El padre James Manjackal es un popular predicador de la India que participa en retiros y encuentros de oración de todo el mundo, sobre todo ligados a la Renovación Carismática Católica.  Nació en 1946 en Cheruvally (Kerala, al sur de la India) y fue ordenado sacerdote en 1973, en la congregación de los fransalianos (Misioneros de San Francisco de Sales), fundada en Francia en el siglo XIX, con gran presencia en la India.

Uno de los lugares donde ha predicado y ha constatado frutos asombrosos es en los países del Golfo Pérsico, donde hay muchos trabajadores inmigrantes cristianos de origen indio. Pero no sólo habló allí a cristianos emigrados: también consiguió llegar a muchos musulmanes, afirma. "En los países del Golfo, Dios me ha utilizado para proclamar el Evangelio a los musulmanes, y ahora más de 10.000 musulmanes han recibido el Espíritu Santo y están viviendo en más de 120 grupos de oración intentando seguir a Cristo", ha escrito. En su libro Eureka, del año 2000, describió cómo surgieron estos grupos entre personas de origen musulmán y árabe. 

Un Pentecostés en el Golfo con los musulmanes

por James Manjackal

En 1996 me invitaron a predicar retiros a los inmigrantes cristianos en los Emiratos Árabes Unidos. En uno de estos retiros habían participado 33 musulmanes árabes sin que nadie lo supiera, porque según la ley no les estaba permitido participar en ningún encuentro cristiano. Los cristianos en estos países no pueden ni hablar del cristianismo a los musulmanes ni darles una Biblia o literatura cristiana.

El cuarto día del retiro se dirigieron a mí y me pidieron un retiro de Biblia para ellos solos, porque querían saber más sobre la figura de Cristo y les concedí la petición.

Cuando visité el sultanato de Omán, consagré todo el mundo musulmán al Corazón de Jesús a través del Corazón Inmaculado de María en la tumba de Ana y Joaquín en Salalah. Cuando por curiosidad fui a visitar Omán - no sabía siquiera que un monumento así pudiera existir – encontré a unos cincuenta musulmanes orando, pidiendo diversas sanaciones.

Musulmanes rezan en Salalah (Omán) en la Tumba del Profeta Imran, que en la tradición cristiana sería San Joaquín, el padre de la Virgen María; allí estuvo el padre Manjackal

Un hombre vino al frente y dio testimonio de muchas sanaciones que se habían producido mientras estaban orando. Tenían un libro en el que estaba escrito todo sobre María y su Hijo Jesús, el profeta; estos escritos provenían de su libro santo, el Corán. El hombre dijo que cuando oraban con este libro se producían sanaciones, porque Ana y Joaquín eran los padres de María, la Virgen más casta que jamás vivió en la tierra y de la que nació Jesús el profeta, quien sólo hacía milagros y sanaciones. Cuando escuché esto de la boca de un musulmán, me quedé sorprendido. Entonces elevé mi corazón a Jesús y Le entregué el mundo musulmán entero. Ya antes había tenido una visión en una oración donde Jesús me había dicho que tenía que ir a los musulmanes árabes para predicar. [...]

Cuando fui a predicar el Evangelio a los musulmanes en una tienda en el desierto, 256 musulmanes árabes estaban esperando oír de Jesús. Primero empecé con su libro, el Corán, donde se pueden leer muchos de los pasajes de nuestro Antiguo Testamento. El tercer día les expliqué los diez mandamientos. A partir de su propio libro les expliqué los castigos y maldiciones que alcanzarían a aquéllos que no los guardaran.

Cuando les pregunté qué solución tenían para el pecado, no tenían respuesta.

Según ellos, Dios, Alá, es un juez supremo que juzga a los justos para que vayan al cielo, que es un sitio con mucho confort material y placeres, cien veces más comparado con lo que tenemos aquí en la tierra; y juzga a los malos para que vayan al infierno, con muchas torturas físicas y sufrimientos mentales inimaginables, más allá de cualquier medida. Así que los hombres deben vivir una vida justa según las prescripciones del Corán, y en especial dando muchas limosnas.

No pudieron dar respuesta suficiente a la siguiente pregunta: ¿qué posibilidad tienen los pecadores en el mundo de obtener el perdón de sus pecados y encontrar así un camino al cielo?

Un Dios de misericordia y compasión en busca del pecador es inimaginable para un musulmán. “Ojo por ojo y diente por diente” es la norma del Islam. Después les expliqué que romper los mandamientos era una ofensa infinita a ‘Alá’, puesto que fue Él quien los dio y que sólo Él podía expiar nuestros pecados. Ningún hombre puede encontrar expiación de sus pecados por su esfuerzo personal en vivir una vida justa o en dar limosnas.

Les cité dos pasajes de las Escrituras:

“¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! […]
Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas.
Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. […]
Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano.”
(Is. 53, 4-10)

Cuando les pregunté quién era el que sufrió por nuestros pecados y se ofreció a sí mismo como víctima de expiación, no pudieron encontrar a ninguna
persona así en su lista de profetas o santos.

Leí entonces Zacarías 12, 10: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.”

No pudieron dar ninguna respuesta a la pregunta quién era el que fue traspasado.

El último viaje del padre Manjackal a los países del Golfo Pérsico fue a finales de 2012; por esas fechas quedó en silla de ruedas a raíz de un síndrome de Guillain-Barré.

A partir de ahí les expliqué, citando varios pasajes del Nuevo Testamento, que Jesús era el único hijo de Alá y que vino para hacer expiación por nuestros pecados, llevando en su cuerpo sobre la cruz nuestras ofensas, castigos, maldiciones, y las enfermedades y el sufrimiento que eran consecuencia del pecado.

Yo no tenía mucho conocimiento sobre el Islam, nunca lo estudié sistemáticamente. No sé cómo vinieron a mi mente y a mis labios la sabiduría e inteligencia necesarias para hablar con valentía de Cristo durante unas cuatro horas y media. Creo de todo corazón que todo lo que les hablé no fue mío, sino del Espíritu. [...] ¡Sabía que por mi conocimiento o habilidad nunca podría convencer a los musulmanes de que Jesús es Dios!

En las largas horas de mi discurso les hablé de la Trinidad, la Encarnación, brevemente de la vida de Cristo, la crucifixión, la resurrección y la venida del Espíritu. Yo mismo no recuerdo claramente el discurso que les pronuncié. ¡Al final de la charla vi a estos musulmanes llamados “duros de corazón” llorar!

Acabé mi charla y pretendía marcharme; dije que había contado todo sobre Jesús. Entonces un hombre joven y fuerte me cogió enérgicamente el brazo mirándome con mirada penetrante y me dijo: “Padre, no, no puedes irte. Míranos, estamos llorando por nuestros pecados como se dice en el libro de Zacarías. Por haber rehusado aceptar a Jesús, el Hijo de Dios, estamos muertos en nuestros pecados. Padre, por favor, ora por el perdón de nuestros pecados y por una efusión del Espíritu Santo, estamos dispuestos a seguir a Jesús y la Biblia.”

En ese momento viví una confusión total sobre cuál sería el siguiente paso que debía dar. Sabía que estaba en el Golfo y entre musulmanes. No me estaba permitido hacer cualquier clase de evangelización o conversión. Les dije que les había hablado solamente con la intención pura de darles a conocer a Cristo y que no tenía la más mínima intención de convertirles. Todos dijeron: “¡No queremos convertirnos a tu religión, sino que queremos una conversión de corazón a Jesús, en quien solo podemos encontrar solución para nuestros pecados y miserias!”

En lágrimas le pedí sabiduría y guía al Espíritu Santo, puesto que estaba asustado pensando en el riesgo que corría. El Espíritu me habló claramente de seguir adelante con valor, como ellos querían. Cada uno de ellos tocó mi Biblia con las dos manos y dijo: “Yo acepto a Jesucristo como nuestro único Dios y decido seguir su camino.” Impuse mis manos sobre cada uno de ellos y oré por el perdón de sus pecados y por una efusión del Espíritu Santo. Cantaban unas pocas canciones de alabanza que les había enseñado y añadieron también sus propias canciones. Pude oírles cantar algunas en árabe.

Es increíble explicar todo lo que siguió a esta oración que duraba cuatro horas o más. Pude oírles gritar alabanzas, dar palmas y bailar juntos cantando de alegría en voz alta. A algunos de ellos se les veía postrados en el suelo y orando en silencio.

Al final empezaron a compartir testimonios de sanaciones. Todos ellos sentían un fluir maravilloso del Espíritu que les limpiaba y les hacía personas nuevas. Aunque no les había dicho nada sobre el don de lenguas o visiones, muchos de ellos oraban y cantaban en lenguas, y casi todos tenían una visión de Jesús crucificado.

Como recuerdo de su experiencia de Pentecostés me regalaron un crucifijo de oro que llevo ahora siempre. Cuando estaban gritando alabanzas, regocijándose y compartiendo testimonios, yo lloraba de felicidad y alegría y el Espíritu me cuchicheaba a la mente: “Este es el primer Pentecostés de los musulmanes y otros muchos seguirán.” [...]

El Señor no me dejó marcharme, me llevó una y otra vez a tener experiencias así. Y ahora miles están experimentando la salvación de nuestro Señor Jesucristo, y en esos países donde la difusión de la Biblia y cualquier literatura cristiana está prohibida, están circulando miles y decenas de miles de Biblias en árabe. Alabo al Señor vivo que realiza obras poderosas con sus pequeños.

***

El padre Manjackal predica un Retiro de Evangelización y Sanación en España en diciembre de 2019, del viernes 6 por la tarde al domingo 8 de diciembre, en el centro de los agustinos (Complejo Cultural-Residencial Fray Luis de León en Guadarrama; Paseo de la Alameda, 39, Guadarrama, Madrid). Más información en el email retiroguadarrama@gmail.com y en la web en JManjackal.net