José Bravo Román es misionero escolapio en Guinea Ecuatorial desde hace 16 años. Antes pasó una temporada similar en Hispanoamérica. En verano visita su pueblo de Bogajo, en la diócesis de Ciudad Rodrigo (Salamanca). Allí lo entrevista Silvia G. Rojo para El Norte de Castilla.

–Permaneció 16 años en América Latina y lleva otros tantos en Guinea Ecuatorial. ¿Cómo es ese contraste entre América y África?

- Son como dos realidades. Hay que partir de que yo soy escolapio y que la orden tiene obras tanto en América como en África como en todos los continentes. Hay un proceso personal en el que yo estaba aquí en España y la vida me fue llevando a optar por la realidad Latinoamericana, también era el momento de la Teología de la Liberación y era un momento en el que estaba bien colaborar. Desde Latinoamérica descubro también un poco la realidad africana que, probablemente, está unos pasos más atrás que la latinoamericana y tuve la oportunidad y opté por irme a África. Es probable que Lationamérica en todos los sentidos, a nivel de desarrollo, de planteamientos, esté unos pasos por delante de África.

–En lo personal, ¿fue muy grande el cambio?

- Sí, lo que pasa es que estas cosas nuestras, por lo menos las mías, hay una parte que es difícil de explicar pero que es esencial y es la vocación y el contacto y la relación que uno tiene con Dios. Es Dios el que te va guiando y el que te va dando intuiciones de qué es lo que tienes que hacer con tu vida; lo que pasa es que eso es difícil de explicarlo y más en este mundo nuestro, pero es así.

–¿Cuál es la tarea que desempeña en Guinea, su día a día?

-Tengo como tres tipos de trabajo. Los escolapios tenemos un colegio grande, de unos 1.500 alumnos desde tres años hasta segundo de Bachillerato, más o menos el sistema de enseñanza es parecido al que hay aquí en España. A mí me encanta, es mi vocación dar clase, pero además llevo la labor de la dirección de ese centro. Una segunda parte tiene que ver con una asociación en la que estamos organizados los centros religiosos católicos, como 90 centros, y me han castigado siendo secretario general (bromea) y luego llevamos los escolapios una parroquia que tiene varias capillas.

-¿Cómo está mirada o contemplada la educación católica?

-La principal labor que hacemos los misioneros que vamos para allá se resumiría en evangelizar educando. Estamos educando porque esa es nuestra vocación, pero la labor de fondo es de evangelización pura y dura. Eso es lo clave y lo importante, todo lo demás ya supone unas relaciones con el gobierno que son muy buenas y apoya fuertemente a esta asociación, quizás también por los resultados. Nuestros centros son los de más calidad del país, hecho reconocido por el Ministerio de Educación. Ellos nos dicen: sí queremos apoyaros para que no sea tan costosa la educación, la idea es que sea una educación inclusiva, que la gente con menos recursos económicos pueda acceder a nuestros centros, para nosotros es vital.

»Nuestro centro está en un barrio marginal y nos interesa que la mayoría de estos muchachos accedan con la ayuda del gobierno; pero también con la ayuda de la gente de aquí, los vecinos de mi pueblo, de Bogajo, colaboran muchísimo en este sentido, para cosas muy simples y me dicen: mira, yo te ayuda con esto, no a ti, la ayuda es para que puedan estudiar cuatro o cinco muchachos que no tienen recursos. Los conflictos que a veces yo he visto aquí entre obispos, el Gobierno o la concertada, allí no se dan. Tenemos una especie de concierto sin tantas cortapisas como tienen aquí. La misión es de evangelización y ya está. Y cuando hay algo que va en contra tenemos que decir: no, por aquí no, porque es lo esencial. Pero en general son buenas relaciones y el gobierno está colaborando bastante con la educación.

–¿Van cumpliendo los objetivos con los estudiantes?

-Sí, una diferencia fundamental entre los alumnos de Guinea y los de España es que aquí necesitan mucha más motivación para estudiar, ese problema no lo tenemos allí, la motivación ya la tienen. Ellos saben que la salida, el futuro pasa por estudiar para poder salir del estado de pobreza.

–¿Tenemos idealizada la figura del misionero?

-Todo depende de las motivaciones con las que una persona hace las cosas. Desde dónde va. Sí conozco gente que va a trabajar fuera del país porque aquí ha tenido problemas, no encuentra trabajo. Esas personas sufren más porque a lo mejor realmente no desearían estar allí. Veo otra gente que va con otro tipo de motivaciones, porque es una opción personal, porque están muy cerca de lo que es su vocación y sí les veo muy centrados, no solo hablo de religiosos. A veces nos dicen: cómo puedes estar ahí pero yo respondo que 'sarna con gusto no pica', si soy yo mismo el que quiero estar allí porque me gusta. Para los misioneros hay una parte humana de
compensación, quizás allí la gente compensa más que aquí, es más agradecida, humana, cercana.

–¿Dónde percibe a la gente más feliz, en general?

-Es complicado pero partiendo de que lo de ser feliz es un estado, como estado me parece que allí son más felices. Llevo muchos años allí y ha habido un cambio radical de la sociedad, al principio era más primitiva y era más feliz que ahora que tienen más acceso a la globalización.

»Había un hombre viejo que me explicaba esto: tú y yo hemos vivido en este pueblo ocho años sin luz y no hemos tenido ningún problema con nuestras lámparas de bosque, nuestras linternas; de repente, el país progresa y ponen luz en el pueblo y si desaparece unos días porque hay una avería la gente está amargada. Con la globalización se generan unas necesidades que a veces impiden a uno realizarse porque a lo mejor no puedes acceder a eso que te imponen desde fuera.

–Y volviendo a estos pueblos [de Castilla], cuando regresa cada verano, ¿siente que se quedan sin gente?

-Hay menos gente, pero hay mucha actividad en la construcción, en todos los pueblos están arreglando casas o haciéndolas. Cada vez hay menos gente pero parece que los pueblos no se van a morir definitivamente. La historia va dando bandazos y uno no sabe qué va a pasar dentro de 15 ó 20 años. Es cierto que los mayores se mueren y pequeños hay pocos, en Bogajo hasta hace dos años había escuela y ya no.