Los eventos revolucionarios de las últimas semanas en Túnez están cambiando substancialmente la historia política, social y cultural del país. Es el inicio indiscutible de los cambios radicales que veremos venir en los países árabes. Se van instaurando las dinastías familiares. Esta tendencia tiende a consolidarse, pero en el caso de Túnez ha sufrido un auténtico revés. El contagio de la rebelión ha llegado a otros países como Arabia Saudí, Argelia, Jordania, Marruecos, Yemen y sobre todo Egipto. Aquí se tambalea el régimen autocrático de H. Mubarak, casi 30 años en el sillón de mando.
 
Los estudiantes universitarios y las redes sociales han sido el motor de la revolución tunecina. Había llegado la ahora  luchar contra el socavón del paro, la pobreza y la miseria. La vida no podía continuar así. Además, la corrupción desenfrenada y el despotismo habían envenenado la sociedad. Secundados por la población, los estudiantes se han convertido en la punta de la lanza que ha herido a muerte el régimen longevo del ex dictador Zin El Abidine Ben Ali. Intelectuales, escritores y pensadores, han aprovechado la inmolación a lo bonzo de Mohamed Bouazizi, el 17 de diciembre 20100, para derribar el régimen amurallado de Ben Ali. Este se fugó indignamente a Arabia Saudí donde parece haber encontrado una guarida segura. El joven ingeniero, maltratado y vapuleado por la policía como si fuera un delincuente, no sobrevivió a las heridas. Murió el 4 de enero 2011, después de un largo calvario de dolor, amargura y sufrimiento. El mal que había hecho era convertirse en vendedor ambulante de frutas y verduras para sobrevivir al aullido del hambre. Nunca pensó en ser revolucionario y menos en convertirse en mártir. Pero su dolorosa tragedia ha cambiado los derroteros históricos de los estados árabes. Internet y sus redes se encargan ahora de que su nombre no se empolve en la memoria colectiva de los pueblos árabes.
 
El término árabe para decir revolución, al-zawrat, es muy elocuente y revelador. Significa el viento huracanado del desierto que, irguiéndose con fuerza, se lleva todo por delante sin que nada resista a su paso feroz e inexorable. Eso es lo que ha ocurrido en las aldeas, pueblos y ciudades de Túnez. Los gritos de los manifestantes han sido un potente e indomable torbellino que ha desarraigado la presidencia, el gobierno y las instituciones. Se usa la misma palabra, al-zawrat, cuando se habla de “la revolución islámica”, cuyo principal objetivo es establecer un Gobierno islámico.
 
El domingo por la noche 30 de enero 2011, llegó al aeropuerto de Túnez-Cartago el líder islamista Rachid Ghannouchi. Volvía de Londres después de 22 años de exilio. Recibió un apoteósico recibimiento. Con los gritos y  aplausos de sus seguidores y simpatizantes. Su movimiento islamista, al-Nahda (La Reforma) había sido prohibido por Ben Ali.  ya que veía en él un tenaz e irritante adversario político. Ghannouchi estableció su sede operativa en la capital británica desde donde ha seguido influyendo líderes musulmanes árabes y europeos. Las imágenes televisivas de su regreso triunfal a Túnez me hicieron recordar la entrada victoriosa del Ayatolá Jomeini a Irán el 2 de febrero de 1979. El también había vivido de exiliado en Francia 15 años. Pero Ghannouchi ya lo dijo ayer en su primera entrevista en lengua árabe: Lastu Khomeini (“Yo no soy Khomeini”). Palabras lapidarias que también marcarán el futuro político de Africa del Norte. En espera de que remita la intensidad de la marea en Túnez y se calme la fuerza de los vientos.