Phuong Le tenía sólo 10 años en abril de 1975 cuando oyó a su padre, general de división del ejército survietnamita, decir a su madre: “Estamos perdiendo Vietnam.”

“Mi padre le dijo a mi madre que tal vez no volveríamos a verle y que seguiría luchando hasta el final”, cuenta Le al Register.

No vio a su padre, el general Le Minh Dao, durante 17 años. Fue hecho prisionero después de la victoria militar de Vietnam del Norte y su numerosa familia también sufrió condiciones brutales de encarcelamiento antes de que pudieran huir del país y emigrar a los Estados Unidos.

Ella atribuye la supervivencia de todos ellos a una serie de "milagros", coronados por la conversión al catolicismo de la mitad de su familia.


El general Le Minh Dao comandó la 18ª división que defendió Saigón hasta el último momento. Se convirtió al catolicismos durante sus 17 años en prisión.

La dramática historia de Le, que incluye el exilio y la separación de la familia, recuerda a las historias de muchos emigrantes vietnamitas que encontraron un refugio seguro en Estados Unidos después de la caída de Saigón el 30 de abril de 1975. Muchos de ellos fueron ayudados por las iglesias católica y protestantes, que les ofrecieron un hogar, acceso a la educación, trabajo y otros servicios sociales.

Esta ayuda tuvo correspondencia: hoy, 500 sacerdotes nacidos en Vietnam sirven a la Iglesia en este país y el 12% de los hombres jóvenes que están siendo formados al sacerdocio proceden de Vietnam, según datos de la Conferencia Episcopal estadounidense.

La tragedia persiguió insistentemente a muchos refugiados, especialmente a las decenas de miles de “boat people” que se enfrentaron al mar enfurecido y a los piratas tailandeses en su huida del régimen comunista. Los niños vieron a parte de su familia morir en el mar y a otros familiares ser capturados por los piratas, ser violados y vendidos para la prostitución.


Las condiciones de la huida por mar de cientos de miles de vietnamitas que huían del comunismo fueron en ocasiones terroríficas.

Los católicos survietnamitas, incluyendo el casi medio millón que según las estimaciones vive en los Estados Unidos, nunca han olvidado los acontecimientos históricos y las luchas personales de este periodo. Pero recuerdan también los "milagros" que les permitieron, a ellos como a sus seres queridos, sobrevivir contra toda lógica y nutrir su fe en las horas más oscuras.

Rose Phan, que ahora tiene 56 años, era una adolescente que estudiaba en un colegio católico en Saigón cuando la capital cayó en manos de los norvietnamitas.

“Había caos en las calles y celebraban la victoria con tiros”, relata Phan al Register: “Todo sucedió muy rápido. Sin que nada se verbalizara, todos podíamos sentir que todo había cambiado”.

Su padre, un converso al catolicismo y hombre de negocios de éxito hecho a sí mismo desde un inicio muy humilde, sobornó a alguien para que le consiguiera un bote para escapar. Pero fue traicionado y le metieron en la cárcel donde, dice Phan, fue torturado.

En 1976 su padre fue enviado de vuelta con su familia y planificó otra huida que incluía a “94 personas, incluidos bebés, jóvenes y mi bisabuela”.


Para los que sobrevivieron a los botes, la llegada a tierra fue el inicio de una vida nueva, pero no pudieron olvidar el drama vivido.

Un día lluvioso el grupo se ocultó cerca del río, a unas pocas horas de Saigón. “El bote más grande, necesario para el viaje más largo, nunca apareció. Mi padre temió que algo había ido mal, pero decidió seguir adelante, utilizando los dos botes que teníamos. Era un gran líder. Todo lo que hacía lo hacía por el bien de los otros”.

Esos dones se pusieron a prueba en ese momento, cuando el grupo se embarcó en un viaje peligroso con comida insuficiente y con el miedo de morir de hambre o sed. Fue entonces cuando la joven y asustada refugiada sintió la mano de la Providencia. “Hubo una gran tormenta inmediatamente después de que nos quedáramos sin agua y, mirando atrás, puedo ver que ese fue el primer milagro”, dijo: “Me agarré al borde del bote para no salir despedida mientras trataba de sujetar un contenedor para coger agua. No sé cómo sobreviví a las tempestades”.

A continuación fueron hechos prisioneros por  norvietnamitas a bordo de un guardacostas. Pero, de nuevo, una serie de rápidas decisiones y soluciones afortunadas tuvieron como resultado que los refugiados tomaran el control del barco y llegaran a Tailandia sanos y salvos.

Después de dos meses en un campo de refugiados, la familia emigró a los Estados Unidos en agosto de 1976, asentándose en el sur de California.


Mientras estudiaba en la UCLA (Universidad de California Los Angeles, ndt), Rose conoció a su futuro marido, Minh Van Phan, que había huido de Vietnam del Sur en el momento en que los comunistas se preparaban para tomar Saigón.

Phan tenía sólo 6 años cuando fue testigo de la ejecución de su padre, un católico devoto, ante la casa familiar en la aldea de Hoa An, en el centro-sur del país.


Redentoristas en Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón. El gobierno vietnamita mantiene una política religiosa que alterna la tolerancia con una persecución soterrada o abierta, según momentos y zonas.

Era el año 1963 y la familia -los únicos católicos de la aldea- eran el objetivo de los comunistas locales: “La última conversación que oí antes de que mi padre fuera asesinado fueron sus palabras ‘Reza a la Virgen María’. Entonces nos escondió a mi hermana y a mí debajo de la cama, desde donde vi lo que ocurrió”.

Después de que los agresores abandonaran la casa, Phan salió de su escondite: “Sacudí a mi padre. No se movió”. Ese momento de dolor agudo ensombreció su primera juventud, mientras estudiaba en el colegio-seminario de los Hermanos Cristianos (Hermanos De La Salle). Su hermana trabajaba en el consulado de los Estados Unidos y le mantenía informado del imparable avance de las tropas norvietnamitas.

La familia abandonó Vietnam del Sur cinco días antes de la caída de Saigón y se instaló en California. Tras su matrimonio con Rose, la pareja tuvo hijos y creó y vendió varias empresas de éxito.

En 1999, un retiro de los Cursillos revitalizó su fe católica y finalmente Phan pudo aceptar la muerte de su padre. En el año 2000 volvió a la aldea donde había muerto su padre. “Ví la misma casa y el mismo cocotero donde mataron a mi padre”.

Hoy está en paz y agradecido a Dios y a los estadounidenses por el flujo de ayuda que él y otros refugiados recibieron cuando llegaron a este país.

Este año Phan empieza el programa de diaconado de la diócesis de Orange, en California. Pero ni él ni su mujer se olvidan del mundo que dejaron atrás en Vietnam, y siguen encontrando inspiración en la fe y valentía de sus padres.


Pero volvamos a Virginia. Le recuerda también la época cuando todo cambió. Sus palabras también evocan el profundo deseo que sentía por ahondar en la figura de su padre desaparecido, el general de división que tomó la fatídica decisión de permanecer en el país tras la caída de Saigón.

Su padre había insistido en que su familia permaneciera en Vietnam, por lo que su mujer y sus nueve hijos permanecieron allí, mientras los helicópteros evacuaban a los residentes desde la base militar donde vivían. “Los comunistas nos quitaron nuestra casa porque pertenecía a un oficial survietnamita. Perdimos todo”, recuerda ella.

La familia, budista, rezó para que el padre volviera sano y salvo a casa. Pero a medida que el tiempo pasaba sin recibir noticias, empezaron a pensar en escapar. Su plan fue descubierto y fueron encarcelados en unas condiciones brutales de las que Le no quiere dar detalles.

Necesitarían cuatro intentos más, en el arco de cuatro años, antes de que ocho de los nueve hijos tuvieran éxito y pudieran abandonar el país en 1979.

Phuong Le tenía 14 años. Su hermano más pequeño tenía 7, el mayor 21. Abandonaron el país en un pequeño bote zarandeado por la tormenta con 165 personas más. “Había olas inmensas y sabíamos que podíamos morir. Nos perseguían los barcos de los piratas tailandeses”, recuerda.

Su hermana más pequeña estaba agonizante, ardiendo de fiebre y con el vientre hinchado. La familia empezó a rezar a la Virgen María “porque en Vietnam siempre seguíamos a nuestro vecinos católicos cuando le llevaban flores a María a la iglesia”.


El santuario de La Vang es uno de los grandes lugares de peregrinación mariana de Vietnam.

Su hermana se recuperó y un gran barco petrolero apareció, obligando a los piratas a huir. El barco los llevó a un isla cerca de Indonesia y desde allí fueron llevados a los Estados Unidos. Otro hermano llegó más tarde, después de una tremenda experiencia.

Por esto nos convertimos al catolicismo”, nos explica Le, que nos dice también que la mitad de sus hermanos fueron bautizados en la Iglesia en los años posteriores a su llegada.


Acabaron el colegio y empezaron a trabajar, ayudados por la diócesis de Arlington (Virginia), que había patrocinado a la familia. Más tarde supieron que su padre había sobrevivido y que estaba prisionero en un campo comunista de reeducación, donde se había convertido al catolicismo en 1980.

En 1992, su padre y otros dos generales survietnamitas fueron liberados tras una negociaciones vinculadas al levantamiento del embargo de Estados Unidos y una larga campaña para asegurar su liberación.

Cuando ella finalmente pudo hablar con él, “me dijo que había rezado a la Virgen María cada noche. Se sentía culpable por habernos mantenido allí y por habernos hecho sufrir”.

Más tarde conoció al sacerdote que había guiado su conversión mientras ambos estaban en la cárcel, el padre Tran Quy Thien, ya fallecido. “En la cárcel torturaron a mi padre -le encerraron en una especie de caja- cuando supieron que habíamos huido a los Estados Unidos”, dice.

“Muchos de sus amigos murieron en prisión, pero él se mantuvo fuerte porque quería volver a reunirse con su familia y rezaba pidiendo que, algún día, Dios le guiara con una luz hasta aquí. Dio su vida a Dios y aceptó la voluntad de Dios”.

Ahora, 40 años después de que su padre se despidiera de su familia para volver al campo [de batalla], lo importante es que “sobrevivimos. Lo conseguimos. Soy una hija de Dios ahora, la hija de Jesús”.

Artículo publicado originalmente en el National Catholic Register.
Traducción de Helena Faccia Serrano.