El cardenal Zen ha respondido a una nota de la Administración Estatal para los Asuntos Religiosos (el organismo chino que vigila a las religiones) en la que se alababa la "ardiente fe católica" de tres nuevos obispos patrióticos, nombrados sin permiso de Roma, y que de hecho quedan tan excomulgados a ojos de Roma como los que les consagren.

"Podemos entender que el Gobierno defienda a sus marionetas diciendo que son políticamente correctos o alabando su coraje para resistir la presión extranjera; pero ahora ensalza su ardiente fe católica, y dice que ´las ordenaciones sin mandato papal son necesarias para el normal funcionamiento de la Iglesia, para la actividad pastoral y evangelizadora´. [...] ¿Están ciegos? ¿No han podido ver cómo funciona la Iglesia Católica en el resto del mundo? ¿Es que la situación de China fuerza al Gobierno a dirigir una Iglesia, que ya no puede reconocerse como católica? Están siendo el hazmerreir del mundo", denuncia el cardenal.

Para el cardenal está claro que el Gobierno y la Iglesia patriótica han creado una Iglesia independiente que elige y ordena sus propios obispos unilateralmente...

"Que busquen a alguien de bastante peso, como Martín Lutero o Enrique VIII, que aporte status a su nueva iglesia, pero no tienen derecho a usurpar el nombre de ´Iglesia Católica´", protesta el cardenal.

"Con violencia han limitado las libertades personales; incluso ofendieron la dignidad de concienca. Desprecian por completo la autoridad y gentileza de nuestro Santo Padre y aún osan decir que tienen sincera voluntad de diálogo. Es la mayor mentira del mundo", lamenta Zen Ze-kiun.

Y sobre los tres nuevos obispos impuestos por el Gobierno comunista dice: "la generalidad de los fieles católicos en China rechazará a estos oportunistas y estará siempre al lado del Papa. Nadie sabe cuánto durará el severo invierno, pero nuestros fieles no tienen miedo, o superarán su miedo con fe y oración, que les dará fuerzas para imitar a los mártires canonizados y a los innumerables héroes de la fe, para dar testimonio valiente de nuestro Salvador Resucitado".

El cardenal Zen acaba su carta con un saludo a los cristianos "de un viejo hermano que casi siente vergüenza por vivir en libertad".