Observo un creciente radicalismo crítico de algunos informadores y comentaristas religiosos que, aunque muy leídos, a mí me producen un cierto desasosiego. Sobre todo porque sus críticas no obedecen a odios inducidos por el enemigo, sino a un exceso de celo, pienso yo, que arremete contra toda mitra y capelo que no encajan con el espíritu perfeccionista que profesan.

No digo yo que la “sacrosanta” libertad de expresión no tenga sus derechos en el interior de la Iglesia. Otro sí digo que no haya conductas y actitudes que merezcan alguna colleja de los informadores que se ocupan de comentar los hechos eclesiásticos, o que la fiel infantería no pueda manifestar sus quejas si hay lugar a ello, pero existen maneras y maneras de expresarse. La aspereza verbal no ayuda a la necesaria fraternidad entre los hijos de Dios ni a corregir el rumbo, si fuese necesario, de algún remero de la barca de Pedro, quizás algo extraviado. No vaya a suceder que por ser muy exigentes con nuestros pastores caigamos en un clericalismo exacerbado, tan negativo como el seguidismo lanar y ciego de la grey.

Abusando de la buena fe y docilidad del rebaño, eclesiásticos, hasta obispos y jerarcas más elevados, provocaron, a lo largo de la historia, las herejías y cismas, grandes y pequeños, del cristianismo. Casi siempre fueron clérigos los que encabezaron las rupturas de la Iglesia. Unas veces por cuenta propia, otras, las más, sirviendo intereses de los poderosos de este mundo, tan proclives a ejercer el regalismo. Estos poderosos no se conforman con dominar –o tiranizar- a la plebe, sino que han intentado con frecuencia hacer lo mismo con la Iglesia, y como nunca faltan eclesiásticos dispuestos a servir a los “señores” de la tierra, acaban sometiéndose a sus designios de poder. Esa es la situación de la Iglesia “patriótica” china. Ese fue el caso del “movimiento Pax” en los países del Este durante la dominación soviética. Pero responder a estas situaciones extremas, y a otras menores pero también preocupantes registradas por ejemplo en nuestro país, con modos ásperos, con comentarios ácidos, no conducen a nada bueno. Sí, en efecto, hay que decir lo que deba decirse, e informar de lo que es sano que se sepa, pero manteniendo las formas. Se cazan más moscas con una gota de miel que con un jarra de hiel.