Benedicto XVI desafió a ser santos a los 35 mil jóvenes, reunidos en la noche de este sábado en una vigilia de oración en la Feria de Friburgo.

Al visitar la ciudad del sudeste alemán en su tercer día de peregrinación apostólica, el Papa invitó a los chicos y chicas a no tener miedo de las renuncias y sacrificios por amor.

“Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y quedaros al final, por así decirlo, con las manos vacías”, les aseguró.


“Tened la osadía de ser santos ardientes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así luz al mundo”, les dijo.

Y concluyó su discurso con el lema que ha tomado para esta visita: “Dios es vuestro futuro”.

La vigilia, que recordó en muchos aspectos a una Jornada Mundial de la Juventud, se vivió bajo el signo de la luz. En el centro, pudo verse la imagen de Cristo, luz del mundo, que entregó a sus discípulos la misión de ser luz del mundo.

Nueve jóvenes ofrecieron su testimonio de relación personal con Jesucristo ante el Papa, evocando figuras de santos, hombres y mujeres que han sido luz del mundo y que han suscitado grandes movimientos religiosos y comunidades, en las que los jóvenes ha encontrado una patria espiritual.


Como signo visible del mandamiento recibido de Cristo, el Papa encendió durante la vigilia antorchas cuya luz procedía de la gran llama central que simbolizaba a Cristo. Los jóvenes, a continuación, llevaron la llama a la muchedumbre. Cada quien iluminó su vela, símbolo tomado de la liturgia pascual que invita a llevar la luz de Cristo a los demás con la propia vida.

Tras la lectura del pasaje evangélico de Mateo (5, 1316), el Papa recordó que los “esfuerzos humanos” o “el progreso técnico de nuestra época”, no pueden llevar la luz al mundo. Sólo Cristo resucitado de los muertos es una luz “más fuerte que la oscuridad”.

“La luz no se queda sola. A su alrededor se encienden otras luces. Bajo sus rayos se delinean los contornos del ambiente, de forma que podemos orientarnos”, siguió diciendo el Papa. “No vivimos solos en el mundo. Precisamente en las cosas importantes de la vida tenemos necesidad de otras personas”.

“No estamos solos en la fe, somos eslabones de la gran cadena de los creyentes --aseguró a los chicos y chicas que le escuchaban--. Nadie llega a creer si no está sostenido por la fe de los otros y, por otra parte, con mi fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya”.



El obispo de Roma reconoció que “sigue habiendo guerras, terror, hambre y enfermedades, pobreza extrema y represión sin piedad. E incluso aquellos que en la historia se han creído ‘portadores de luz’, pero sin haber sido iluminados por Cristo, única luz verdadera, no han creado ciertamente paraíso terrenal alguno, sino que, por el contrario, han instaurado dictaduras y sistemas totalitarios, en los que se ha sofocado hasta la más pequeña chispa de humanidad”.

“Llegados a este punto, no debemos silenciar el hecho de que el mal existe. Lo vemos en tantos lugares del mundo; pero lo vemos también, y esto nos asusta, en nuestra vida”.

“Algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres. ¿Cómo puede entonces decir Cristo que los cristianos, y también aquellos cristianos débiles y frecuentemente mediocres, son la luz del mundo?”, se preguntó el Papa.

“Cristo no se interesa tanto por las veces que vaciláis o caéis en la vida, sino por las veces que os levantáis”, respondió el Papa dirigiéndose a sus “queridos amigos”, los jóvenes.

“No os llama porque sois buenos y perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros amigos suyos --concluyó--. Sí, vosotros sois la luz del mundo, porque Jesús es vuestra luz. Vosotros sois cristianos, no porque hayáis cosas especiales y extraordinarias, sino porque Él, Cristo, es vuestra vida. Sois santos porque su gracia actúa en vosotros”.