La Santa Sede acaba de anunciar que en octubre de 2018 se celebrará un sínodo de obispos centrará su trabajo en “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Sin duda una voz experta a la hora de hablar de la vocación es monseñor Felipe Bacarreza, Obispo de la diócesis Santa María de los Ángeles, en Chile, quien ha promovido la búsqueda de vocaciones en su diócesis haciendo tomar conciencia a todos sus feligreses de algo que es básico: “Oren al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38). Dicho y hecho, el obispo ha creado varias capillas dedicadas expresamente a la adoración eucarística y a pedir por las vocaciones. Y el aumento de vocaciones en su diócesis ya ha comenzado.
 
En la siguiente entrevista que reproduce Portaluz el obispo chileno explica que “hay una relación esencial entre la Eucaristía y el sacerdocio, porque sin el sacerdocio no existe la Eucaristía. Pero también es verdad que sin la Eucaristía no existiría el sacerdocio”.


 

- La Diócesis de Santa María de Los Ángeles ha mantenido en los últimos cinco años entre 12 y 15 seminaristas mayores en el Seminario de Concepción. En 2015 tuvimos 15. Si se considera que el número de católicos bordea los 220.000, tenemos un índice de seminaristas mayores por millón de católicos de 68,2, que es el más alto de Chile. Pero estamos todavía muy lejos de tener el número suficiente de seminaristas que permita en el futuro satisfacer las necesidades pastorales.
 
Desde mi llegada a la Diócesis he tenido la promoción vocacional como una de las cinco prioridades pastorales. Es prioritario, porque, aunque tenemos todas las Parroquias provistas, todavía hay muchos lugares donde el pastor no llega más que una vez al mes y los fieles todavía están “como ovejas sin pastor”. Hay una relación esencial entre la Eucaristía y el sacerdocio, porque sin el sacerdocio no existe la Eucaristía. Pero también es verdad que sin la Eucaristía no existiría el sacerdocio. El sacerdote existe en primer lugar en orden a la Eucaristía. Por eso, es claro que donde se promueve la adoración eucarística surgen más vocaciones al sacerdocio. Por otro lado, la única recomendación vocacional que Jesús nos dio es la oración: “Oren al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38), y en estas capillas una de las intenciones permanentes es el aumento de las vocaciones al sacerdocio. Yo atribuyo el número de seminaristas a las Capillas de adoración al Santísimo Sacramento.
 

- La adoración es la actitud de amor, admiración, veneración, gozo, alabanza y profunda humildad que surge en la criatura racional cuando reconoce su total dependencia respecto de su Creador. Por eso la adoración se debe sólo a Dios. El Catecismo nos dice cuál es el resultado de la adoración: “Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza” (N. 301).
 
En la Hostia santa está realmente presente Jesucristo, significado por la apariencia del pan. La sustancia, es decir, la realidad, es Jesucristo vivo y glorioso, tal como está ahora en el cielo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Del pan permanece sólo la apariencia (los accidentes). Adoramos la Eucaristía, porque creemos que es Jesucristo, real y sustancialmente presente, a quien confesamos como verdadero Dios y verdadero hombre. La adoración eucarística es una actitud de fe. Es necesario creer en la palabra de Cristo: “Esto es mi cuerpo” (Mt 26,26). Cuatro de los cinco sentidos, que son los medios que tiene el ser humano para conocer la realidad, aquí nos engañan. En efecto, la vista, el tacto, el gusto y el olfato nos informan que la realidad es pan. Pero no es pan. Por el sentido del oído hemos escuchado la palabra de Cristo: “Esto es mi cuerpo”. Creemos que esta es la verdad y por eso ante la Eucaristía adoramos a Cristo mismo, nuestro Dios y Señor.


 

- La importancia de la adoración eucarística se obtiene de la lectura del Evangelio donde contemplamos a Jesucristo. Él es nuestro Salvador, él está en el mundo para darnos la felicidad verdadera. A quienes venían a él decía: “Dichosos los ojos de ustedes porque ven y los oídos de ustedes porque oyen” (Mt 13,16). En otra ocasión: “Vengan a mí todos los que están abatidos y agobiados y yo les daré descanso” (Mt 11,28). Cuando se transfiguró antes sus apóstoles ellos exclamaron: “Señor, bueno es para nosotros estar aquí contigo” (Mt 17,4). Todas estas afirmaciones de Jesús se realizan en la adoración eucarística.
 
La adoración eucarística –lo dice el Catecismo– es “fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza”. Toda la vida cristiana consiste en imitar a Jesucristo. San Pablo lo dice: “Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,29). En la presencia de Jesucristo, durante la adoración eucarística, se nos transmite esa imagen. Salimos de la presencia de Cristo con el propósito de ser más conformes a él y a su enseñanza. Es importante, entonces, para todo fiel: pero, sobre todo, para los sacerdotes y Obispos.
 

- La expresión “sagrada forma” es un modo de referirse a la Hostia santa. Los católicos no adoramos una forma; adoramos a Cristo, porque él es nuestro Dios y nosotros creemos que está presente en la sagrada Hostia, como se ha dicho más arriba.
 
Jesucristo no dijo que debía hacerse adoración eucarística, con esas palabras. Pero lo que Jesucristo dijo ha conducido a la Iglesia, siempre bajo la guía del Espíritu Santo, a descubrir el valor de la adoración eucarística y a recomendarla incesantemente. Jesús dijo: “Yo y el Padre somos uno… El que me ha visto a mí ha visto al Padre… Yo soy la luz del mundo…” (Jn 10,30) y otras afirmaciones con las cuales nos reveló su divinidad. Él es Dios y digno de adoración. Por otro lado, nos dijo: “Yo soy al pan vivo bajado del cielo… el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo… el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él…” (Jn 6,51.56).Todas estas expresiones alcanzaron su realización cuando, en la última cena, Jesús tomó un pan y dijo: “Esto es mi cuerpo… hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). La Iglesia obedeció este mandato y al hacerlo comprendió –estamos hablando de una experiencia viva– que en ese pan convertido en el cuerpo de Cristo se realizaba la promesa de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Pronto fue necesario conservar parte de ese cuerpo de Cristo eucarístico para llevarlo a los enfermos y alejados. Allí perduraba la presencia de Cristo que consecuentemente comenzó a ser objeto de adoración.




- No puedo indicar una fecha. Pero recuerdo que desde muy pequeño nos enseñaban la importancia de la visita al Santísimo en la Iglesia; y lo hacíamos en el Colegio durante los recreos. Después, cuando fui más grande, tenía ubicadas dos Iglesias que tenían en Santísimo expuesto todo el día: la Iglesia de las Sacramentinas en la calle Santo Domingo y la Iglesia del Colegio Universitario Inglés en la calle Costanera; yo solía ir a una de ellas los sábados en la tarde a hacer largos ratos de adoración. Sentía mucha alegría cuando lo hacía.
 
Cuando ya fui Obispo Auxiliar de Concepción presidía todos los jueves una Hora Santa en la Catedral y formé un grupo de jóvenes para reunirnos los domingos en la tarde a hacer adoración al Santísimo. Se hablaba del “grupo de la Hora Santa” porque participaban también en la Hora Santa de la Catedral. Cuando fui nombrado Obispo de Santa María de Los Ángeles y tomé posesión de la Diócesis, en marzo de 2006, comencé a hacer la misma Hora Santa de los jueves en la Catedral de esta Diócesis. E inmediatamente, comencé a promover la idea de construir una Capilla para dedicarla exclusivamente a la adoración al Santísimo Sacramento expuesto en la custodia. Yo pienso que aquí se realiza esa palabra de Jesús: “Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32).


 

- Desde que llegué a la Diócesis pedí a los párrocos que mantuvieran abiertos los templos todo el día para que los fieles pudieran acceder a Jesucristo presente en el sagrario. Pero, mientras los supermercados y los restaurantes, los bancos y otros lugares públicos estaban llenos de gente, los templos, aunque estaban abiertos, seguían vacíos. Para promover la fe en la Eucaristía y poner un signo importante en la Diócesis de la necesidad que tenemos de Cristo, empecé a promover la edificación de Capillas destinadas a la adoración eucarística. Estas capillas son un lugar donde se adora al Señor y se ora por las necesidades de la Diócesis, de la Iglesia y del mundo. Pero son también una catequesis sobre la Eucaristía, que es el misterio central en la Iglesia. Todo en la Iglesia debe partir de la Eucaristía como de su fuente y todo debe conducir a ella como a su meta.
 
Hasta ahora hemos construido cuatro capillas para la adoración al Santísimo Sacramento en la Diócesis.
 

- Me ha tocado ver varios casos de personas que visitaron la Capilla por primera vez movidos por la curiosidad y allí verificaron la verdad de la promesa de Jesús: “Vengan a mí... Yo les daré descanso” (Mt 11,28); luego se han transformado en asiduos adoradores.
 
Yo percibo que, gracias a estas capillas y al esfuerzo por mantener en ellas viva la adoración al Santísimo, va creciendo en la Diócesis la vida espiritual de los fieles y se va recuperando el sentido de Dios, que como todos sabemos, está muy perdido en nuestra sociedad a causa del secularismo imperante.


 

- En realidad, existe muy poca conciencia del don inmenso que tenemos en la Eucaristía. La Eucaristía es el don más grande que tenemos del Corazón de Jesús. Lo entregó a la Iglesia cuando, en la última cena, después de convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre y darlos a comer y beber a sus discípulos, les mandó: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Los apóstoles, instruidos por el Espíritu Santo, repitieron los gestos y palabras de Jesús y gozaron de la presencia real, sustancial, de Jesús entre ellos, percibida sólo por la fe. Santo Tomás de Aquino lo expresa con su habitual claridad: “En la cruz se ocultaba solamente su divinidad; aquí se oculta también su humanidad. Ambas creyendo y confesando, pido lo que pedía el ladrón arrepentido”. El buen ladrón vio a Jesús crucificado y lo confesó como Dios orando: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino” (Lc 23,42). Nosotros vemos la Hostia santa y creemos y confesamos: “Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre”. Si el buen ladrón escuchó esta promesa: “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43), también nosotros podemos esperar recibir todos los bienes que pidamos a Jesús, cuando lo hacemos en su presencia durante la adoración eucarística.
 
Nosotros –estoy hablando de los mismos católicos– tenemos muy poca conciencia del valor infinito de la Eucaristía. Esto se percibe en el bajo porcentaje de católicos que participan en la Eucaristía dominical. Se percibe también por el escaso número de jóvenes que responden al llamado de Dios al sacerdocio. Se percibe también en el bajísimo número de fieles que visitan a Jesús presente en los sagrarios, tanto que muchos de nuestros templos permanecen cerrados durante el día, como si no conservaran algo de interés. Tenía razón un teólogo luterano que decía: “Yo entiendo lo que los católicos creen respecto de la Eucaristía; pero lo que no entiendo es que creyendo eso –a saber, que está Jesús físicamente presente– le den tan poca importancia”. La adoración eucarística es una profesión de fe viva; es también la catequesis más eficaz sobre la Eucaristía. Los frutos para el país y para el mismo adorador se deducen de esta promesa de Jesús: “Todo lo que pidan con fe en la oración lo recibirán” (Mt 21,22).