Estamos en las semanas de vacaciones por antonomasia. España se paraliza, no tanto como hace unos años, y abundan los letreros de «cerrado por vacaciones». Pero para muchos, desgraciadamente para demasiados (1 de cada 5 españoles), la pregunta salta a la vista: descansar, ¿de qué? ¿Vacaciones…? Si llevo tres meses, o seis, o un año, esperando salir de estas vacaciones forzadas y empezar a trabajar. Serio problema, que unos políticos se empeñan en minimizar (la economía se está recuperando) y otros recuerdan a diario, casi a cada hora. De unos y otros, este amplio sector de la sociedad espera acciones concretas, compromiso serio, y no maquillar las cifras del paro y presumir de reforma laboral (nimia y poco eficaz, cabe añadir).
 
La pregunta «descansar, ¿de qué?» llega también a los jóvenes y adolescentes. Unos ya han estado descansando durante el año, descansando demasiado; y lo continúan haciendo ahora, poniéndose un poco de ese polvillo de los exámenes de septiembre para salvar el tipo. Otros, ni han podido descansar durante el año, ni pueden hacerlo ahora; hay que lograr, como sea, aprobar estas asignaturas, luchando contra viento, marea, y algún que otro profesor. Para unos y otros parece que no hay muchas vacaciones. No quiero ponerme catastrofista, y reconozco que hay jóvenes estudiosos durante el año, y que este mes pueden disfrutar de unas merecidas vacaciones.
 
Quizás los que más justificado tienen este periodo estival sean esos numerosos trabajadores don nadie, que realizan su trabajado diariamente, sometidos incluso a la exigente presión del jefe, y con la espada de Dámocles colgando del hilo del ajuste salarial y de personal. Esos miles de trabajadores sometidos al estrés, y que estarían encantados de recibir una partecita de la nómina de los estresados controladores. No digo que el trabajo de controlador sea pacífico; pero no olvidemos el estrés de un taxista, un conductor de autobuses, o aquel que hace posible la correcta marcha de la contabilidad de una empresa. Todos los trabajos tienen su grado de presión, su peso ante la responsabilidad, y todos ellos tienen justificado una debida retribución y un merecido descanso.
 
Tenemos de qué descansar; necesitamos descansar, podemos, debemos descansar. Somos hombres y mujeres limitados (a veces se nos olvida), y no tenemos la resistencia de una máquina. Aun ellas se recalientan y necesitan sus «vacaciones». Esta limitación, a quines somos cristianos, nos recuerda que somos criaturas. No soy el amo y señor de todo lo que me rodea, ni de las cosas materiales, ni de quienes me rodean, y mucho menos de la moral o de la vida. Alguien está por encima, y sería absurdo, impensable, creernos pluscuamperfectos.
 
Entre los mandatos de Dios, a quien a veces acusamos en demasía de Señor tiránico, también figura el del reposo. Esas vacaciones semanales fueron entendidas al inicio como una normativa de inactividad. Descanso externo, que terminaba esclavizando al hombre en vez de liberarle y permitirle un mayor rendimiento. Dios, en su pedagogía, se va revelando paso a paso. Y permanece ese descanso reponedor, contemplación de la belleza y la bondad de la creación. Ojalá estas vacaciones, para los que puedan disfrutar de ellas, nos permitan descansar, reponer las fuerzas gastadas, y nos recuerden a Aquel que está por encima de nosotros, nos creó y nos crea, nos amó y nos ama, nos perdonó y nos perdona. Y en ese clima de descanso reencontremos la escala de valores que da al hombre la plena realización: el valor de la persona, la grandeza del amor, la presencia de una Presencia que da sentido a la vida.