Don Mariano Fazio, sacerdote argentino elegido hace unos meses Vicario General de la Prelatura del Opus Dei, es entrevistado por el periodista Pablo Ordaz, del diario laicista radical «El País». Publicamos algunos extractos.


-El balance es muy positivo. El papa Francisco ha introducido oxígeno a la Iglesia, que salía de un periodo complicado. Transmite la esencialidad del Evangelio. El oxígeno en gran parte se debe a la coherencia del papa Francisco, que hace lo que dice.


-Los medios de comunicación han subrayado mucho las “aperturas” del papa Francisco, pero tal vez no han subrayado suficientemente las exigencias que trae una vida de acuerdo con el Evangelio. En la media en que se señalen las exigencias quizás se acabe un poco la luna de miel de este pontificado, pero es una consecuencia no de un error de Francisco sino de la misma naturaleza de las cosas.


Lo conozco desde el año 2000. Desde el primer momento hubo una gran sintonía. En la asamblea general del episcopado latinoamericano de Aparecida (Brasil), donde convivimos 21 días y terminamos tuteándonos. Tengo la esperanza de que mi relación sea de amistad.


-Creo que está siguiendo el ejemplo de Jesucristo que vino a salvar a todos, pero en particular a los enfermos, a los pecadores… Todos somos pecadores. Me parece que no solo es bueno sino que es necesario. Yo no solo no condeno sino que aplaudo.


-Está en plena coherencia con lo que dice San Pablo: solo Dios juzga. Esa frase no implica relativismo, sino respeto total y absoluto por cada persona. Que el Opus Dei comparte porque forma parte de la doctrina cristiana. Lo que el Papa completa la frase diciendo que está en contra de los lobbys. Cuando el tema de la orientación sexual se convierte en ideología y en presión social, ahí sí hay elementos criticables.


-La percepción de que el Opus Dei es elitista me parece que es propia de una visión burguesa. Lo pueden decir las clases medias y altas de Madrid o París, que quizá no conocen la realidad de tanta gente humilde y cercana al Opus Dei que vive en las periferias de estas ciudades. La percepción que se tiene en Kinshasa o en los suburbios de Guatemala, de Argentina, Paraguay o Bolivia es totalmente diferente. Allí tenemos muchas labores apostólicas hacia los últimos, una de ellas nos la encargó el cardenal Bergoglio en Buenos Aires. Con lo cual no creo que sea una ­percepción generalizada, aunque me doy cuenta de que en muchos medios de comunicación que pertenecen a esta perspectiva burguesa se pueda tener esta visión.


-No… Decía San Josemaría: de 100 almas, nos interesan las 100. O sea, también nos hemos ocupado de los intelectuales, de lo que hoy se podría llamar clases dirigentes, precisamente porque nos interesan las 100 almas, y si logramos que las personas que toman decisiones en la sociedad sean coherentemente cristianas habría mucha menos pobreza en este mundo, mucha menos desigualdad, menos cultura del descarte. Yo participé en la redacción del documento de Aparecida y allí se dice: a la luz de la opción preferencial por los pobres es necesario que la Iglesia evangelice a las clases dirigentes.


-Estoy de acuerdo con él en que todavía no hemos descubierto todas las consecuencias del genio femenino en la Iglesia. Hay muchos lugares en la Iglesia que no implican la ordenación sacerdotal donde la mujer podría estar más presente


-En primer lugar, son más las mujeres que los hombres. Luego, hay una total igualdad entre varones y mujeres en lo que respecta a sus roles sociales, también dentro de la Obra. San Josemaría tuvo que luchar en los años 50 para que la Santa Sede aprobara que las mujeres pudieran hacer también estudios de filosofía y teología y que pudieran asistir a las universidades pontificias. Y recibió continuas negativas hasta que al final accedieron. Yo no percibo que se minusvalore a la mujer en la Obra.

(Puede leerse la entrevista completa aquí en El País)