Este martes se abrió el plazo de inscripción para la JMJ de Río de Janeiro que tendrá lugar del 23 al 28 del próximo mes de julio, y el número uno de las fichas fue, obviamente, para Benedicto XVI. Pero aunque Brasil calienta ya motores para el acontecimiento, nadie ha olvidado España. Durante todo este mes se han sucedido las remembranzas de aquellos seis días, del 16 al 21 de agosto de 2011, que congregaron en Madrid a dos millones de jóvenes de todo el mundo.

El diario La Croix, propiedad de la conferencia episcopal francesa, también ha recogido testimonios al respecto. Entre ellos, tres muy diferentes, pero unidos por el profundo impacto que causó en sus vidas aquel evento.


Augustin Deney, de 21 años, es quien tiene la historia más impactante que contar, pues no en vano fue uno de los cuatro jóvenes que pudieron confesarse con Benedicto XVI. No da detalles y habla de ello sin presunción alguna y con gran madurez doctrinal: "El sacramento es el mismo que podría haber conferido cualquier sacerdote". Aunque admite que algo sí le marcó para siempre: "Las palabras que el Papa me dijo". Haber sido confesado por el Papa, bromea, le continúa sirviendo de tarjeta de visita para sus familiares y amigos, que le presentan com "el que se confesó con el Papa".

Se deshace en alabanzas al Via Crucis de la Plaza de Colón, por el ambiente, la música, la procesión-desfile: "Todo fue soberbio, un momento espiritualmente muy fuerte, el más fuerte que yo haya visto", confiesa sentado ante una bandera española firmada por amigos que hizo entonces. Si el trabajo que compatibiliza con sus estudios de Ciencias Políticas se lo permite, estará en Río como peregrino.


Constance Grandazzi, de 26 años, nada más volver de Madrid adquirió un mayor compromiso parroquial, en concreto la organización de conferencias, un proyecto que nació durante su estancia en España para la JMJ. Lo compatibiliza con su trabajo en una empresa de asesoría, en la que ingresó nada más terminar su máster en Humanidades.

Se perdió la JMJ de Colonia en 2005, a la que acudieron todos los jóvenes de su parroquia, y tenía una espina clavada que se sacó en la capital de España: "Quería participar para confirmar mi fe. No porque no fuese sólida, sino porque quería tomar la temperatura de la Iglesia".

Durante la peregrinación conoció a jóvenes sirios e iraquíes, y entonces comprendió que lo que para ella era fácil, en otros países implicaba violencia y podía costar la vida. Con Jamil, joven sirio ahora aspirante al sacerdocio, mantiene contacto a través de Facebook. El contacto con los cristianos perseguidos la ha "transformado": "Sabía por los periódicos lo que otros vivían, pero en Madrid comprendí el sentido de la compasión. Hoy asumo mejor mi fe. Ser creyente me hace feliz y no tengo miedo a lo que piensen los demás cuando expreso mis convicciones".


Élise Marchal tenía 17 años cuando se embarcó en la aventura de ir a la JMJ dentro del grupo Los saltimbanquis de Dios, de la diócesis de Cambrai, que cada año representan una obra de teatro itinerante en torno a la fe, como la que hicieron sobre el sacerdote polaco Jerzy Popieluszko, asesinado por el régimen comunista en 1984.

El verano pasado ella y otros treinta compañeros hicieron en minibus 1500 kilómetros en la ruta hacia Madrid, convirtiéndose en una de las atracciones más comentadas por quienes, en el hormiguero de aquellos días, los tuvieron al lado dejando testimonio de su quehacer dramático. Evoca con especial cariño Burdeos, Salamanca... y Madrid: "Tuve la impresión de recibir una fuerza que nunca me podría llegar desde otro lado. Para mí, era evidente: Dios estaba allí".

A su regreso fue duro volver al instituto: "Me sentía atrapada por el curso de la vida", lejos de la efervescencia vivida en Cuatro Vientos. Sin embargo, esa efervescencia se tradujo en responsabilidades: a la vuelta de aquel verano, asumió la dirección de un grupo de oración de diez jóvenes, "una forma de mantener viva la llama de la JMJ". Y en Navidad, sus compañeros de Los saltimbanquis de Dios y ella hicieron un retiro en un monasterio belga.

Ahora hay en un su futuro "un gran punto de interrogación", afirma enigmáticamente: "Espero encontrar nuevas formas de vivir mi fe. Parto hacia lo desconocido. Pero tengo confianza".