quizás demasiado cibernética y poco amante de la experiencia de tocar). ¿No se puede empezar por lo cibernético para llegar a las relaciones tangibles, sensibles, interpersonales? El mundo avanza, y tenemos que seguir avanzando con él.