En el debate sobre el sacerdocio, es necesario reconocer «la indiscutible necesidad de que toda forma de existencia sacerdotal tenga un contenido profundo, nítido, vibrante y no adulterado: Cristo conocido, Cristo vivido, Cristo comunicado», considera el cardenal Antonio Cañizares Llovera.

El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, intervino con estas palabras en el congreso «A imagen del Buen Pastor», que se celebró este martes en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma, en la víspera del congreso mundial de presbíteros que clausura el Año Sacerdotal, informa Zenit

Si en el fundamento del sacerdocio tiene que estar Cristo, aclaró, entonces «en el sacerdote no hay lugar para una vida mediocre».

«No debería haber lugar nunca y mucho menos en el momento actual, en el que es tan necesario mostrar la identidad de lo que somos y dar así razón de la esperanza que nos anima».

«El sacerdote debe ser como Cristo. Debe ser santo. La santidad sacerdotal no es un imperativo exterior, es la exigencia de lo que somos". De hecho, sin la santidad sacerdotal "todo se derrumba».


El cardenal expresó «admiración, reconocimiento y gratitud a los sacerdotes», recordando a los que le han ayudado «a ser lo que soy y que de ningún modo merezco ser: un sacerdote, sencilla y gozosamente un sacerdote».

«Doy las gracias, por ejemplo, a ese gran santo sacerdote de mi pueblo, durante 45 años, que entre las numerosas manifestaciones de su caridad de buen pastor fue capaz de dejar su casa a los apestados», «y cargó a espaldas a los muertos para darles digna sepultura».

«Doy las gracias al sacerdote ejemplar y apostólico que me llevó al seminario y me orientó a través de ese camino que ha llenado de alegría mi vida».

«Quiero dar las gracias a tantos sacerdotes que están dedicando toda su vida a las misiones, a los países más pobres y al servicio de los más pobres, de los que nadie se preocupa», «los numerosos sacerdotes que trabajan en el anonimato de las ciudades, que tienen que afrontar dificultades generadas por una corriente de secularización fortísima, y cambios de mentalidad debidos a una nueva cultura».

Su reconocimiento se extendió también a los presbíteros que «desempeñan su propia tarea y servicio pastoral en los suburbios y pueblos, que con frecuencia tienen la sensación de ser olvidados y estar aislados, de no saber qué hacer, pero que muestran siempre que Dios se encuentra en lo que es pequeño y en lo que no cuenta a los ojos del mundo».

«No os echéis para atrás ante el duro trabajo del Evangelio -dijo a los sacerdotes-. Nuestra vida sacerdotal vale la pena; somos necesarios. ¡Ánimo! ¡Adelante!».

«¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final! Sabed ver en él ese tesoro evangélico por el que vale la pena darlo todo. Y a todos los demás pido reconocimiento, ayuda, comprensión, colaboración y oración por los sacerdotes».