Recuerdo que, en cierta ocasión, un señor me comentó que un amigo de sus hijos le había dicho: “Tienes unos hijos tan buenos, tan buenos, que poco más y tontos de remate”. Recuerdo también una señora que me decía: “Tengo fama de buena, pero cada vez que alguien me dice lo buena que soy, no puedo por menos de preguntarme si no es una manera elegante de llamarme tonta”.

El propio Jesucristo nos lo advierte: “Mirad, que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10,16); así como: “Los hijos de las tinieblas son más sagaces con su propia gente que los hijos de la luz” (Lc 16,8).

Lo que ciertamente he notado es que en muchas ocasiones los hijos de las tinieblas son más activos y activistas que los hijos de la luz. Y es que, como leí en cierta ocasión, para que triunfe el mal tan solo es necesaria la pasividad de los buenos. En estos momentos el principal campo de batalla entre el Bien y el Mal, el enfrentamiento final entre el Señor y el reino de Satanás, es sobre la familia y sobre el matrimonio, como hace ya unos cuantos años la vidente de Fátima Sor Lucia escribió al cardenal Cafarra

Y ciertamente es bastante preocupante el comportamiento de lo que con razón se llama la mayoría silenciosa. Por una parte creo que la inmensa mayoría de los padres quieren muchísimo a sus hijos, y que te dicen con toda sinceridad que darían su vida por ellos. Pero, por otra parte, ante temas muy serios que afectan muy directamente a los chicos, como pueden ser su educación afectivo-sexual, demuestran una insensibilidad total, molestándose muy poco en formarse, y así permiten tranquilamente que sea el lobby de la ideología de género el que enseñe cosas que son simplemente corrupción de menores, como el que todo está permitido y pueden hacer lo que les dé la gana.

Lo único malo que hay en ello, te dicen los defensores del lobby, es que tengan un sentimiento de culpabilidad, cosa por otra parte totalmente lógica, porque es difícil apagar completamente la voz de la conciencia. Por su parte, los padres intentan justificarse diciendo: “es que de estas cosas no entiendo, o “me fío de la escuela y de los profesores”. Pero el resultado es tremendo, porque es dejar a sus hijos sin defensas ante la agresión que están sufriendo.

Por ello los padres deben preocuparse en formarse, porque son las personas más adecuadas para educar a sus hijos, porque son los que más los quieren. Precisamente en estos días, después de Pentecostés, puede resultar alentador ver lo que el Espíritu Santo realizó en los Apóstoles que, de estar encerrados por miedo a los judíos, pasaron a predicar con toda valentía a Jesucristo. Ojalá también nosotros nos dejemos llevar por el impulso del Espíritu, siguiendo sus inspiraciones, poniendo nuestra inteligencia al servicio del Bien, para que superando nuestros respetos y miedos humanos, sepamos dar la cara.

La pretensión de la ministro Celaá de que “no podemos pensar que los niños pertenecen a los padres” es simplemente incalificable, porque refleja una mentalidad antidemocrática y totalitaria, porque son los padres quienes tienen la patria potestad, lo que conlleva las cargas de cuidarles, alimentarles y educarles, como afirman tanto la Constitución como la Declaración de Derechos Humanos, con el objeto de lograr el mayor bien del niño.

La educación es mucho más que la mera instrucción, porque conlleva consigo una gran dosis de amor y por ello suele tener valores positivos, no como la educación afectivo-sexual que se imparte en nombre de esa ideología, que intenta engañar a los chavales con su pretensión de ser objetiva, neutral y científica, cuando ni siquiera creen que haya valores objetivos. Lo de neutral, tampoco, porque lo que enseñan contiene valores muy negativos. Y lo de científica consiste en una serie de aberraciones que ningún libro de Ciencias serio enseña y que serán olvidadas cuando la sociedad recupere el sentido común al ver sus resultados catastróficos, como ya está sucediendo en algunos casos, y se vuelva a hacer caso a lo que dicen los libros científicos. De todos modos no nos olvidemos que, aunque Satanás es poderoso, el Espíritu Santo lo es más.