Del Atlántico al Pacífico, Benedicto XVI está renovando la faz del episcopado norteamericano con nombramientos sumamente interesantes. No es un secreto que el Papa considera a los Estados Unidos como un lugar estratégico para el futuro de la Iglesia, y que contempla con especial sensibilidad la historia y la cultura de ese gran país y de la porción de la Iglesia que camina allí desde los momentos fundacionales.

Los USA son un lugar paradójico. Cuna de las libertades y lugar donde no se les han ahorrado penalidades a los católicos durante mucho tiempo; frontera de la secularización y venero del que surgen nuevas iniciativas católicas llenas de vitalidad. Un espacio de tensiones entre el modelo WASP y una inmigración desbordante, entre encerramiento y apertura. Todos recordamos el elogio encendido del Papa a la laicidad de cuño norteamericano, pero también la posterior advertencia de la embajadora Glendon sobre una ruptura en esa fibra profunda de la cultura norteamericana. El laicismo ya no es un extraño en la praxis política y cultural de los EEUU, como demuestra la institución por parte de los obispos, de un Comité permanente para la vigilancia y tutela de la libertad religiosa.

La Iglesia en los Estados Unidos busca también su lugar, su forma de llevar a cabo la nueva evangelización en este inmenso país de contrastes, tras la tremenda humillación que han supuesto los casos de abusos sexuales atribuidos a sacerdotes, una verdadera cruz en los últimos decenios. Y sin embargo la comunidad católica no parece deprimida, y en muchos casos parece incluso más despierta y creativa que en muchos lugares de Europa. El último banco de pruebas está siendo la administración Obama, puño de hierro en guante de seda. La agenda de la ingeniería social existe, por más almibarada que se presente, y aunque haya asuntos en los que la convergencia parecía natural (multilateralismo, asistencia a los más pobres...) al final la confrontación no se ha podido eludir.

En estas circunstancias, la elección de los pastores más adecuados para las grandes diócesis era todo un desafío. Para Nueva York el elegido fue Timothy Dolan, verdadera revelación del planeta episcopal que los lectores de Páginas ya conocen. Para Los Ángeles el Papa realizó, si cabe, una apuesta más arriesgada: allí ha situado al hispano José Horacio Gómez, del Opus Dei, para relevar al mítico cardenal Mahony, punto de referencia durante años del denominado sector progresista. Y por último designó al capuchino Charles Chaput para la sede de Filadelfia. Los tres tienen en común la solidez doctrinal, la ausencia de complejos, la frescura pastoral y un estilo propositivo que no elude los problemas pero que tampoco se enroca en inútiles trincheras.

Dolan ha demostrado ser un verdadero líder para la Gran Manzana. No se arredra en un contexto cultural que para otros resultaría opresivo, sabe usar el lenguaje de la calle y de los medios para explicar los contenidos de la fe, dialoga con los poderes públicos pero si hace falta les planta cara sin ambages. Ya es mítico su careo con el NYT por su información sectaria sobre el catolicismo o su diálogo a tumba abierta con un paisano que le acusaba de los crímenes de pederastia sólo por llevar alzacuellos. Nunca da la impresión de estar a la defensiva y siempre provoca en su audiencia la sensación de que tiene algo interesante que comunicar.

Gómez tampoco lo tenía fácil, ni dentro de casa ni fuera. Mahony tenía buen cartel en los medios del progresismo pero era notable la falta de sintonía pastoral con los últimos pontificados. Una suerte de aura politically correct se había extendido sobre la metrópoli Angelina, y todo eso ha saltado por los aires con el nuevo arzobispo. Para abrir boca ha publicado una pastoral sobre el catolicismo como aportación fundante de la historia norteamericana. Frente a quienes proclaman el mito de que los católicos son un apósito pegado sobre un mundo sustancialmente protestante, sostiene que muchos territorios del sur y oeste del país, el catolicismo forjó la identidad y la historia de sus comunidades, y en todo caso los Estados Unidos en su conjunto serían incomprensibles sin la savia católica que llegó desde Europa y sigue llegando desde México y el resto de la América hispana.

El trío se cierra con Chaput, religioso capuchino, descendiente de los indios Potawatomi y hasta hace unos meses arzobispo de Denver. También nos ocupamos de él en estas Páginas para glosar su impresionante y demoledor análisis sobre lo que ha significado el triunfo del "modelo Kennedy" para la presencia pública del catolicismo en los EEUU. Franco y directo, orgulloso del sistema de libertades norteamericano pero agudo crítico de su pragmatismo salvaje y de una cierta superficialidad tan americana. No se deja deslumbrar por las estructuras y los balances, sabe que la verdadera crisis es la crisis de la fe, y que ésta no se suscita con cuidadosas planificaciones. Le ha costado abandonar las grandes praderas de Colorado, pero sabe que Benedicto XVI le quiere en Filadelfia, una de las sedes históricas del catolicismo USA.

Los tres serán llamados, más pronto que tarde, al Sacro Colegio, así que su influencia se proyectará fuera de los límites de sus inmensas diócesis. Viéndoles uno piensa en la recomendación reciente del Papa: estad en medio del mundo con simpatía, sin esconder jamás el Evangelio del que vivís, comunicándolo con inteligencia, alegría, libertad y coraje.

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