Sobre el matrimonio, el Papa dijo en la Vigilia de Cuatro Vientos: “Vale la pena acoger en vuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga. A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gén 2,24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa que ser conscientes de que sólo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial”.

Dios creó al ser humano como varón y mujer, para que se complementaran en el amor y transmitiesen la vida. Ambos tienen como personas la misma dignidad, igualdad que no significa uniformidad, porque en aquello que no son iguales son complementarios. Hemos sido creados para amar y el amor debe caracterizar toda la vida de la persona, pero debe hacerse especialmente profundo allí donde un hombre y una mujer se aman en el matrimonio con un amor que transciende la pareja y les abre a la vida. No nos olvidemos que Dios es Amor (1 Jn 4,8 y 16), que todo amor verdadero proviene de Dios y que cuanto más ama el hombre más se parece a Dios.

Sexualidad y amor deben ir inseparablemente unidos, porque el encuentro sexual necesita apoyarse en el ámbito de un amor fiel y seguro, siendo nociva la realización de sexo sin amor. La donación física total es un engaño si no es signo y fruto de una donación donde está presente  toda la persona. La libertad consiste en mandar en nosotros mismos, no dejándonos esclavizar por instintos y pasiones, sino sabiendo poner todas nuestras energías al servicio del amor. El matrimonio cristiano tiene conciencia de ser una imagen viva del amor entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef 5,21-33).  La real amenaza contra el matrimonio es el pecado; lo que le renueva es saber perdonarse. Tampoco olvidemos la falta de diálogo, los problemas económicos y sociales y la falta de respeto. Lo que le fortalece es la oración y la confianza en Dios.

Para que haya matrimonio sacramental se requieren necesariamente tres elementos: a) el consentimiento expresado en libertad, b) la aceptación de una unión exclusiva y para toda la vida, lo que supone la exclusión de las relaciones amorosas al margen del matrimonio. Sobre la indisolubilidad hay que decir que corresponde a la esencia del amor el entregarse mutuamente sin reservas, también porque es imagen de la fidelidad incondicional de Dios y de la entrega de Cristo a su Iglesia, que llegó hasta la muerte en cruz, y c) la apertura a los hijos, lo que supone estar abiertos a la fecundidad y a los hijos que Dios les quiera conceder, si bien la Iglesia afirma y defiende el derecho de un matrimonio, dentro del marco de la regulación natural de la fecundidad, de poder decidir ellos mismos el número de hijos y la distancia entre los nacimientos, debiendo actuar el matrimonio con “responsabilidad generosa, humana y cristiana” (GS 50).
 
No olvidemos los enemigos externos que tiene el matrimonio, como sucede en España con su legislación profundamente anticatólica: el divorcio exprés, el matrimonio homosexual, la Educación para la Ciudadanía, el aborto, la ideología de género y, si Dios y nosotros no lo remediamos, la eutanasia.  Recordemos las palabras de Cristo: “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16 y 20), y decidamos qué es lo mejor para nuestra vida. optar por Cristo o en contra de él. .Pero si optamos por Cristo recordemos que ello supone tomarnos en serio nuestra vida de fe y de oración.