Este matrimonio riojano formaron una familia cimentada en los valores cristianos. Sus hijos han recuperado su legado en el libro «Juan y Áurea, un testimonio fecundo» (Ediciones Scire), coordinado por uno de ellos, José Martínez de Toda. «Mi padre decía que los hermanos éramos diversos como los dedos de la mano. Somos doce, más que los dedos de la mano, y esto ha llevado a la diversidad de carismas, pero todos con una gran fe y práctica religiosa », explica José.

Tanto es así que la mayoría de los hermanos optaron por la vida consagrada. Cristina, Ángela, Andrea y Carmen son ahora Hijas de la Caridad; Silvina, Concepcionista Franciscana; mientras que Valentín y José eligieron la Compañía de Jesús. Para todos ellos fue determinante «la vida ejemplar y cristiana » de sus padres a la hora de discernir sus vocaciones. Juan y Áurea eran personas «sencillas, comunes y corrientes como los demás ». Su excepcionalidad radicaba en su fe robusta, su devoción a la Eucaristía, sobre todo a través de la Adoración Nocturna -una organización instituida por Hermann Cohen en Francia (1848)y su vinculación permanente a la vida parroquial y sus diversas actividades. Una fe sin ñoñerías.

En cambio, su testimonio de fe se vivía principalmente en casa. Así lo recuerda Carmen: «Son inolvidables para mí no sólo el rezo del rosario por la noche todos alrededor de la mesa, el ejemplo de la comunión diaria, la visita al sagrario de la parroquia o las oraciones que de forma espontánea rezaba mi madre... sino toda su vida. Ellos convencían ».

Por su parte, Feli, la más pequeña, señala que transmitieron la fe a través «del amor que se tenían el uno al otro y el que nos demostraban a nosotros ». De hecho, Carmen asegura que la fe de Juan y Áurea «no era nada ñoña ni acaramelada, sino que era vivida desde lo cotidiano, en la enorme responsabilidad de tener que sacar adelante una familia numerosa en tiempo de escasez y con los coletazos de la Guerra Civil».

Juan y Áurea tuvieron que educar a sus hijos en una época especialmente dura en la historia de España. «El Gobierno exigía una especie de - contribución- a los labradores en la penuria de la posguerra y Juan y Áurea ya tenían 12 hijos en 1941. ¿Cómo alimentar aquella familia numerosa? », se relata en el libro. Para evitar las confiscaciones, escondían el trigo y la harina entre las paredes de la casa o en el palomar y cocinaban el pan por la noche para que, con la oscuridad, se disimulara el humo. Pero, a pesar de todas estas adversidades, Ángel, padre de cuatro hijos, asegura que todos «los problemas se minimizaban gracias a la fe que tenían ». La influencia que ejercieron Juan y Áurea en la vocación de sus hijos fue siempre indirecta, ya que nunca empujaron a ninguno de ellos a ser sacerdotes o religiosas. «Los padres en esto siempre respetaron la última decisión de sus hijos y nunca se opusieron a ella. Pero con frecuencia manifestaron su satisfacción por tener siete hijos religiosos y cuatro de ellos misioneros », explica Cristina en el libro. Los hijos que no siguieron la vida religiosa se casaron y formaron una familia siguiendo el ejemplo de sus padres. «Entre los hermanos seglares hemos tenido el ejemplo de nuestra hermana mayor, Paulina, que estuvo 18 años junto al marido enfermo e inválido en el lecho de su casa; Crispín, juez de paz en Badarán; Juan, que llevó el ser sordomudo con serenidad y alegría; Ángel, alcalde por dos períodos lectivos, y Feli, feliz madre de familia », describe José. Ahora, «la apoteosis familiar se da cuando nos reunimos en Badarán en verano. Es una vuelta a las raíces », reconoce José.