Las revueltas y manifestaciones que se han propagado por todo el norte de África como una pandemia contagiosa, están teniendo ya un efecto colateral, como diría un diplomático cursi de los que tanto abundan por estos páramos, el de orillar o dejar en un segundo plano las recurrentes y poco amistosas demandas de Marruecos sobre las plazas españolas de allende el Estrecho, es decir, Ceuta y Melilla, sin olvidar nunca, por parte marroquí, el apetitoso bocado de las islas canarias. Eso para empezar, que luego ya veríamos, como si Boabdil el Chico aún viviese, o mejor todavía, Tarik y Muza, o Almanzor y Abderramán III si tiran por lo grande, que estos del fez colorado y la chilaba blanca de fino algodón egipcio, no se ven nunca hartos. Sólo que ahora pintan bastos para las camarillas gobernantes en todo el Magreb, hasta el golfo Pérsico, como poco.
 
La escasez y carestía de las subsistencias, como decían en España allá por los años 20-30 los plumillas de lo cotidiano, han removido los estómagos en régimen de ramadán permanente, más que las ideas, del personal de a pie de no pocos países de esa media luna ya descrita, acosados por la tremenda crisis económica que sacude a muchas naciones de las más diversas zonas del planeta. Pero mientras unos pasan necesidades y ven el futuro muy oscuro, otros, los que pertenecen a las camarillas gobernantes amasan grandes fortunas producto de la corrupción de los regímenes autocráticos que imperan en todas ellas. Europa está demasiado cerca de la ribera sur del Mediterráneo para que los ribereños meridionales de esta bañera común no se fijen en como se las arreglan los del Norte para lidiar los problemas provocados por la crisis mundial. Algunos, como España, no se las componen bien, por la incompetencia y demagogia de sus gobernantes manirrotos, pero siempre cuentan con el respaldo de la Comunidad Europea, aunque nos impongan a los paganos de siempre grandes sacrificios para evitar la bancarrota total. Abajo, en cambio, no disponen de esta clase de colchones a fin de amortiguar las caídas, de ahí que la población no tenga más recurso que encararse con sus dirigentes y reclamar un cambio total de mandarines, en general enquistados en las alturas del poder desde ni se sabe el tiempo que hace. Por eso yo creo que la hora del relevo, en un país tras otro, no habrá forma de pararlo, lo cual no significa que lo que venga después vaya a ser mejor que lo que han tenido hasta ahora. Eso el tiempo y las circunstancias de cada momento y lugar, lo dirá, así como la forma en que se lleve a cabo la transición. La caída del muro de Berlín, arrastró tras de sí los regímenes “rojos” de casi todo el mundo, sin causar grandes cataclismos internacionales. Confiemos que pase ahora igual que entonces, porque pasar, pasará, sin duda alguna. Mubarak ya no tiene fuerzas para contener a las masas y recuperar el poder efectivo, a lo sumo para resistir mientras el Ejército permanezca a la expectativa como árbitro, pero en cuanto suene el silbato final del partido, el faraón actual no tendrá más remedio que huir por pies antes de que se lo coman las fieras. Ni siquiera el recurso de cerrar al canal de Suez, como hizo Nasser en 1967 hasta 1975 provocando la ruina de Egipto, está ya en sus manos, aunque lo repitan como papagayos los plumillas indocumentados de estos pagos. ¡Joder, qué tropa!, como dijo el conde de Romanones de los académicos de la lengua que después de prometerle el voto para un sillón de la docta institución, le votaron en contra. Y liquidado el faraón del Nilo, como pocas semanas antes Ben Alí en Túnez, habrá que preguntarse cual será el siguiente en este amplio proceso de efecto dominó.
 
En cuanto a Marruecos, no está el patio para perder amigos con reclamaciones extemporáneas a España ni andar zarpa a la greña con los demás vecinos. Hoy, montar manifestaciones desde Rabat contra las plazas de soberanía españolas, pongo por caso, puede ser un arma de doble filo que al disparar salga el tiro por la culata. Excitar a las masas en las circunstancias actuales, sólo se le ocurriría a un loco, y Mohamed VI no parece que lo esté mucho, por eso estimo que va a permanecer calladito y modoso para no agitar las aguas de la Mar Chica. Al menos mientras no se sepa por donde va a salir el sol. Eso garantiza a España un cierto período de tranquilidad, salvo que los genios del palacio de Santa Cruz metan la pata, que todo puede esperarse de doña Trini y compañía.