Durante estos días hemos leído abundantes opiniones sobre la polémica prohibición del gobierno catalán: se acabaron las corridas de toros en Cataluña. Prohibido las corridas, que el toro sufre mucho (aquí sí, en las fiestas populares no). Pobres toros, qué crimen tan inhumano, aunque no se habla del peligro para los toreros, argumento quizás más convincente y humano; deporte de riesgo, como otros tantos. Se han oído voces a favor, voces en contra, y opiniones en todo el arco de lo opinable. A mí me ha llamado la atención la referencia que algunos hacían a la libertad, al “prohibido prohibir” del 68, totalmente olvidado por algunos sectores de clase política. En el fondo, nos hemos olvidado seriamente de la libertad, a pesar de que es una de las palabras más socorridas en la cultura actual.
 
¿Qué es la libertad, eso de “soy libre”? En una primera aproximación, podemos pensar en aquellos que no tienen libertad: los presos, justos e injustos (y los que deberían serlo). Quizás por la situación actual, pensamos más en aquellos “presos injustos”, por ejemplo, los presos políticos de Cuba que han llegado estas semanas a España. Están privados de la libertad, y además de modo injusto, como consecuencia de un totalitarismo y de cierta indiferencia internacional. Sufren condena injusta. Sin embargo, quedarnos a ese nivel de libertad tiene sus peligros. Jean Paul Sartre afirmó, y creo que ahí sí tenía razón, que “estamos condenados a ser libres”, queramos o no queramos, siempre seremos libres. No puedo dejar de ser libre. Hay que buscar una idea más apropiada de libertad, algo más que no sufrir una condena en una prisión.
 
Esta cualidad del hombre va más allá de una coacción externa, de un tener libertad de movimiento. Implica no estar determinado, obligado a obrar de un modo determinado. No gozamos de una libertad absoluta, es cierto, pero sí tenemos un amplio campo de decisión, una variedad de caminos a elegir. Somos “libres de” un destino ya escrito en las estrellas, unos condicionamientos familiares, infantiles o juveniles.
 
Definir una realidad por lo que no es, de todos modos, me parece algo pobre. Decir que un toro no es un perro… es cierto, pero dista mucho de saber qué es un toro. Veo más interesante definir algo por su fin; somo “libres para”. “La libertad existe para que cada uno pueda diseñar personalmente su vida y, con su propia afirmación interna, recorrer el camino que responda a su naturaleza”. Son palabras de Benedicto XVI que iluminan esta cualidad tan específicamente humana. La libertad nos remite a la naturaleza, igual que cuando escuchamos Internet pensamos en un ordenador (o en un buen móvil, todo sea dicho). Y somo libres para construir algo, para crecer, para afirmarnos y construir en nuestra vida.
 
Esta naturaleza no es la naturaleza física, tan manoseada por los ecologistas, incluso divinizada por encima del hombre. Naturaleza es algo más profundo, lo que hace que el hombre sea hombre, ese fondo estable y común a hombres y mujeres, a blancos, indios, chinos o negros. Esa naturaleza se asienta sobre la verdad y el bien, el bien que debe ser hecho siempre, y la verdad que no debe ser escondida o manipulada. “Haz el bien y evita el mal”, quñe sencillo. ¿Y cuando busco este bien, pasado por encima de aquel pequeño mal, de aquel engaño, de aquella firma para continuar en mi posición política? Ahí las cosas se complican, y la decisión, más allá de un cálculo mental de bienes y males, se debe cimentar en la verdad y el amor.
 
Si el bien y el amor no están en la base de la libertad, tenemos servida la manipulación de esta palabra, el acomodo a lo que nos resulta más aconsejable para nuestro disfrute inmediato.