Junto a las interpretaciones variopintas de los resultados electorales, estos días se está abriendo paso, por enésima vez en este año, la caída económica de España y los serios problemas de toda la zona euro. Hace varios meses fue necesario que Europa, o sea, los europeos, rescatáramos la economía de Grecia. El pasado noviembre fue Irlanda la que no ha aguantado más. ¿Y después? Muchos vaticinan que España está comprando demasiadas participaciones para esta lotería de Navidad. ¿Le tocará a España, a Italia, a Portugal?
 
Los analistas económicos dan sus pros y sus contras, su temor ante el abismo. Y los políticos, con más o menos acierto, defienden las posibilidades de campear el vendaval sin demasiados ajustes y piden un cambio radical de gobierno. Dejo ahí la discusión; unos y otros coinciden en que falta confianza, esperanza en un futuro mejor y cercano. Creo que aquí aciertan todos, no sólo ni principalmente para solucionar la crisis económica y financiera, sino sobre todo la crisis humana, existencial, por la que atravesamos.
 
Nos falta confianza, esperanza, o mejor aún, motivos para seguir esperando, incluso “contra toda esperanza”. El análisis ya nos lo había ofrecido hace 3 años, más concretamente el 30 de noviembre de 2007. El Papa Benedicto XVI, con su sabiduría divina y humana, había escrito su encíclica sobre la esperanza, Spe salvi, En esperanza (hemos sido salvados).
 
El hombre, todo hombre, busca y anhela la salvación, persigue esta meta, pero no logra salvarse plenamente a sí mismo. Progresamos en muchos aspectos (ciencia, tecnología, medicina…), pero seguimos anhelando algo más, algo más grande, la perfección. Y día tras día chocamos con las limitaciones de un ser que es creatura, nos guste o no. Un ser creado, y por tanto limitado y dependiente. Ante esta resistencia interior, caben dos posturas erróneas.
 
Una primera actitud, el agnóstico. En términos económicos es parecida a la actitud del que entiende poco de economía. Ha oído eso de “la mano invisible que regula el mercado”, o frases como “políticas económicas”, “crisis de los mercados”, “bajada del IBEX 35”, “tasa de riesgo”, pero le suenan a chino. Se ve incapaz de conocer (eso significa agnóstico). Sin embargo, en su economía doméstica no es tal. Sabe que, con su nómina, no puede irse de vacaciones el próximo puente de la Inmaculada, o que sólo podrá comprar un regalito sencillo para sus hijos.
 
En la dimensión social y religiosa, existencial, nos puede pasar lo mismo. Renunciamos a los grandes razonamientos sobre Dios, la creación, los dogmas y las disquisiciones teológicas. Pero en la vida diaria, si dejamos hablar a nuestro corazón, no podemos renunciar a la fe “de andar por casa”, al conocimiento cercano de alguien que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida. Alguien que nos salva. Y cuando ponemos el fundamento de nuestra esperanza en ese Alguien, que nunca nos va a fallar, la confianza tiene sentido, podemos salir del agnosticismo y de cualquier crisis. No será algo automático; sabemos de grandes santos que han vivido muchos años en oscuridad, pero estamos en el buen camino.
 
Cuando no somos capaces, o no queremos, salir del cómodo agnosticismo del “es muy complicado para mí”, la existencia humana desemboca en el nihilismo. No se puede hacer nada, esta situación no tiene salida, estamos abocados al fracaso, hay demasiada corrupción en el sistema. Por la presión económica, y la necesidad çmaterial de dinero, hay gente que está bajando por este tobogán. ¿Es culpa suya? No totalmente; nadie debería desentenderse de cuantos nos rodean, y menos aún los que eligieron, o eso dicen, una vocación de servicio a la sociedad.
 
¿Cómo confiar, tener esperanza, cuando cada vez parece venir con más fuerza el río negro de la duda y la crisis? Una posible ayuda es ver lo positivo que nos rodea. El mundo está mal, pero también hay cosa buenas, muy buenas. Hay gente que se desgasta desinteresadamente por servir a los más pobres, a los más necesitados, a los ancianos. Gente que da amor a manos llenas, y sirve de paliativo para los que sufren a su alrededor. Podemos poner nombres y apellidos a estas personas, que están cerca de nosotros. Podemos incluso ser de esos nombres y apellidos, con nuestra sonrisa, nuestra palabra de aliento, nuestro detalle por hacer el mundo un poco mejor.
 
Como cristianos, además, sabemos que nuestra esperanza no se va a romper, tiene un fundamento fuerte; “Dios es el fundamento de la esperanza. Pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en general” (Spes salvi, 31)