De la tierra de la Iglesia, de la sabiduría y el dolor, de la experiencia de fe vivida en tiempos recios como los que nos tocan. De ahí proceden los hombres llamados por el Papa a integrarse en el Colegio de los cardenales para ayudarle en el cumplimiento de su servicio como Pastor de la Iglesia universal. Ellos serán, llegado el día, quienes decidan también el nombre de un nuevo Sucesor de San Pedro. 
 
El anuncio ha sido sobrio y las sorpresas escasas. Los nuevos purpurados lo son por su responsabilidad al frente de diversos organismos de la Curia Romana o porque presiden algunas de las diócesis más estratégicas en los cinco continentes. En esto, aunque el Papa dispone de absoluta libertad, ha preferido sujetarse a la costumbre de la Iglesia, sin dejar por ello de ofrecer alguna indicación interesante.

Si nos ceñimos a los nuevos cardenales electores (aquellos que tienen menos de 80 años) encontramos a diez que presiden dicasterios romanos. Entre ellos me permito destacar al suizo Kurt Koch, recientemente nombrado presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos. Un hombre de la escuela teológica de Communio que representará con claridad la línea del Papa Ratzinger en este campo decisivo para el futuro. Otro recién llegado a su puesto es Mauro Piacenza, nuevo Prefecto para el Clero, el hombre que organizó el Año Sacerdotal y a quien el Papa ha colocado al frente del dicasterio que se ocupa de los sacerdotes en medio de este tormentoso 2010. También merece especial mención Velasio de Paolis, que además de presidir la Prefectura de Asuntos económicos ha recibido el delicado encargo de guiar a los Legionarios de Cristo en su refundación tras el escándalo Maciel. También recibirá la birreta roja el guineano Robert Sarah, nuevo presidente de Cor Unum, el organismo que canaliza la acción caritativa directa del Papa. Será el segundo cardenal negro en la Curia de Benedicto XVI. Y destacamos también al estadounidense Raymond Burke, Prefecto de la Signatura Apostólica.  

Además de los diez curiales figuran en la lista otros diez obispos que presiden importantes diócesis. De África llegan el Patriarca de Alejandría de los Coptos, el egipcio Antonios Naguib; el arzobispo de la crucial diócesis de Kinshasa Laurent Mosengwo, y el arzobispo emérito de Lusaka Joseph Mazombwe. De la vieja Europa eran obligados los arzobispos de Palermo (Paolo Romeo), Varsovia (Kazimierz Nycz) y Munich (Reinhard Marx). Este último es un obispo joven de gran personalidad a quien el Papa ha designado con especial empeño para guiar su diócesis natal, y seguramente también para reorientar el rumbo de la compleja Conferencia Episcopal germana. De América del Norte sólo llegó esta vez el arzobispo de Washington Donald Wuerl, bregado en mil batallas dentro del episcopado y de la sociedad estadounidense. De Iberoamérica sólo dos nombres: el brasileño Raymundo Damasceno de Aparecida, y el emérito de Quito, Raúl Vela. Se explica la escasez por el hecho de que la mayoría de las sedes importantes en el continente tienen ya al  frente a un cardenal. De Asia (con abundancia de nombres en la anterior hornada) tan sólo llega esta vez el batallador arzobispo de Colombo Malcom Ranjith, fiel discípulo de la teología ratzingeriana de la Liturgia.                  

Como en otras ocasiones el Papa se ha reservado cuatro nombres de eclesiásticos con más de 80 años para honrar su trayectoria de fidelidad y servicio, aunque no puedan participar en un eventual cónclave. Dos italianos: Elio Sgreccia, que se fajó hasta hace poco en la Academia por la Vida, y Domenico Bartolucci, que fue Maestro de la Capilla Musical Pontifica, un asunto en el que este Papa tiene algo más que una mera opinión. El prestigioso historiador alemán Walter Brandmüller y el arzobispo Castrense emérito José Manuel Estepa. En Monseñor Estepa el Papa ha querido reconocer  su incansable trabajo en el campo de la catequesis tras el Concilio, y especialmente su labor en la comisión redactora del nuevo Catecismo, donde trabajó codo a codo con Joseph Ratzinger. 

Es bastante inútil jugar aquí con estadísticas de países y otras curiosidades. La dura regla de los 120 electores (máximo) a la que el Papa quiere ajustarse, y la norma no escrita de no nombrar cardenal a un obispo cuyo predecesor lo sea y tenga menos de ochenta años, ha dejado fuera a muchos teóricos candidatos. Eso lo resuelve el tiempo, y de qué manera. En todo caso me atrevo a indicar tres acentos: la esperanza de África para el futuro de la Iglesia, los Estados Unidos como espacio decisivo para algunas próximas batallas, y la batuta personalísima de Benedicto XVI en nombres como Wuerl, Marx y Ranjith. Nada principesco. Sangre y barro, amor y dolor, decisión de dar la vida por la Iglesia que sufre y ama.