«Toda la vida he frecuentado la historia de la Iglesia y, si bien con parsimonia, también la Iglesia. Imaginaos si me voy a escandalizar». Vittorio Messori se encuentra en la abadía de Maguzzano, una maravilla entre las colinas morrénicas y el lago de Garda que ha sido atravesada por la historia de la Iglesia durante quince siglos, desde san Benedicto a don Calabria. Aquí Messori se hizo un estudio en el que se encierra cuando está bajo presión: como ahora, visto que le quedan pocas semanas para entregar a Mondadori un libro sobre Lourdes que le importa muchísimo. Se titula Bernadette non ci ha ingannati (Bernadette no nos ha engañado).

¿Nos está engañando, en cambio, alguien en el Vaticano? Le pregunto a Messori qué puede sentir un católico practicante al enterarse de que hay cardenales que se traicionan entre ellos, documentos entregados a escondidas a los periodistas, cartas robadas al Papa, embrollos bancarios, asesinos sepultados con todos los honores. «La Curia romana —responde— siempre fue un nido de serpientes. Pero, al menos en una época, era la organización estatal más eficiente del mundo. Administraba un imperio sobre el que jamás se pone el sol, y tenía una diplomacia sin igual. ¿Qué ha quedado hoy?».

Paseando por el claustro, y luego entre los olivos, Messori explica la decadencia con estas palabras: «Los eclesiásticos de la Curia romana reclutaban a los mejores exponentes de las diócesis del mundo. Los obispos contaban con un clero abundante, y no tenían dificultad para conceder miembros. Hoy en día, los seminarios o están cerrados o semivacíos. Así, si un obispo cuenta con algún sacerdote válido, lo cuida mucho. Y el Papa es como Carlos V, que debía administrar un imperio inconmensurable y en la España despoblada gritaba: “Dadme hombres”». Pero en África, intento objetar… «¿El boom de las vocaciones? No me hago ilusiones. En África se ingresa al seminario por las mismas razones por las que se ingresaba aquí cuando se moría de hambre. Un modo para tener de qué vivir. Y, además, en la cultura africana, el celibato es incomprensible, por lo que la Iglesia, por decirlo de algún modo, cierra un ojo. Hay muchos sacerdotes con esposas e hijos. ¿Qué se hace, se los manda a Roma? ¿Para que se desempeñen como obispos?».

Continúa: «La degradación cualitativa es evidente. Ya no hay siquiera latinistas que estén a la altura. Cuando fue elegido el papa Luciani, se llegó incluso a bloquear las rotativas de L´Osservatore Romano, porque había un error de latín en el título de la primera página. También en las últimas encíclicas de Juan Pablo II hay errores de latín, fíjese usted».

Es decir, para el hombre que ha escrito dos libros con los últimos dos papas, «este cojear de la Iglesia depende de la mediocridad de su personal». Pero ¿es sólo cuestión de incapacidad? Esta situación parece tener que ver con rencores, rivalidades, avidez, maldad, infidelidad. «La mezquindad malvada a menudo caracteriza a las personalidades mediocres. El que es bueno, no necesita ser adulador con los demás para hacerse notar».

Queda el escándalo, sobre lo que Jesús dijo: «Ay del que causa escándalo». ¿Es para perder la fe? «No, el cristiano conoce bien la distinción que hacía Maritain entre la Persona de la Iglesia, que es santa, y el personal de la Iglesia, que, como toda institución humana, está limitada por el pecado de cada uno de nosotros. Lo importante es que la Iglesia anuncie el Evangelio. Si luego quien lo anuncia es santo, agradecemos al Padre Eterno. Si es un canalla, paciencia: es, de todos modos, un custodio de la Gracia». ¿Pero no son demasiados y están demasiado encumbrados los canallas que hay hoy? «El clero de la Baja Edad Media, del Renacimiento, o el de los obispos empolvados del siglo XVIII era mucho peor. Y no olvidemos una cosa: hoy el personal es decadente, pero la calidad del vértice jamás ha sido tan alta. Desde la época napoleónica en adelante, todos los pontífices han sido canonizados, o merecerían serlo. No siempre ha sido así».

Me saluda con estas palabras, que explican su serenidad: «Jesús lo había anunciado: “El Hijo del Hombre será puesto en las manos de los hombres, y estos harán de él lo que querrán”. Lo dijo en la última cena, pero muchos exégetas y muchos místicos ven en estas palabras la profecía no solo de la Pasión, sino también de lo que sucedería después. Es por esto que no me sorprenden los escándalos. El Dios cristiano quiso tener necesidad de los hombres. Con todas las consecuencias que esto implica».