Cuando Gonzalo Altozano le pide que lea o recite sus poemas, parecería que Juan de Dios Pizarro llevase toda la vida componiéndolos. En realidad empezó a los ochenta años -ahora tiene 84-, pero sintetizan (porque "casi todos están dedicados a Dios y a la Virgen para compensar las blasfemias, la mala vida y la corrupción que les ofenden") el sentido que ha dado a su vida desde muy pequeño.


"¡Qué feliz era yo en aquel hogar cristiano!", recuerda Juan de Dios al repasar su infancia. Su padre era carnicero, sus hermanos (cuatro, más uno que murió pequeño) trabajaban en el campo y él, "como no podía ir a ningún sitio", estudiaba.

No podía ir a ningún sitio porque nació sin pies ni manos: "Pero yo no me daba cuenta de eso por el cariño de mi familia. Ellos fueron mis pies y mis manos". Y luego está la fe que le inculcaron: "Es la que me ha tenido en pie. Me enseñaron el amor a Dios y al prójimo", confesó este sábado en No es bueno que Dios esté solo (Intereconomía TV).


Hoy, en caso de descubrirse la anomalía con la que vino al mundo, habría podido ser asesinado antes de nacer: "Pero si mis padres me hubiesen matado, habrían matado a mis hijos y a mis nietos", dice, recordando los que han venido tras su matrimonio con Belén.

Frente a ese descubrimiento moderno del aborto eugenésico, él sabe que todo lo que nos viene tiene una explicación: "Y cuando Dios manda una cosa, manda también el remedio". Nunca le ha reprochado sus limitaciones físicas: "Nunca renegué de Dios, le bendigo hasta la muerte. Todo lo que hace Dios lo hace por el bien de la persona, no para darle castigo. Dios es muy bueno, vino a dar su sangre por nosotros".

Hay cosas peores que una malformación: "El que se aparta de Dios lleva la cruz más pesada. Es mejor el dolor que la diversión mala y saltarse los mandamientos, porque eso luego se paga y la conciencia te pide cuentas".




Así que él no sufría con su situación, de la cual, gracias al apoyo familiar, apenas fue consciente hasta los doce o catorce años. Entonces comprendió el dolor de Remedios, su madre, a quien dedicó uno de sus poemas: "Yo para ti siempre fui pena, / tú para mí siempre alegría".

Juan de Dios va a misa en silla de ruedas casi a diario: "Para que Dios no sufra tanto con tanta gente que le odia". Y reza los quince misterios del rosario completo todos los días, cinco de ellos junto con Belén: "Por los que no lo hacen". No le resulta aburrido repetir ciento cincuenta veces el avemaría: "Me sienta como un alimento, casi como la comunión".


A su edad, no teme a la muerte: "¿Por qué, si te libera de los sufrimientos de este mundo? Además, quien teme a Dios no teme a la muerte". Y él siempre Le ha amado, incluso -o sobre todo- en la "noche oscura" que vivió a los dieciocho años: "Unas pruebas duras" que no podía compartir con nadie, porque donde él vivía no había cura permanente. Hasta que un día "Dios abrió el cielo y vi la luz", y desde entonces se ha consagrado a él día y noche.

Organizó en su pueblo la Asociación Los Sagrados Corazones, e invitaba a su casa a los chicos para instruirles en la doctrina cristiana. Hoy lo hace con quien se acerque a sus versos, sencillos y populares de expresión, bien rimados, de una honda teología que se resume en una idea: "La dignidad no está ni en las manos ni en los pies. Está en el corazón, en tener en él a Dios". No había más que verle y escucharle para saber que hablaba por experiencia.