Quien siga la trayectoria personal, pastoral e intelectual, las orientaciones y directrices del Papa Benedicto XVI se encuentra con que la liturgia ocupa un lugar central. Llama la atención que el primer volumen de sus Obras Completas haya querido él que recoja sus escritos sobre la «Teología de la Liturgia». Es de sobra manifiesto y conocido el gran empeño que tiene en impulsar y promover un «nuevo movimiento litúrgico». ¿Por qué este empeño, que se convierte en reto y desafío hoy para toda la Iglesia? Él mismo, en su autobiografía, nos ofrece una respuesta: «Estoy convencido, dice, de que la crisis eclesial en la que hoy nos encontramos depende en gran parte de la caída de la Liturgia, que tal vez viene incluso concebida como ‘si Dios no existiese’: como si en ella no importase más si Dios es y si nos habla y escucha». Es necesario reconocer que la Liturgia sufre «heridas», fruto de una secularización que la ha dañado.
 Es preciso recuperar el verdadero sentido de la Liturgia. «Tenemos necesidad de un nuevo movimiento litúrgico, dice el Papa, que nos haga recuperar la verdadera herencia del Concilio Vaticano II», que estimule un nuevo movimiento hacia la Liturgia y hacia su correcta celebración exterior e interior. En la Liturgia se juega el ser o no ser de la Iglesia y su actuar en favor de los hombres.

No es casual, como es conocido, que en el pensamiento de Benedicto XVI el primer texto del Concilio Vaticano II fuese la Constitución sobre la Liturgia. Mirado a distancia, este hecho tiene el sentido preciso de que en el principio está la liturgia, la adoración. Y, por lo tanto, Dios. Del Vaticano II muchos se quedan sólo con la Constitución sobre «la Iglesia en el mundo actual». Pero este Concilio, el gran Pentecostés de nuestro tiempo, forma una unidad y no es posible entender este gran texto sobre «la Iglesia en el mundo» ni llevarlo a la práctica sin el que se refiere a la Liturgia, a la adoración, en consecuencia; porque en el principio y en el centro está Dios.

Siempre, y más todavía en estos momentos de la historia en los que padecemos una tan profunda crisis de Dios en el mundo en la conciencia de tantos, y una secularización interna tan fuerte de la misma Iglesia, al menos en Occidente, el reavivar y fortalecer el sentido y el espíritu genuino y profundo de la Liturgia, de la adoración, es algo que urge y apremia como ninguna otra cosa. La Iglesia –las comunidades, los fieles cristianos, y los pastores– tendrá vigor y vitalidad si vive y bebe de esta fuente, porque así vivirá de Dios mismo, «que es Amor», que es donde radica su fuerza, su misma vida, su capacidad y valentía evangelizadora, toda su aportación a la sociedad, a la cultura, a los hombres, en suma, y al futuro de la humanidad. El futuro de la humanidad está en Dios: ahí está la adoración, en el centro de la Liturgia.

Y porque claramente queremos y debemos estar en el mundo como Iglesia con la fuerza transformadora del amor sin límites –el de Dios–, y con el impulso de la «esperanza grande» –la que es y ofrece Dios–, por eso mismo el Papa nos insta a que de nuevo redescubramos y, más aún, vivamos intensamente y en verdad cuanto se significa en la Liturgia, cuya cima y centro es la Eucaristía, «sacramento de caridad y de verdad». Todos sabemos lo que significó para la edificación de Europa San Benito y el monacato benedictino o cisterciense: en el centro y el corazón del monacato está la liturgia, el «ora et labora», la adoración de Dios.
 
En el contexto de nuestro mundo, en la sociedad en que vivimos, no puedo ni quiero olvidar lo que el Papa Benedicto XVI dice a este respecto: «Nos corresponde de nuevo a nosotros comprender la prioridad de la adoración y hacer que todos los cristianos, especialmente los jóvenes, seamos conscientes de que no se trata de un lujo de nuestro tiempo confuso, que tal vez no nos podemos permitir, sino de una prioridad. Donde no hay adoración, donde no se tributa a Dios el honor como primera cosa, incluso las realidades del hombre no pueden progresar». Y esto acontece principalmente en la liturgia.
 
Aunque a algunos les parezca extraño, la gran necesidad del progreso y desarrollo de los pueblos tiene que ver con estos temas que venimos señalando como prioritarios en el pensamiento y pontificado de Benedicto XVI, porque tienen que ver, en su fundamento y exigencia más radical y profunda con la caridad y la verdad que en Dios encontramos. Así lo dice en su segunda Encíclica: no es separable el «gran tema del desarrollo de los pueblos», del «esplendor de la verdad y la luz suave de la caridad de Cristo», y ésta no se da sin la Eucaristía, sacramento de la caridad, fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia que se encuentra en la Liturgia.
 
Debe hacernos pensar y animarnos a la esperanza y a la responsabilidad que la visita del Papa a España, este fin de semana, tenga tanto que ver con la Liturgia: nada menos que con la consagración de un templo, el de la Sagrada Familia, en Barcelona, donde se ofrecerá a Dios el culto debido, la real y verdadera adoración, inseparable de la caridad, culto en espíritu y verdad.