No nos cansamos en esta serie de artículos sobre el Bautismo de contemplar la belleza de los ritos, que nos recuerdan nuestro propio bautismo y nos ayudan a vivir este tiempo Pascual.

Una vez bautizado, se puede hacer una aclamación del pueblo: canto, aleluya, o aplauso. El siguiente signo que pone la Iglesia es la unción con el santo crisma en la cabeza. Éste es un aceite, a diferencia del óleo de los catecúmenos ya recibido, que está mezclado con perfume de buen olor, significando así el buen olor de las buenas obras que deberán acompañar siempre al nuevo cristiano.

Estos óleos son consagrados por el obispo en la catedral durante la Misa Crismal, antes del Jueves Santo. El prelado, en un bello gesto, sopla sobre el aceite como signo del Espíritu que Cristo comunicó a su Iglesia, y manifestando así la sucesión apostólica. El crisma es el símbolo de la pertenencia y consagración, para toda la vida, a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Los reyes y profetas eran ungidos con él como señal de la elección de Dios. Ser cristiano es ser ungido, elegido. Y nos recuerda que por eso también somos, como Jesucristo, sacerdotes (intercesores ante Dios), profetas (participamos de la Palabra de Dios) y reyes (no esclavos, sino señores de la Creación).

La imposición de la vestidura blanca de los bautizados, de los electi, es algo entrañable. Los primeros cristianos la vestían durante todo el tiempo pascual. Dice el ritual: “eres ya nueva criatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna”. Pocas estampas más bellas que el nuevo pueblo de los cristianos adultos que han hecho o renovado su bautismo, revestidos con sus túnicas blancas, como niños… Y también el cuerpo “dormido” de los que de este pueblo van partiendo a la casa del Padre, revestidos también con esa túnica que han conservado sin mancha...

Y seguidamente en la liturgia bautismal, se les entrega a los neófitos (o a los padres, en caso de bautismo de niños), una vela, que también se debe conservar como recuerdo personal del propio bautismo, encendida directamente del cirio pascual que ha presidido toda la celebración, y dice el celebrante: “a vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz”. Recordamos así la responsabilidad de los padres y los padrinos en los bautismos de niños, y de la transmisión de la fe necesaria hoy más que nunca. Para que no se llegue nunca a apagar esa luz, la única forma es acrecentarla. Trasmitirla. El cirio pascual es el símbolo del cristiano, erguido como bandera en medio de la Asamblea, en medio del mundo, como el mismo Jesucristo. Cirio que también estará en nuestro funeral, para mostrarnos el camino a la Patria verdadera.

Se pueden terminar estos ritos con uno precioso, aunque curiosamente opcional y poco usado: el Effetá, donde “el celebrante, tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño”, invoca al Señor para que el neófito pueda escuchar la Palabra y proclamar la fe. En fin, testimoniar lo recibido.

Todo un derroche de belleza en unos ritos que nos introducen en una realidad celeste, en un mundo de gracia para el que nacemos por el Bautismo en la muerte y Resurrección de Cristo.