Para entender (se comparta o no) la actitud de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX) en sus conversaciones con la Santa Sede es capital comprender un punto: a saber, que para la Fraternidad lo esencial nunca ha sido “su” problema, esto es, la situación de excepcionalidad canónica en la que se encuentra ella, sino la situación de excepcionalidad doctrinal en la que se encuentra la Iglesia en su conjunto, reconocida de una u otra forma -aunque obviamente no valorada en el mismo sentido que la FSSPX- por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

En las últimas jornadas se han multiplicado filtraciones, artículos de opinión y declaraciones que dan por hecho que habrá acuerdo sobre el Preámbulo Doctrinal previo a la normalización canónica.

La Fraternidad ha salido al paso de esos rumores afirmando que se está “ante una etapa, no ante una conclusión” del proceso. Y, por tanto, que el resultado es todavía incierto.

“La verdad es que no hay nada definitivo, ni en el sentido de un reconocimiento canónico, ni en el sentido de una ruptura, y que estamos a la expectativa”, le decía a sus sacerdotes el obispo Bernard Fellay, superior general de la FSSPX, en una circular interna del 14 de abril, sólo tres días antes de su respuesta a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Mientras, se han difundido informaciones según las cuales el 23 de marzo la comisión Ecclesia Dei, tras una visita canónica al Instituto del Buen Pastor (sociedad de vida apostólica aprobada en 2006 por la Congregación del Clero y fundada por el padre Philippe Laguéry y por antiguos sacerdotes de la FSSPX), habría señalado que los profesores de su seminario deben “insistir en la hermenéutica de la renovación en la continuidad basándose en la integridad de la doctrina católica expuesta por el Catecismo de la Iglesia católica”, más que en “una crítica, aunque sea seria y constructiva, del Concilio Vaticano II”.

Éste es justo el punto capital que quiere precisar la FSSPX con vistas a su normalización canónica. Teólogos romanos como Brunero Gherardini o Nicola Bux, buenos conocedores del asunto, han apelado a la Fraternidad para convencerla de que el lugar teológico del Concilio Vaticano II es materia discutida y no será utilizado contra la Fraternidad en el futuro si firman un acuerdo.

Éste es el quid de la cuestión que se está perfilando estos días.

No es bueno crear artificialmente un clima de opinión que da por hecho algo que no ha sucedido y utilizar ese clima para abocar a la FSSPX a una situación en la que “no poder no firmar”. Paradójicamente, ese clima ayuda muy poco al éxito de las conversaciones, pues si Fellay buscase un acuerdo canónico, lo podría haber obtenido hace al menos cinco años. Lo que busca es una base doctrinal que abra un camino para toda la Iglesia en el cual la FSSPX sea sólo un peón más.

Por su parte, la Santa Sede busca cómo encontrar acomodo a esa posición doctrinal de la FSSPX sin relativizar el valor del Concilio Vaticano II justo en el año de su cincuentenario, pero al mismo tiempo sin dar la sensación de que se le exige a la FSSPX algo que no se le exige a nadie más.

Ésta es la disyuntiva para ambas partes. Y las presiones no ayudan, porque entre el acuerdo y la ruptura también hay opciones intermedias o terceras vías, como la prolongación de un tácito statu quo de buena voluntad que en los últimos años, con altos y bajos, con claros y oscuros, ha convenido a ambas partes a la espera de tiempos más propicios.