Parece que a nuestro alrededor nos acecha el fuego del pesimismo, de la crisis en todos los órdenes, del túnel negro sobre fondo negro…. ¿Se puede estar alegre, vivir de buen humor, con este lúgubre paisaje? ¿Existen motivos para estar alegre?
 
Acabamos de celebrar las fiestas de San Lorenzo, el gran patrono de El Escorial. Y acabamos de vivir también la romántica lluvia de estrellas, la gran noche de las Perseidas. Son las Lágrimas de San Lorenzo. Desconozco por qué hablan de lágrimas en este Santo, pues la tradición nos ha dejado la imagen contraria. Este buen hombre, diácono del siglo III, gastó su vida al servicio de los pobres de Roma y del Papa Sixto II. En la persecución orquestada por el emperador Valeriano, tanto el Papa como Lorenzo y otros diáconos son apresados y ejecutados. Fue martirizado quemado, probablemente en una parrilla, y de aquí su famosa frase: «Dame la vuelta, que por este lado ya estoy hecho». Curioso espíritu el de este santo.
 
Más allá de la historicidad de esta frase, que defienden muchos vecinos de tan ilustre lugar, las palabras reflejan algo cada vez menos frecuente: la alegría y el buen humor ante las aventuras y desventuras de la vida. A esta actitud hoy la calificamos como utopía, o en el mejor de los casos ingenuidad infantil.
 
Parece que a nuestro alrededor nos acecha el fuego del pesimismo, de la crisis en todos los órdenes, del túnel negro sobre fondo negro. Un día sí y otro también encontramos corrupción en políticos y gobernantes, intereses personales tenidos de «servicio al bien común», apariencia de democracia en los partidos políticos (baste pensar en el proceso de selección de candidatos, en estos días protagonizado por el partido socialista). Los políticos son calificados como «casos aparte, casos perdidos». Pero sucede lo mismo si analizamos las finanzas, el mundo del trabajo, el crecimiento económico de empresas y autónomos. ¿Se puede estar alegre, vivir de buen humor, con este lúgubre paisaje? ¿Existen motivos para estar alegre?
 
Permítaseme una primera puntualización: el que está alegre explota ante una dificultad seria, agota rápidamente su estado de alegría y cae por la pendiente del pesimismo y el fastidio. No lograremos vivir «estando» alegres, porque siempre recibiremos golpes que cambian este estado. No hay que «estar» alegres, sino «ser» alegres. La pedagogía moderna insiste mucho en no decir a un niño «eres malo», sino «has actuado mal». ¿Por qué no aplicamos la misma regla a la alegría?
 
Ser alegre es una actitud, y como tal necesita unos fundamentos, unas razones. Podemos estar alegres porque hace buen día, porque hoy empiezo las vacaciones o porque esta película es muy divertida. Pero, el clima cambia, las vacaciones pasan y la película se acaba. Y así se acaba también el estar alegre.
 
Un primer motivo para ser alegre es nuestra propia vida. Seguimos vivos, no como el obrero que se cayó ayer de un andamio, o la jovencita que chocó frontalmente con el coche el pasado fin de semana. Tenemos salud, e incluso con nuestros achaques, conocemos a personas enfermas, muy enfermas. Pero conformarse con esto es aspirar a poco.
 
Hay un motivo mayor para «ser» alegres: alguien nos ama. Alguien nos ha amado, nuestros padres, y por eso empezamos a vivir. Y nos siguieron amando, aunque lo único que sabíamos hacer era llorar y comer, y un poco después hacer trastadas. La familia, más allá de una agrupación por motivos biológicos, es un grupo formado y basado en el amor. Amor desinteresado, de un hombre hacia una mujer y de una mujer hacia un hombre, y amor que desemboca, como fruto maduro, en unos hijos. Por ello la familia constituye la base de la sociedad, la célula principal que sustenta cualquier otro grupo humano. Quizás aquí radique uno de los motivos de la falta de alegría y buen humor, en la debilidad de esta célula, que necesita cuidado y mimo, interno y externo, para no romperse.
 
Aparte de la familia, ámbito en el que las personas se aman por sí mismas, más allá de lo que son, podemos constatar a diario que hay gente que nos ama, y nos ama desinteresadamente. Amigos, compañeros de trabajo… El hombre no es un extraño para el ser humano que está a su lado, y no estamos junto a una persona como una mesa está al lado de la cama. Finalmente, como cristianos, sabemos que, incluso faltando todo lo anterior, Alguien nos ama, Alguien ha pensado en nosotros, Alguien nos mira con carió en cada instante. Con esta base, no veo tan descabellada la frase de San Lorenzo en la parrilla: «Dame la vuelta, que por este lado ya estoy hecho».