Desde hace unos días no dejo de pensar en estas dos fotografías. Se refieren al mismo hecho: la campaña de oración por el fin del aborto 40 Días por la Vida. Fueron tomadas en las mismas fechas. Una de ellas muestra una ciudad de Estados Unidos, Denver. La otra, Madrid. Ambas están hechas frente a sendos abortorios: el Planned Parenthood en Denver y la “clínica” Callao en Madrid.


La fotografía de Denver me ilusiona. Me hace sonreír. Me llena de esperanza.

Me está contando que, en comunión con muchos otros cristianos de tantos lugares, estamos trabajando por un mundo mejor. Que hacemos lo que podemos, pero seguimos ahí, donde debemos estar, a pie de calle. A pie de viña.

Me hace pensar que nos creemos lo de la nueva evangelización. Que creemos en lo que decimos. Y lo hacemos.

La fotografía de Denver me llena de alegría. Me habla de una Iglesia valiente, arrojada, decidida, desacomplejada. Entregada a su misión. Firme en la fe. Arraigada en Cristo.


La fotografía de Madrid me desasosiega. Me recuerda que nuestros pastores están muy ocupados. Mucho. Tanto, que no están.

Misa de ocho, un sábado por la tarde, en la catedral de una de las ciudades más importantes de España:
“Padre, cuanto termine la Misa, ¿podemos repartir información de la campaña de oración por la vida en la calle?”.

“¿Y no sería mejor que rezarais dentro de la iglesia?”
Eso es lo que dicen los dueños de los abortorios, Padre. Eso es justamente lo que ellos querrían. Pero mire, en Denver no se conforman con rezar el Rosario delante del matadero. Y celebran Misa en el aparcamiento de ese moderno circo romano donde los seres humanos son exterminados.

En Ohio todos los seminaristas se plantan frente al abortorio.

En Londres los obispos asisten a las vigilias y permanecen en ellas.

En Florida el propio obispo cruza entera la ciudad llevando el Santísimo desde la catedral a la puerta del abortorio. Y permanece allí durante toda la vigilia, sosteniéndolo en medio de la multitud.

Una de estas fotos me llena de alegría, de esperanza, de valor. Refuerza mi fe. Me da ejemplo. Me está mostrando una Iglesia viva y valiente que entiende lo que significa evangelizar. Me hace sentir miembro de esa Iglesia.