Tintín, el joven periodista con alma de scout que ha hecho las delicias de miles de niños en todo el mundo, vio la luz en 1929 en el diario «Le Vingtième Siècle». Allí empezó sus aventuras como corresponsal en «El país de los soviets» y recorrió todo el globo con la divisa permanente de luchar contra las injusticias.

Por sus venas de papel corre mucho más que tinta de cómic. Su modo de actuar, de afrontar las dificultades y de apostar por la utopía de un mundo mejor y más justo, hacen de Tintín un auténtico «héroe cristiano», según afirma Joan Manuel Soldevilla en su obra «El Abecedario de Tintín». Y es que este joven audaz y descarado, que recorre el mundo acompañado de su fiel amigo Milú, bebe de las fuentes cristianas de su creador belga Georges Remí, más conocido por el seudónimo de Hergé. Por eso, según Soldevilla, Tintín es «un héroe cristiano, un verdadero scout que ejerce de periodista y que se enfrenta a las injusticias» en todas sus aventuras.

Cuando Remí se unió al movimiento de los Boy Scout en 1921, con tan sólo 14 años, no podía ni imaginar que de su pluma iban a salir personajes tan conocidos e influyentes para millones de niños como el capitán Haddock, Hernández y Fernández y el profesor Tornasol, compañeros inseparables del adolescente del mechón rubio. Sin embargo, a lo largo de esta experiencia, Hergé si iba empapando de los valores del cristianismo al tiempo que recorría países como España, Suiza, Austria o Italia.

De este modo, en la personalidad de Hergé se perfilaban los objetivos que más tarde caracterizaron la propia personalidad de Tintín: un ansia por entrar en contacto con otras culturas, siempre de forma respetuosa; la búsqueda de la utopía de un mundo más justo, libre y pacífico, y el valor para enfrentarse a situaciones desconocidas que exigían una auténtica devoción por la aventura.

Pero Tintín no nació precisamente en un momento fácil para ser abanderado de estas causas. Sus primeros pasos los dio en 1929 - justo cuando Europa comenzaba a sentir la presencia del autoritarismo fascista y nazi- en las viñetas del periódico belga «Le Vingtième Siècle». Su director, el sacerdote y periodista Norbert Wallez, pronto confió en él para representar las aspiraciones de una juventud europea cada vez más dividida y presa de la tensión política.

Por eso, su primera misión fue en la Unión Soviética. «Tintín en el país de los soviets» supuso la primera gran aventura del personaje de cómic y una descarada denuncia del régimen comunista. Cuando diez años más tarde, en 1940, la editorial Casterman se hizo con los derechos de publicación de todas sus obras, el propio Hergé quiso que ésta no fuese reeditada para no avivar más el odio entre los bloques. Al parecer no logró su objetivo de restablecer la concordia entre los ciudadanos, pero sí consiguió que esta primera historieta se convirtiese en todo un mito para los «tintínmaníacos». A ésta historia no tardaron en seguirle otras dos: «Tintín en el Congo» y «Tintín en América», donde el reportero del «Petit Vingtième » lucha contra los mafiosos de Al Capone, primero para desarticular una red de tráfico de diamantes y luego para eliminar la violencia de las calles de Chicago.

En ambas situaciones, por supuesto, el joven periodista sale victorioso. Pero después de su vuelta de América, Tintín no encuentra, precisamente, una Europa en paz. Por eso, tras la llegada de Hitler al poder y las reiteradas amenazas para los países aledaños, el periodista belga decide viajar a Egipto en busca de «Los Cigarros del Faraón». Después de un recorrido plagado de peripecias por Extremo Oriente, Tintín luchará contra el tráfico de opio y una banda de traficantes. Una vez más, Hergé plasmaba en las páginas de sus cómics los valores cristianos que él mismo vivía. En sus siguientes aventuras, «El Loto azul», «La oreja rota», «La Isla Negra» y «El centro de Ottokar», Tintín apuraba el tiempo antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial. Tanto es así que en ésta última, «Tintín en el centro de Ottokar », Hergé hace un paralelismo con la anexión de los nazis sobre Austria aunque, sobre las páginas, el Anschluss soñado por Hitler no llegaba a consumarse.

En cuanto estalló la guerra, en 1940, Ediciones Casterman redujo el número de páginas de los álbumes de Tintín por las restricciones de papel que conllevaba el conflicto. Pero no fueron las únicas limitaciones a las que tuvo que hacer frente Hergé. Sus editores le pidieron una menor implicación política del personaje, aún a costa de sacrificar su espíritu combativo.

A pesar de que podía correr peligro al hacerlo - los nazis sospechaban del trasfondo de libertad que se econtraba en todas sus obras-, en 1941 Tintín volvió a pisar las estanterías de una Bélgica ocupada por el totalitarismo alemán con «El Cangrejo de las pinzas de oro », aventura en la que por primera vez aparecía un alcohólico capitán Haddock. Más tarde, obviamente, Tintín consiguió que su nuevo compañero se reformase en sus costumbres. Tres títulos más pudo publicar Hergé antes de que el mando aliado liberase Bélgica y pusiera bajo sospecha a quienes habían trabajado en medios de comunicación durante la época nazi. Una vez más, Hergé volvía a estar en la picota por defender de forma constante sus ideales, esta vez por las sospechas que levantaba en los aliados.

Sin embargo Tintín siguió luchando valientemente contra la corrupción, el racismo, la tiranía y la opresión a lo largo de otras 15 aventuras, incluida la obra inconclusa en la que su creador trabajaba en el momento de su muerte («Tintín y el Arte Alfa»). Todo un ejemplo de coraje y valentía que hace de éste héroe de cómic un católico comprometido con la verdad y la libertad...y sin descuidar un ápice de diversión. Un buen regalo, sin duda, para pedirle a los Reyes Magos...