Muchos de los que lean este artículo se preguntarán y me preguntarán que, con la que está cayendo, cómo puedo negar algo que es real y evidente y que afecta a millones de personas y a miles de familias en España. Para disipar cualquier duda, les invito a continuar leyendo el artículo hasta el final, antes de demonizarme, para entender lo que quiero decir.

Empiezo con la definición de la palabra crisis, de origen grecolatino, que da el Diccionario de la RAE, en su segunda acepción: “Cambio importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos, socio-culturales o espirituales”.

Nadie podrá negar, porque todos lo hemos experimentado en nuestra propia carne, que para que haya un crecimiento “sano” de la persona, hay que sufrir y padecer ciertas crisis. Estas son de tipo físico y psicológico; el niño/a en su paso a la adolescencia sufre crisis para una buena y sana madurez. Pero también las hay de tipo religioso: la imagen que tenemos de Dios en la niñez y en la adolescencia debe entrar en crisis para ir madurando en la dimensión transcendental, no por ello menos importante que la física y psicológica.

Las consecuencias, tan nefastas y arrasadoras, de la llamada crisis económica, no son más que la punta del iceberg contra la que hemos chocado. Lo que está debajo de esa punta del iceberg y que no hemos visto, o no hemos querido ver, es mucho más profundo. Si me permiten, la crisis económica es la consecuencia de la gran crisis que han sufrido el concepto de persona y los valores, que han sido mal sustituidos por otros o bien han sido eliminados, en nuestro mundo globalizado, hace muchos años.

Sobre la crisis global que estamos padeciendo, el Papa Benedicto XVI afirma: “La crisis económica actual puede ser una ocasión para que toda la comunidad civil verifique si los valores en los que se basa la vida social han generado una sociedad más justa, equitativa y solidaria, o si por el contrario es necesaria una profunda reflexión para recuperar los valores que favorecen una recuperación económica y, al mismo tiempo, promueven el bien integral de la persona humana".

Ahondando en las causas que nos han llevado a esta crisis el Papa afirma: “Las raíces de la crisis están en el individualismo, que oscurece la dimensión relacional de la persona”.

Si realmente damos una buena respuesta a la situación de cambio profundo que estamos viviendo -no basta con dar solamente respuesta a la punta del iceberg-, saldremos fortalecidos y el mundo será mucho más humano. Ahora bien, si sólo damos respuesta a la punta del iceberg, más tarde o más temprano retornaremos a esta situación. Sabemos cómo enfrentarnos: ahora bien, en manos de todos está la posible solución.

Quiero terminar con un texto del físico de origen alemán Albert Einstein. En él habla sobre la crisis: "No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.
Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla".