Hace unos días, en El Espejo de la COPE, tuve la oportunidad de entrevistar al profesor Javier Prades, Decano de la Facultad de Teología San Dámaso y único español que en este momento forma parte del selecto club de la Comisión Teológica Internacional. En la vigilia de la asamblea de este organismo, Prades hablaba de un momento de transición: las grandes figuras de la teología europea han ido saliendo de la escena ("quizás Ratzinger, nuestro Papa, sea la última de esa generación") y ahora toca "un trabajo más de base, de cuidar mucho la docencia y las instituciones, de ser pacientes para que crezca una nueva cosecha de grandes teólogos".

Y es que para la Iglesia la teología no ha sido nunca un lujo. Se lo recordó Benedicto XVI a los miembros de la CTI al recibirlos: "sin una sana y vigorosa reflexión teológica, la Iglesia no podría expresar plenamente la armonía entre fe y razón". Y sabemos que para el Papa eso tiene prioridad absoluta. De hecho ha lanzado un verdadero desafío a los teólogos: "una teología verdaderamente católica... es hoy más que necesaria para hacer posible una sinfonía de las ciencias, para evitar las derivas violentas de una religiosidad que se opone a la razón y de una razón se opone a la religión".

Y la fórmula de esa teología verdaderamente católica es "intellectus quaerens fidem et fide quaerens intellectum". Podría decirse que es la biografía de Joseph Ratzinger, una inteligencia que se abre a la fe como plenitud, y una fe que busca medirse con la exigencia de la razón, que intenta expresarse en diálogo con las preguntas de los hombres de esta época. Y esto sólo es posible en el contexto de la Iglesia y su tradición viva. Ahí está contenida toda la pasión armoniosa del Papa-teólogo, cuya inteligencia de la fe es capaz de hacer sencillos para el pueblo los más profundos misterios. Y Prades advertía en El Espejo que éste es un primer tesoro impagable, una excepcionalidad que no sabemos cuánto tiempo tardará en repetirse en la historia de la Iglesia...

Tenemos que aprender de él, decía también el teólogo español, a "coger el toro por los cuernos", a aceptar los retos y preguntas del momento actual y acoger el desafío de un fenómeno tan doloroso como el alejamiento de tantos hombres y mujeres de la fe de la Iglesia. Sólo así podremos anunciar de nuevo el Evangelio a los europeos, sin que resulte una cosa sabida (y despreciada por irrelevante) o algo esotérico (una moda espiritual, una consolación frente a la dureza del presente).

Teología y testimonio van de la mano y se reclaman mutuamente, la cultura y la caridad se dan la mano en esta tarea de la nueva evangelización, como también les decía Benedicto XVI a los miembros del CTI llegados de los cinco continentes: "la transformación de la sociedad, realizada por los cristianos a través de los siglos, es una respuesta a la venida al mundo del Hijo de Dios; el esplendor de tal Verdad y Caridad ilumina toda la cultura y sociedad". Y de nuevo el Papa insistía en la necesidad de un testimonio lleno de razones, ofrecido con humildad y sencillez también a quienes no comparten nuestra fe, pero con los que podemos estar codo con codo para construir la ciudad común.

Tiempo pues de siembra y de riego, a la espera de una nueva cosecha como aquella, increíble, de los Guardini, Adam, Peterson, Ranher, De Lubac, Von Balthasar, Congar... y Ratzinger. Esta hora los necesita.

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