En las ciencias humanas hay un problema: es más difícil decir en ellas que en las ciencias exactas cuándo una cosa está bien o mal. Trabajamos con seres humanos y con ellos dos más dos no son sencillamente cuatro, y lo que a uno le puede venir bien, a otro le puede venir mal. Esto pasa por ejemplo con la Psicología y Psiquiatría e incluso en la Medicina, y por supuesto con la Filosofía, de la que recuerdo una frase de Ortega sobre Ramón y Cajal. “No hay derecho que porque un hombre haya descubierto unas neuronas, se sienta con derecho para filosofar como un salvaje”. Y es que si queremos saber de algo, necesitamos conocer, es decir estudiar.

Pues esto mismo, pero todavía en mayor escala, pasa con la Religión, la Teología y la Biblia. Muchos hablan de estos temas desde una ignorancia prácticamente total, por ejemplo, hay gente que se pone a opinar sobre la Biblia sin ni siquiera haber oído hablar de los géneros literarios.

Para acercarnos adecuadamente a la Biblia uno necesita tres cosas: fe, oración y estudio. La fe es la experiencia de la que surge la Biblia y a la vez es la luz que nos permite comprenderla. Para un creyente los libros de la Biblia contienen el plan de Dios para salvar a la Humanidad, por lo que también se le llama Escritura o Sagrada Escritura, porque se trata de la Palabra de Dios puesta por escrito.

Pero esta afirmación que la Biblia es Palabra de Dios puesta por escrito hay que matizarla. Es evidente que la Biblia ha sido escrita, como cualquier otro libro, por unos autores humanos, que en bastantes casos incluso sabemos quiénes son. Estos autores humanos no son simples grabadores o copistas que escriben lo que Dios les dicta, al modo como los musulmanes piensan que Mahoma recibió el Corán, sino que son auténticos autores y hombres de su tiempo, con una mentalidad y cultura determinada. Los autores sagrados escriben con palabras humanas y sus propias limitaciones, como pueden ser en ocasiones la pobreza gramatical o su deficiente expresión literaria, o de su época, como algunas expresiones sobre los astros, las plantas y la vida animal o humana, que los progresos de las ciencias han demostrado que son erróneas. Ellos escriben como hombres que son, y a través de su obra Dios nos va dando a conocer progresivamente su Revelación.

Para los creyentes Dios es el autor principal de la Biblia. Decir esto significa creer que los libros bíblicos han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, que es el autor principal. A través de los libros de la Biblia Dios nos dice lo que quiere decirnos, es decir su mensaje y la verdad religiosa. Y como Dios es incapaz de engañarse ni de engañarnos, lo que la Biblia dice es verdad. Pero ¿cómo hemos de entender esto?

La verdad de la Biblia se refiere a lo que Dios quiere transmitirnos, a lo que es su Palabra. Pero esta verdad revelada aparece en los escritos bíblicos vinculada a autores humanos y a formas propias de la época en la que fueron expresadas. En algunos casos no es difícil distinguir lo que pertenece a la Revelación y lo que es sólo una concepción condicionada por el tiempo, estando por supuesto sólo el primer aspecto libre de error.

Por ello no hemos de intentar ninguna concordancia artificial entre Biblia y ciencia. Dios en la Biblia lo que pretende es revelarnos su designio de salvación, no danos enseñanzas científicas. Más que tratar de defender la Biblia de un conflicto con las ciencias, el cristiano ha de entender cuál es el mensaje divino en ella contenido, con la convicción que es imposible una contradicción esencial entre ese mensaje, y en consecuencia la fe religiosa auténtica, y la ciencia, pues se fundamentan en el mismo Dios Creador y Salvador.

Con lo dicho tampoco queremos afirmar que la Biblia carezca en absoluto de valores científicos. Gracias a ella, tenemos un montón de datos sobre el estado de las ciencias en los siglos cercanos a Cristo. Pero no es lo suyo propio, porque lo suyo propio es la verdad religiosa.

Quienes escribieron la Biblia contaron unos sucesos, pero estos sucesos cobraron un sentido porque creían. Y esto vale también para los que la leemos hoy: podemos estudiarla, tanto si creemos como si no creemos; podemos comprender lo que dicen los textos, pero los entenderemos de manera diferente si compartimos la misma fe que sus autores, si entramos con ellos en el proceso de búsqueda de Dios.

Los creyentes leemos la Biblia para releer nuestra existencia a su luz. Entonces nos damos cuenta que las intervenciones de Dios son para nuestro bien. Comprenderemos también que nuestra realización personal hemos de hacerla en colaboración con Dios Creador y Salvador, no siendo posible si lo intentamos en contra de sus designios, ya que lo que Dios quiere y espera de nosotros es que nos realicemos como personas, pues para eso nos ha creado. Buscar realizar la voluntad de Dios, por tanto, no será una esclavitud, sino todo lo contrario, es ponernos en camino hacia la realización y plenitud personal.