He aquí la parte central del texto del Ángelus de Benedicto XVI, que trata sobre la eucaristía, «antídoto» contra el individualismo, «fármaco de la inteligencia y de la voluntad, para reencontrar el gusto por la verdad y por el bien común». Una vez más, el Papa impresiona por la capacidad de describir, con imágenes eficaces y concretas, el contenido esencial de la fe.

En una cultura cada vez más individualista, como es aquella en la que estamos inmersos en las sociedades occidentales, y que tiende a difundirse en todo el mundo, la Eucaristía constituye una suerte de “antídoto”, que actúa en las mentes y en los corazones de los creyentes y que siembra constantemente la lógica de la comunión, del servicio, del compartir, en suma, la lógica del Evangelio.

Los primeros cristianos, en Jerusalén, eran un signo evidente de este nuevo estilo de vida, porque vivían en hermandad y ponían en común sus bienes, para que ninguno fuera indigente (cfr At, 2, 42-47).

¿De dónde venía todo esto? De la Eucaristía, es decir, de Cristo resurrecto, realmente presente en medio de sus discípulos y activo con la fuerza del Espíritu Santo. Y ni siquiera en las generaciones que siguieron, a través de los siglos y a pesar de los límites y los errores humanos, la Iglesia ha continuado a ser en el mundo una fuerza de comunión.

Pensemos especialmente en los períodos más difíciles, de prueba: lo que significó, por ejemplo, para los países sometidos a regímenes totalitaristas, ¡la posibilidad de reencontrarse en la Misa Dominical! Como decían los antiguos mártires de Abitene: “Sine Dominico Dominico non possumus” (sin el “Dominicum”, es decir sin la Eucaristía dominical, no podemos vivir.

Pero el vacío que ha producido la falsa libertad puede ser igualmente peligroso, y entonces la comunión con el Cuerpo de Cristo es fármaco de la inteligencia y de la voluntad, para reencontrar el gusto por la verdad y por el bien común