María Jesús Casares es la autora de Los dones del Espíritu Santo en la espiritualidad de Pedro Reyero (VozDePapel). Nieta del famoso lingüista Julio Casares y madre de familia, pertenece a la Renovación Carismática Católica y difunde las enseñanzas del predicador dominico Pedro Reyero, que falleció en 1999. En este libro repasa, con los textos del padre Reyero, los dones del Espíritu (temor de Dios, fortaleza, piedad, ciencia, inteligencia, sabiduría, consejo) que no son para guardar en un cajón, sino para vivirlos dejándonos transformar.


- Mi educación religiosa en la infancia no tuvo ninguna referencia al Espíritu Santo, salvo saber que nuestro Dios era Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ni las religiosas donde me eduqué –y donde por cierto fui muy feliz-, ni los sacerdotes que me instruyeron, ni en los sermones dominicales me hablaron del Espíritu Santo.

»Sin embargo, mi padre que rezaba con nosotros cada mañana antes de llevarnos al colegio -éramos seis hermanos- invocaba al Espíritu Santo sobre nosotros y nos decía que pidiéramos su ayuda cuando teníamos algún examen. De esta forma infantil entró el Espíritu en mi vida.

»Al conocer la Renovación Carismática, en el año 1984, el Espíritu Santo pasó de ser esa “paloma” que había visto representada tantas veces a ser una Persona real, viva, actuante y poderosa que me guiaba, me protegía, me consolaba y que me revelaba el amor infinito del Padre, la obra de salvación gratuita de Jesús y el conocimiento de la Escritura.


 El agua y la luz son dos símbolos del poder transformador del Espíritu Santo


- Se habrá elaborado algún estudio sociológico – y yo no soy experta en el tema – que apunte a que está sucediendo esto en el mundo de hoy, donde la familia está siendo atacada desde tantos frentes. Y desde luego, a partir del Concilio Vaticano II el Espíritu Santo ha dejado de ser ese gran desconocido.

»Dentro de lo que llamamos “católicos” se pueden distinguir muchos estadios.  Simplificando mucho, suelo decir que hay católicos que llevan a Dios en el maletero del coche de su vida y sólo se acuerdan de él cuando tienen una “avería”, problema, enfermedad, desgracia… 

»Otros que lo llevan dentro del coche, le quieren, le consultan, tratan de cumplir con él y obedecerle… pero siguen teniendo en sus propias manos el volante.

»Y luego están los que ceden a Dios el puesto de conductor y confían y se abandonan, dejando el coche de su vida en las  manos de Dios y aceptando que el Espíritu de Dios les conduzca hacia una vida cristiana plena. Creo que para éstos las tres Personas de la Trinidad son perfectamente conocidas y amadas, distintas pero inseparables.


 En la carretera  de la vida, unos llevan a Dios en el maletero, como un recurso; otros, de pasajero, acompañando; pero otros lo ponen al volante y le dejan conducir


- El evangelio no pasa y las predicaciones del P. Reyero son puro evangelio. Con la virtud de que no son especulaciones teológicas sino enseñanzas vivenciales que tocan lo más hondo de la vida humana y espiritual de las personas, sus pobrezas, sus anhelos, sus ansias de verdad, su vivir cotidiano y que les enfrentan a sus dudas, sus miedos, sus debilidades abriéndoles la puerta de la esperanza.


Pedro Reyero, sacerdote dominico (19361999)


- Muchos católicos conocen los nombres de los siete dones del Espíritu Santo porque los aprendieron en el catecismo, pero no han experimentado el poder que ejerce el Espíritu a través de ellos. Al menos conscientemente, porque el Espíritu que “sopla donde quiere y como quiere”, actúa como Señor soberano en el corazón de los cristianos a pesar de no darnos cuenta. 

»Si tuviera que decidirme por alguno diría que el Don de Temor de Dios es el que peor se entiende. Todavía está muy arraigada la idea de un dios juez que premia y castiga nuestras acciones, un dios que no es el Dios misericordioso revelado por Jesucristo que vino no por los sanos y los justos sino por los enfermos y los pecadores, y que nos interpela diciendo “¡Aprended lo  que significa ‘misericordia quiero y no sacrificio’!” 

»Para muchos, el centro de gravedad está en ellos mismos, en sus cumplimientos, sus méritos, sus buenas acciones, sus rezos, sus caídas y sus propósitos... Cuando el centro de gravedad se desplaza de uno mismo al Señor, entonces se empieza a experimentar ese amor loco y compasivo de nuestro Padre Dios que “tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único” para nuestra salvación. Entonces se produce ese encuentro personal con el Resucitado y se le reconoce como el único Señor y Salvador. Y se empieza a vivir de gracia, de pura gratuidad, con el poder del Espíritu Santo. 

»Y es ese amor del Padre, esa salvación del Hijo, ya recibida y sellada por la presencia del Espíritu de Dios derramado en nuestros corazones, la que nos convierte en hijos, libres y felices… ¡y nos hace buenos! Es pasar de vivir como esclavos o como asalariados, como el hijo mayor de la parábola, a escuchar en el corazón “¡hijo, todo lo mío es tuyo…!” Y esa obra la hace el Espíritu Santo.

 
- Se puede estar perfectamente formado en la doctrina de la Iglesia – lo cual es estupendo y necesario- y no vivir una vida cristiana plena. Es posible tener a Dios en la cabeza y no permitir que baje a nuestro corazón, que toque nuestras entrañas. Los fariseos no eran malas personas, eran buenos judíos y fieles cumplidores de la ley de Dios. Pero fueron incapaces de abrirse a la buena noticia de Jesús porque se sentían más seguros en sus conocimientos, sus ritos y sus cumplimientos. 

»La propuesta de Jesús era una aventura loca, de riesgo, pero la mejor a la que uno podría apuntarse, ayer y hoy. Porque el cristianismo no es para los tibios, los mediocres o los miedosos sino para aquellos que aceptan el desafío de seguir a Jesús, tanto al gozo del Tabor como al sacrificio de Jerusalén, siempre a la escucha de lo que Dios – que no envejece, que es nuevo cada día y que no se deja encerrar  en nuestras costumbres- nos pida. Decía Pedro Reyero que todos llevamos un pequeño fariseo dentro y que había que estar atentos para que nos jugara una mala pasada.  

»Si el Señor permite que el tejado de nuestra casa se derrumbe y nos deje a la intemperie – ¡y la vida nos trae muchos derrumbes!- , es para poder construir una “casa más alta” en cada uno de nosotros, para que podamos llegar a esa plenitud a la que él nos destina “abarcando lo ancho, lo alto, lo profundo y comprendiendo el amor de Cristo que supera todo conocimiento…” como nos dice la Carta a los Efesios.    




- La predicación del P. Reyero era fuego que quemaba, viento que descolocaba, luz que disipaba sombras y temores, soplo de vida y resurrección en nuestras pequeñas muertes de cada día. Porque era una predicación ungida por el Espíritu Santo. Y esa unción permanece para siempre. De Jesús dijeron: “¡Jamás ningún hombre ha hablado como este hombre!” Salvando las distancias, yo sigo escuchando hoy palabras parecidas sobre Pedro, no sólo en personas que le conocieron sino de otras muchas que leen o escuchan sus enseñanzas pasados ya muchos años de su fallecimiento. 

»Hay cientos de antiguas casetes o casetes transformadas en Cds o colgadas en internet o transcritas en papel que siguen pasando de mano en mano llevando luz, vida y esperanza a muchos cristianos y también a no creyentes. Como ejemplo diré que recibí una llamada telefónica de una mujer, que yo no conocía, diciéndome que estaba al borde del suicidio cuando cayeron en sus manos unas cintas del P. Reyero que le salvaron la vida.
 

 Los dones del Espíritu Santo en la espiritualidad de Pedro Reyero, O.P (VozdePapel) se puede adquirir aquí en OcioHispano


- La mejor forma de leerlo es despacio, saboreándolo, leyendo y releyendo cada capítulo, casi casi cada párrafo. Y desde luego, con la ayuda del Espíritu, como hacemos al leer la Palabra de Dios. Porque Él es quién consigue que simples palabras escritas en un papel penetren en nuestro corazón y lo transformen haciéndose vida de nuestra vida. 

(Puede adquirir aquí en OcioHispano, por 15 euros Los dones del Espíritu Santo en la espiritualidad de Pedro Reyero)