Expedita Pérez León (Las Palmas, 1960) es una testigo excepcional de la realidad cotidiana que viven y padecen los cristianos (llamados coptos) en Egipto. Después de servir 8 años en Sudán, esta misionera comboniana se instaló hace dos con su comunidad en pleno centro de El Cairo para trabajar en un colegio. En los últimos tres años, se estima que al menos 100.000 coptos han tenido que exiliarse debido a la terrible persecución religiosa desatada en este país de mayoría musulmana.

Con motivo de una conferencia sobre los cristianos perseguidos en Oriente Medio convocada por la organización sin ánimo de lucro Fuente Latina (que ha tenido lugar en la Asociación de la Prensa de Madrid este martes 17 de diciembre), la misionera ha hecho un relato de lo que ha ido “escribiendo, viviendo y sintiendo” conforme se sucedían los turbulentos y vertiginosos episodios que están marcando la historia de Egipto.


“Llegué hace prácticamente dos años (en enero de 2012), cuando se celebró el primer aniversario de la primera revolución de la primavera árabe en Egipto (las manifestaciones iniciadas el Día de la Ira, 25 de enero de 2011, provocaron a la postre la dimisión de Mubarak, que había gobernado el país durante 30 años, el 11 de febrero). Me encontré con un pueblo exaltado, muy alegre, con muchas esperanzas, que hablaba hasta por los codos, como es natural en Egipto –y en todas partes-, y en una ciudad llena de vida.

»Esto duró hasta algunos meses después del resultado de las elecciones (21 de julio), las primeras elecciones llamadas democráticas, pero que no fueron del todo democráticas, porque hubo cosas que no funcionaron según la legalidad. De todas maneras salió vencedor Mursi, representante del grupo islamista de los Hermanos Musulmanes. Fue ahí donde empezó a cambiar el estado de ánimo de la población.


»Yo empecé a ver un pueblo que ya no tenía tantas esperanzas, un pueblo que ya no compartía en la calle, en los medios públicos, un pueblo que ya no era libre de decir lo que pensaba. Y esto me sorprendía terriblemente en el metro. En el vagón de las mujeres –existen dos vagones en el metro para las mujeres y yo los prefería por seguridad-, normalmente estas son muy alegres, muy expansivas, comparten cosas de su vida... Pero ahora iban todas calladitas, con miedo: ¿Con quién estoy sentada? ¿Qué es lo que piensa? ¿Qué es lo que no piensa?



»Esta ha sido la experiencia durante todo el Gobierno de Mursi, hasta pocos meses antes de que le quitaran del poder (el golpe de Estado fue el 3 de julio de 2013). En abril y mayo empezó a sentirse que algo volvía a renacer. El grupo Tamarud estaba recogiendo firmas para pedir la dimisión del presidente Mursi. El 30 de junio hubo nuevamente una explosión de alegría y de volver a esperar y esto no solo por parte de los cristianos, sino de la mayoría del pueblo egipcio.

»Se habla de que salimos a la calle unos 30 millones de personas, en una población de 80 millones. Y yo, a nivel personal, y creo que también la Iglesia, nos unimos a ese renacer de la esperanza del pueblo, de que algo podía cambiar si el pueblo salía a la calle y pedía sus derechos”.


Expedita Pérez se cuida mucho de distinguir entre los musulmanes y los Hermanos Musulmanes. A estos últimos los define como grupo “particular, religioso, fundamentalista”. A su juicio ellos son “el único problema a nivel de Islam en Egipto”, porque son “los que traen la nota de discordia”. La misionera asegura que el pueblo egipcio en general es “moderado, no extremista” y que el Islam también lo es.

Presenta como prueba que cristianos y musulmanes han podido convivir en este país, si bien no en pie de igualdad. “Los cristianos no han tenido en ningún momento los mismos derechos, tampoco con Mubarak”, afirma. Sin embargo, “a nivel de vida cotidiana hay respeto y existen muchos lazos de amistad entre cristianos y musulmanes, muchos más de los que nosotros podemos pensar”. Considera que una de las causas de las fuertes tensiones sociales es la desigualdad, en un país donde el 40 por ciento vive bajo el umbral de la pobreza.




Un ejemplo de esta desigualdad ante la ley es que a los cristianos se les permitía reparar sus templos, pero no construir otros nuevos. Y, en la práctica, tampoco se les permitía reparar. “Yo me acuerdo de un ejemplo de hace 20 años, cuando querían reparar los peldaños de una parroquia. El párroco tenía que ausentarse, y cuando empezaban los trabajadores a arreglar llegaba enseguida la policía a detenerlos”.

También afirma que "un cristiano no puede ser profesor de la lengua árabe. Porque a través de la lengua va todo el adoctrinamiento islamista". Y denuncia que los "cristianos no pueden elegir en la universidad la carrera que ellos desean. Se les lleva a carreras donde no puedan tener influencia para cambiar, un poco, la suerte o las riendas del país".

Asimismo señala que el culto se ha vuelto cada vez más dificultado por los crecientes ataques a los templos, ante la pasividad consciente de las fuerzas del orden.

A la pregunta de si los cristianos egipcios se han convertido en el chivo expiatorio de las iras sociales desatadas en los últimos años, responde: “Sí, pero yo creo que lo ha sido siempre a lo largo de la historia”.