Es una pena que haya que explicarlo. Los periodistas estudian (supongo) muchos años para que les cuelen (o nos cuelen) mentiras tan burdas. Me refiero a la euforia mediática que se ha levantado con ocasión del nacimiento de un bebé libre de un gen que podría causarle un cáncer en un futuro. El niño nació en diciembre del año pasado libre del gen BCRA1, cuya mutación puede provocar cáncer de mama.

Al leer la noticia, parece que los médicos han sido capaces de manipular este gen para impedir que termine mutando y provocando el cáncer. La prensa ha dicho cosas como “Evitan por primera vez que un bebé herede el gen del cáncer que portaba su madre” (ABC), “Primer bebé que nace libre de mutación hereditaria” (Europa Press), “Nace el primer bebé sin el gen que predispone al cáncer” (La Verdad) o “Nace en España el primer niño sin un gen ligado al cáncer” (El Mundo). La realidad, por desgracia, es muy distinta.
 
El BRCA1 se encuentra en el cromosoma 17 y facilita el equilibrio genómico. Cuando no funciona y muta, hay una predisposición a que la célula se vuelva cancerígena. No es en sí un gen del cáncer de mama, ya que sólo el 10% de todos los casos de cáncer de mama presentan la mutación de este gen. Pero cuando está presente, las posibilidades de supervivencia se reducen al 50% respecto al 80% de supervivencia media del cáncer de mama. Además, la probabilidad de que los padres transmitan el gen a sus hijos es del 50%. En el caso que ha salido a la luz, la madre, de 31 años, es portadora del gen. Su madre (con 53 años), dos primas, una prima de su madre y una sobrina han muerto debido al cáncer de mama. La mujer tenía problemas de fertilidad, y en el hospital catalán de San Pablo le sugirieron la posibilidad de someterse a un tratamiento de fecundación asistida. Y ya puestos, esto permitiría seleccionar los embriones antes de implantarlos para evitar que fueran portadores de este gen. Es decir, que le propusieron crear de forma artificial varios hijos para después seleccionar entre todos a los que no tuvieran el defecto genético, que serían a los que se les otorgaría el derecho a continuar su desarrollo.



El caso se elevó a la Comisión Nacional de Reproducción Asistida. Esta comisión, creada a raíz de la ley 14/2006 que regula la reproducción artificial en España, ha autorizado hasta la fecha 52 de los 105 casos que se le han presentado. El artículo en cuestión que posibilita estas prácticas es el 12.1 que permite el diagnóstico genético de los embriones antes de ser implantados “para la detección de enfermedades hereditarias graves, de aparición precoz y no susceptibles de tratamiento curativo posnatal con arreglo a los conocimientos científicos actuales, con objeto de llevar a cabo la selección embrionaria de los preembriones no afectos para su transferencia”. (Nota: Ya sabemos que la legislación española cuando habla de los embriones de menos de 14 días los denomina con el término despectivo y anticientífico de “preembriones”, como si ello permitiera su manipulación al estar en una fase previa a la de embrión). Pero en realidad, no está limitada a estos casos. Es posible hacerlo siempre que exista un informe previo favorable de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida, según reza el mismo artículo a continuación: “La aplicación de técnicas de diagnóstico preimplantacional para cualquiera otra finalidad no comprendida en el apartado anterior, o cuando se pretendan practicar en combinación con la determinación de los antígenos de histocompatibilidad de los preembriones in vitro con fines terapéuticos para terceros, requerirá de la autorización expresa, caso a caso, de la autoridad sanitaria correspondiente, previo informe favorable de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida, que deberá evaluar las características clínicas, terapéuticas y sociales de cada caso.” Sólo otro país en el mundo, el Reino Unido, se acerca a la liberalidad que las leyes españolas posibilitan para seleccionar quién tiene derecho a nacer según su patrimonio genético.

El Hospital sometió a la mujer a un proceso de hiperestimulación ovárica, para sacar varios óvulos y fecundarlos en el laboratorio con semen de su pareja. De este modo se obtuvieron cinco embriones humanos. Tres de ellos estaban libres del cáncer. De estos, se le implantaron dos, porque la madre no quería arriesgarse a un embarazo múltiple. El tercero, que también estaba libre de la enfermedad, fue congelado en nitrógeno líquido a 196º, tras deshidratar sus células para impedir que estallasen debido al proceso de congelación. Así está disponible por si en futuro la pareja quisiera tener más hijos. De los dos embriones transferidos al útero de su madre sólo uno llegó a implantarse y nacer. Los médicos han aclarado que en este caso no se ha seleccionado el sexo (para evitar más aún la posibilidad de enfermedad). El bebé que nació era un varón. El hecho de estar libre de la enfermedad impedirá que la transmita a sus descendientes.
 
Los dos embriones que tuvieron la mala fortuna de tener en su patrimonio genético el fatídico gen no tienen ninguna posibilidad de llegar a nacer: Sus padres los han donado para que se investigue con ellos o sean finalmente destruidos. ¿Quién querría tener un hijo que de antemano se sabe que tiene un gen que predispone a sufrir cáncer de mama, pudiendo no tenerlo?...

Dejando de lado la alegría por el nacimiento de un niño sin el gen peligroso, este caso plantea muchos problemas éticos: No sólo la indignidad de su origen, ni la muerte premeditada de sus hermanos, condenados a servir de cobayas humanas, ni la discriminación a que son sometidos por razones genéticas (por cierto, expresamente prohibida en la Convención de Oviedo, que nuestro país ha firmado e incorporado a su ordenamiento jurídico)… Lo que más asusta es que el hombre pueda decidir quién tiene derecho a nacer en función de criterios genéticos. Hay una Comisión que debe estudiar y aprobar cada solicitud. Pero los criterios pueden variar, y de hecho varían. Asusta pensar un futuro donde los nacimientos estén autorizados y la variedad genética comprometida por criterios selectivos que, con muy buena intención, pueden ser (y de hecho son) contrarios al equilibrio ecológico y a la variedad genética que garantiza la supervivencia de la especie.