La «Virgen de Agosto», así llaman en algunos lugares a la Asunción de Nuestra Señora, cuya fiesta celebramos el pasado domingo, y que muchos pueblos hacen coincidir con el día de su Patrona, la santísima Virgen María, venerada fielmente en una multitud de entrañables y consoladoras advocaciones.

Este día la Iglesia universal celebra algo que es muy importante y que abre un gran horizonte de esperanza: la Virgen María, una de nuestro linaje, ha sido elevada en cuerpo y alma al cielo. Ella, la primera de las criaturas humanas, una de los «nuestros», está completamente con Dios. En Ella tenemos el gran signo de consolación y de esperanza para todos, es el signo de la victoria del amor, de la victoria del bien, de la victoria de Dios. Día para la esperanza: por un lado, la protección cierta de nuestra Madre María, madre de la vida, madre del Amor, unida íntimamente a su Hijo, aparece estrechamente asociada con Él en la lucha contra el enemigo infernal del hombre hasta la plena victoria sobre él, con la derrota del pecado y de la muerte que acechan al hombre. Las lecturas que los católicos leímos en la Liturgia de este día nos hablaban de la victoria total sobre los poderes del mal, de la resurrección y la vida, de la alegría que suscita el fruto bendito de María, Jesús, y de la grandeza, poder y misericordia inenarrable de Dios salvador de los hombres.

Este día, el libro del Apocalipsis nos presentaba la imagen de una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce estrellas: se refiere a María, tipo de la Iglesia; así se la representa frecuentemente en la iconografía mariana. Vestida totalmente de sol, esto es, de Dios, María «vive totalmente en Dios, rodeada y penetrada por al luz de Dios» porque es la toda santa, la llena de gracia, la colmada por el Espíritu santo, llena por completo del amor de Dios. «Está coronada por doce estrellas, es decir por las doce tribus de Israel, esto es, por todo el pueblo de Dios», el antiguo y el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, edificada sobre el cimiento de los doce apóstoles, acompañada «por toda la comunión de los santos»; «y tiene bajo sus pies la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad», que vino por la instigación del Maligno, representado en la serpiente del primer pecado, que Ella aplasta con su descendencia. «María superó la muerte; está totalmente vestida de vida, elevada en cuerpo y alma a la gloria de Dios, así, en la gloria, habiendo superado la muerte, nos dice: ‘‘¡Ánimo, al final vence el amor! En mi vida dije: ¡He aquí la esclava del Señor! En mi vida me entregué a Dios y al prójimo’’. Y esta vida de servicio llega ahora a la vida verdadera. Tened confianza; tened también vosotros la valentía de vivir así contra todas las amenazas del dragón» (Benedicto XVI).

El dragón es la otra figura que muestra el libro del Apocalipsis. Cuando San Juan escribió el Apocalipsis, para él este dragón significaba todo el poder omnipresente del Imperio romano, casi ilimitado y tan grande que «ante él la fe, la Iglesia, parecía una mujer inerme, sin posibilidad de sobrevivir, y mucho menos de vencer. Y, sin embargo, sabemos, venció la mujer inerme, venció el amor de Dios. Y el Imperio romano se abrió a la fe cristiana». Así ha sido a lo largo de la historia hasta nuestros días: «Parecía imposible que, a largo plazo, la fe pudiera sobrevivir ante este dragón tan fuerte, que quería devorar al Dios hecho niño y a la mujer, la Iglesia». Y siempre, al final, el amor de Dios ha sido más fuerte, ha vencido frente al odio, la violencia, el querer eliminar a Dios y devorar el Amor que se ha hecho carne de nuestra carne en una criatura que nace de la Madre llena de Dios.

«También hoy el dragón existe en formas nuevas, diversas», decía el Papa Benedicto hace unos años este mismo día; y añadía: «Existe en la forma de ideologías materialistas, que nos dicen: es absurdo pensar en Dios; es absurdo cumplir los mandamientos de Dios; es algo del pasado. Lo único que importa es vivir la vida para sí mismo, tomar en este breve momento de la vida todo lo que nos es posible tomar. Sólo importa el consumo, el egoísmo, la diversión. Ésta es la vida. Así debemos vivir. Y, de nuevo, parece absurdo, parece imposible oponerse a esta mentalidad dominante, con toda su fuerza mediática, propagandística. Parece imposible aún hoy pensar en un Dios que ha creado al hombre, que se ha hecho niño y que sería el futuro dominador del mundo. También ahora este dragón parece invencible, pero también ahora sigue siendo verdad que Dios es más fuerte que el dragón, que triunfa el amor y no el egoísmo. Ciertamente, vemos cómo también hoy el dragón quiere devorar a Dios, que se hizo niño». La Iglesia hoy no teme por este Dios aparentemente débil. «También este Dios débil es fuerte: es la verdadera fuerza. Así la fiesta de la Asunción de María es una invitación a tener confianza en Dios y también una invitación a imitar a María en lo que Ella misma dijo: “¡He aquí la esclava del Señor!, me pongo a disposición del Señor”. Esta es la lección: seguir su camino; dar nuestra vida y o tomar la vida» (Benedicto XVI). Este es el gran mensaje, la esperanza que trae, la «Virgen de Agosto», la Asunta a los cielos. La «Virgen de Agosto», es una luz más fuerte que la luz veraniega que tanto brilla, da calor e ilumina.

Publicado en La Razón