De la Vega está contenta, y Zapatero también. Benedicto XVI tendrá un breve encuentro con el presidente en Barcelona el próximo 7 de noviembre. Bien está, aunque no hay materia para tanto jaleo. Lo normal es que el Jefe del Gobierno del país anfitrión salude al Papa cuando pisa su territorio, otra cosa es la sustancia del encuentro, porque cabe la sospecha de que también aquí, lo que realmente importa es la foto. 

El Gobierno en sus horas más bajas ha decidido ahora que la nueva Ley de Libertad Religiosa no es una prioridad, y elige la entrevista entre De la Vega y el cardenal Bertone para hacerlo público. Pobre Caamaño, él sin enterarse. Pero no nos engañemos, no hay cambio de rumbo cultural, éste es el mismo Gobierno de la ingeniería social y de los nuevos derechos. Sólo que ahora no le interesa abrir un nuevo frente de batalla.

Si Zapatero se dejase aconsejar en esta materia, alguien debería recomendarle la lectura del discurso de Benedicto XVI en Westminster Hall, especialmente el pasaje en que sostiene que "la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional". Ahí está el problema: Zapatero parte del presupuesto de que la religión, especialmente el catolicismo, es un problema que la política debe resolver. Es un problema porque se alza como un  interlocutor crítico que plantea preguntas incómodas, porque no acepta restringir su ámbito a la conciencia personal o las sacristías, sino que pretende participar con carta de ciudadanía en el gran debate nacional. Seis años después de su llegada al poder, ¿ha cambiado en esto Zapatero? Desgraciadamente ningún indicio lo permite afirmar, más allá de que use guante de hierro o de seda con la Iglesia, según convenga a sus intereses electorales.  

En nuestras democracias complejas que afrontan la incertidumbre de la crisis, el desafío de las migraciones masivas, la emergencia educativa, la exclusión social y el terrorismo global, el mundo de la racionalidad secular y el mundo de la fe se necesitan mutuamente, y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo por el bien de nuestra civilización. Son palabras de Benedicto XVI ante la flor y nata de la sociedad británica, y son algo más que palabras de oficio. Apuntan al nudo gordiano de nuestro sistema de libertades en un momento de gran confusión y de incierto futuro en el que no basta engrasar los cojinetes del sistema, sino aclararnos sobre sus fundamentos y sobre sus fuentes. Esto es algo que han reconocido sin ambages políticos como Merkel, Sarkozy y el propio Obama.

Al concluir la visita al Reino Unido, el primer ministro David Cameron agradeció al Papa que hubiese contribuido con su desafío de fondo a la gran conversación nacional, al gran debate sobre los fundamentos de la vida civil, sobre el modo justo de organizar la convivencia y proteger los derechos y las libertades. Cameron podría haber despedido al Papa con palabras corteses, sin entrar en profundidades. Pero ha mostrado su estatura política. Y la pregunta es: ¿le interesa a Zapatero que Benedicto XVI intervenga en nuestra conversación nacional, tan atribulada y enrarecida en sus años de mandato? Materia habría para su breve encuentro, más allá de las sonrisas de postín.

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