Con el inicio del año son muchos los que hacen propósitos para realizar durante los 365 días de 2019 que están por delante. Muchos de ellos tienen que ver con hacer deporte para cuidar el cuerpo, aunque también se puede aplicar para la vida espiritual y la mejora de las virtudes. 

¿Sabías que hacer deporte y llevar una vida sana proporciona una gran oportunidad para mejorar nuestras virtudes? La capacidad de esfuerzo, la constancia y las habilidades que se ejercitan haciendo deporte pueden ser igualmente muy validas llevándolas a la vida espiritual.

Dios da una gran oportunidad de vivir los virtudes a través del cuerpo día a día. Entrenar las cuatro habilidades elementales (fuerza, velocidad, resistencia y flexibilidad), no solo ayuda al bienestar físico, también al espiritual. Estos ejercicios tienen su equivalente en la fe.

La mortificación y la disciplina se pueden vivir de muchas formas, como ayunando, con duchas frías o con oración, por dar algunos ejemplos. Pero la mortificación y la disciplina también pueden afectar al bienestar físico y mental, tomando un papel importante en el cuidado del cuerpo, el "templo del Espíritu Santo", explica OurSundayVisitor en un interesante reportaje.

Miedo al compromiso y al sufrimiento
Entonces, ¿por qué la gente no hace más deporte? ¿Por qué no se mueve más? Lo que ocurre es que teme comprometerse a hacer algo que seguramente sea duro, conlleve mucho tiempo y sufrimiento, y además no parezca tener un final próximo.



Durante este tiempo de Cuaresma, por ejemplo, muchos se plantean sus sacrificios como si fueran propósitos de Año Nuevo. Es verdad que si el chocolate o los cigarrillos te tienen atrapado, ¡hay que deshacerse de ellos! Pero durante la cuaresma (y todo el tiempo) no se puede desaprovechar la oportunidad de integrar el cuerpo y el alma que Dios ha regalado a la humanidad.

Las dos caras de la misma moneda
Cuerpo y alma no deben competir.  Hay católicos que relativizan, por ejemplo, que cenar tarta y helado es bueno porque “lo físico es menos importante que lo espiritual”. Huyen del esfuerzo físico diciendo: “A Dios no le importa mi aspecto”.

Por otro lado, puede haber gente gente que no parece tener tiempo para ir a misa los domingos, pero si que encuentra una hora cada día para hacer ejercicio. Hacen sus tablas de entrenamiento sin saltarse ninguna actividad, pero con todo ello están “demasiado ocupados” para Dios.

La realidad es que ambos grupos hacen lo que los humanos saben hacer mejor: servirse a ellos mismos. En la vida, Dios permite el sufrimiento para purificar el alma, y hay que aceptar el sufrimiento, no huir de él.



Hay cuatro habilidades principales a entrenar, y cada uno de esos entrenamientos da una oportunidad para mortificar el cuerpo y fortalecer el alma. Con un buen entrenamiento, pueden convertirse en superpoderes.

1. Fuerza
Desde el principio, el libro del Génesis cuenta que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, para compartir el acto de creación, para dominar la tierra y subyugarla. Dios no ha dado esa capacidad para no utilizarla. Llevar el cuerpo más allá a base de ejercicio puede incrementar la fuerza y disminuir las lesiones.

Los músculos están activos cada minuto de cada día. Si se hacen más fuertes, la vida “física” será más fácil, más relajada y más entretenida. Cuanto más se desarrollen los músculos, habrá menos posibilidades de sufrir una lesión. Lo mismo ocurre con el alma; cuanto más ejercitamos el carácter, más fácil es no caer en tentaciones. Aunque sigan llegando, no nos controlan.

2. Velocidad
Entrenar la velocidad desarrolla la habilidad para hacer una actividad física intensa en un corto periodo de tiempo. Físicamente, ejercita los pulmones, el corazón y las fibras musculares como ningún otro tipo de entrenamiento.

Correr, por ejemplo, facilita la pérdida de peso, cambia la composición del cuerpo y mejora las funciones cardiovasculares. Aun así, casi nadie lo hace. ¿Por qué? Quizá porque es muy agotador. Se enfrenta directamente con el deseo de comodidad, mínimo esfuerzo y vida fácil. La experiencia muestra que la lucha contra las tentaciones se recrudece cuando la gracia está a la vuelta de la esquina, por lo que no se debe dejar de entrenar la velocidad para evitar caer frente a las tentaciones.

3. Resistencia
En la vida siempre habrá momentos de gran dificultad que debilitarán la fe en Dios y en la humanidad. Entrenando la resistencia muscular y cardiovascular se ejercitan también la paciencia y la voluntad.



4. Flexibilidad
El ser humano posee dos facetas: la que se adecúa a la verdad objetiva y la que se guía por el amor y la compasión. Hay gente que se guía más por la verdad pura, sin tener en cuenta los sentimientos, y otra que se guía solamente por estos. Ambas facetas pueden convivir en equilibrio gracias a la flexibilidad. Además, entrenar esta habilidad ayuda a mejorar las funciones musculares y a prevenir lesiones.

Estas cuatro habilidades (fuerza, velocidad, resistencia y flexibilidad) se ubican dentro de la “trinidad de entrenamiento”, que ayuda a profundizar más en el ámbito espiritual. Esta “trinidad” es la unión de hacer ejercicio, un descanso adecuado, y una alimentación saludable.

        -Ejercicio: que es la mortificación que purifica tanto el cuerpo como el alma.

        -El descanso: tanto alma como cuerpo necesitan descansar si quieren seguir creciendo. Algunos santos dicen que la oración es “descanso en el Señor”. Huelga decir que el descanso sana los músculos y refresca el alma.

        -Alimentación: es creer en la Eucaristía. ¡Eres lo que comes! Eso es lo que creemos los católicos. Una correcta alimentación proporciona los medios para seguir adelante y mantener el “templo del Espíritu” en pie.

Una última cosa de la que vale la pena acordarse es que la “trinidad de entrenamiento”, además de los beneficios de cada una de sus partes, proporciona también un beneficio común que se suele olvidar: cuidando del cuerpo, mostramos respeto por el Dios que nos hizo a su imagen y semejanza y que tanto nos ama.

Artículo adaptado cuyo original se publicó en ReL el 28 de marzo de 2018