Claro que algunos podemos jugar con ventaja si partimos de la fe en lo dicho por persona de indiscutible autoridad para luego razonar e incluso divagar sobre lo más consecuente: es el posicionamiento del que cree para entender y discurre para creer (“credo ut intelligam, intelligo ut credam”). Tanto mejor si nos afianzamos en la idea de que esa persona de indiscutible autoridad, por ser el mismísimo Hijo de Dios, Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero pasó por la tierra para invitarnos a continuar el proyecto divino (¿porqué no la Creación en su más elevada dimensión?) amándonos unos a otros como Él nos ha amado y nos sigue amando con la inigualable prueba de su vida terrena y su muerte en cruz al ser tratado como el más indigno de los criminales para luego resucitar merced al exclusivo poder divino.
Aceptando que ahí radica el meollo de la fe cristiana, que la razón suprema de todo ello es el Amor y que éste, cuanto mayor es, tanto más exige ser correspondido en libertad, no es nada complicado aceptar que los otros, tú y yo, personas objeto de ese amor, debamos discurrir sobre la mejor manera de corresponder a ese amor: ¿no será una de ellas el aplicarnos al desarrollo de nuestras personales capacidades en beneficio de nuestros semejantes sin esperar a que ellos den el primer paso de mayor acercamiento? ¿habéis reparado en el hecho de que los seres humanos contamos con distintas y yo diría que complementarias capacidades? Hechas estas constataciones ¿está fuera de lugar suponer que la Creación seguirá avanzando a medida de que progrese el verdadero amor entre los seres humanos?