Aunque la mayor parte de la gente no lo sepa o incluso no se lo crea, durante bastantes años el tema del que los obispos han hablado con más frecuencia, incluso más que contra el aborto, ha sido el tema del terrorismo. Hay un grueso volumen publicado por la BAC, titulado La Iglesia frente al terrorismo de ETA, en el que recoge los más principales. Desgraciadamente, como la mayor parte de los medios de comunicación no son precisamente católicos, es difícil que las cosas buenas que hace la Iglesia lleguen al gran público, mientras los errores, reales o presuntos, ¡vaya si llegan!

Personalmente el documento sobre el tema que más me gusta de nuestros obispos es uno, publicado en el 2002, y cuyo título es: “Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias”, y del que recojo algunas afirmaciones:

“El terrorismo merece la misma calificación moral absolutamente negativa que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente, prohibida por la ley natural y por el quinto mandamiento del Decálogo” (nº 12); “Nunca puede existir razón moral alguna para el terrorismo. Quien, rechazando la acción terrorista, quisiera servirse del fenómeno terrorista para sus intereses políticos cometería una gravísima inmoralidad” (nº 14); “Tampoco es admisible el silencio sistemático ante el terrorismo. Esto obliga a todos a expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier forma de colaboración con quienes lo ejercitan o lo justifican, particularmente a quienes tienen alguna representación pública o ejercen alguna responsabilidad en la sociedad. No se puede ser neutral ante el terrorismo. Querer serlo resulta un modo de aceptación del mismo y un escándalo público” (nº 15).

Desgraciadamente, el pasado 4 de abril fue un día bien triste para las víctimas del terrorismo. En el parlamento vasco un diputado de Bildu, partido abiertamente filoetarra, se permitía llamar “nazis”, “asquerosos”, “lobby infecto” a las Fuerzas de Seguridad, cuya contribución a la lucha contra el terrorismo ha sido de varios centenares de víctimas, aunque para mí ha sido también muy triste ver como el Partido Socialista, con unos cuantos de sus militantes asesinados por ETA, votaba a favor de una Ley sobre Abusos Policiales, cuyo espíritu trata de diluir los crímenes de ETA, y que si el Constitucional no lo arregla deja indefensos en lo administrativo a nuestras Fuerzas de Seguridad.

Pero no ha sido eso sólo. Otegui, condenado por terrorista etarra, y por tanto nada de presunto, se ha jactado que el PSOE le llamó reiteradamente para contar con su voto en el parlamento nacional y aprobar así los decretos-ley que el Gobierno aprueba en sus consejos de ministros.

Como nos recuerda el Quinto Mandamiento y el Magisterio de la Iglesia, hemos de defender la vida desde la fecundación hasta su fin natural. Por supuesto hemos de defender la vida y muy especialmente las vidas inocentes, y por ello estoy convencido de que las víctimas del terrorismo gozan de una especial benevolencia de Dios. Recuerdo las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5), frase tanto más válida hoy cuando vemos que los criminales y sus acólitos no sólo no se arrepienten de sus crímenes, sino que incluso viven a costa de nuestros impuestos y muchos de los que debieran apoyar a las víctimas no sólo no lo hacen, sino que incluso les traicionan más o menos abiertamente. Ante todo esto uno no puede por menos de acordarse del lema de las Víctimas del Terrorismo: Verdad, Memoria, Dignidad, Justicia, y ver cómo cada una de estas palabras se ve menospreciada, cuando todavía hay más de trescientos asesinatos etarras sin aclarar. Pero tampoco olvidemos, como católicos que somos, que una de las oraciones que más agrada a Dios es rezar por la conversión de los pecadores. Ojalá lo hagamos.