En medio de un mundo decadente que vive en el relativismo moral y mira con indiferencia el derrumbe de la institución familiar; en un mundo donde la autoridad paterna está siendo cada vez más débil… se hace necesario regresar a ver a San José como una persona que encarna el ideal de custodio, de protector, guía del Niño Jesús y de la Virgen María.

San Mateo en su evangelio insiste en el origen de Jesús no sólo como “hijo de David”, sino también como el “hijo de José de Nazaret”. Lo que ahora llaman la Josefología, es decir, el estudio de San José, se ha convertido en una gran riqueza para la Cristología: el conocimiento del padre en la tierra de Jesús como icono visible, es decir, como la verdadera imagen del Padre celestial, añade comprensión al misterio de Jesús.

Entendemos a las personas desde sus raíces y desde el contexto existencial donde nacen, crecen, viven. Porque el entorno familiar, cultural y social condiciona la existencia de la persona. Jesús, el Hijo de Dios, se formó en medio de una sociedad, un ambiente, una familia muy concreta, donde la influencia del padre era decisiva sobre todo en la trasmisión de la fe a la siguiente generación. San José fue un pilar básico dentro de los planes de Dios, pues fue el espejo humano donde se miró Jesús niño hasta llegar a la madurez.

San Mateo en su evangelio recurre constantemente al Antiguo Testamento y muestra una serie de similitudes de José, el padre legal de Jesús, como el nuevo José, siervo de Dios y salvador del mundo.

José fue hijo de Jacob y Raquel, quienes le creían muerto sin saber que sus hermanos lo habían vendido y estaba en Egipto. Ante ese gran dolor, Raquel le suplicó a Dios otro hijo, y así nació Benjamín. Pero ella murió de parto y fue enterrada allí donde estaba: en Belén. A José lo llamaban el justo vendido. Fue un hombre misericordioso con sus hermanos , respondió al mal con el bien y por llevar a su familia a Egipto los salvó del hambre y la muerte.

Precisamente en Belén, muchos años después, nació José de Nazaret, el hombre que, en el tiempo, estaba prometido para casarse con la Virgen María.

Tanto José de Egipto como José de Nazaret se mantuvieron célibes para seguir los planes de Dios. Fueron reconocidos como hombres justos. Ambos tuvieron sueños para conocer e interpretar las claves de la historia. Los sueños de José, hijo de Jacob, lo pusieron al frente de Egipto y salvó a su pueblo. Los sueños de José, el padre de Jesús, fueron apariciones divinas que lo hicieron recibir a María como su esposa y luego ir a Egipto salvando a los suyos y al mundo entero.

Los dos José se convirtieron en autoridad, uno en Egipto y el otro en la transmisión de la fe, que José ejerció, por delegación de Dios, sobre Jesús. Los dos realizaron la salvación en medio de penalidades y sufrimientos… José de Egipto prefigura a José de Nazaret. Ambos conocieron por la fe que el Altísimo no pide nada que perjudique sino, al contrario, lo que pide es para el triunfo. Pues con Dios siempre ganamos.