La fiesta de Navidad se hará en el instituto Garofani de Rozzano, donde había sido cancelada, creándose un caso nacional en el que se vio forzado a intervenir incluso el primer ministro Matteo Renzi. El director, Marco Parma, 63 años, la había anulado porque «después de los atentados de París podía ser una provocación peligrosa». En lugar del tradicional concierto de Navidad con un coro que habría cantado Jingle Bells o Tú bajas de las estrellas, villancico de origen italiano, el director Parma había organizado la Fiesta de Invierno el 21 de enero, sin canciones ni símbolos. Ante el coro de protestas, en la tarde de ayer tuvo que intervenir el primer ministro, Matteo Renzi: «La Navidad es mucho más importante que un director de instituto en busca de provocaciones. Si pensaba favorecer la integración y la convivencia de este modo, se ha equivocado profundamente», dijo Renzi.


Padres y alumnos, que no se habían dado por vencidos, vieron así reforzada su posición en su protesta contra el director. Habían firmado una carta en la que condenaban que «se elimine de los jóvenes sus certezas de identidad cultural». De los mil estudiantes que acuden al instituto, el 80% son italianos y el 20% extranjeros, en su mayoría de familias musulmanas. La decisión del director la había adoptado en nombre de la «laicidad de la escuela y de la enseñanza»: «Se trata de un paso adelante hacia la integración y para respetar la sensibilidad de quien piensa diversamente y tiene otras culturas o religiones”, afirmó Marco Parma.

Los dirigentes escolásticos regionales han decidido organizar la fiesta. Y hoy, dirigentes del centro derecha harán una manifestación delante del Instituto para protestar con la decisión del director Marco Parma. Éste, arrollado por el aluvión de la polémica y las palabras del primer ministro, se ha visto forzado a renunciar al cargo de director. «El debate y el diálogo no quiere decir ahogar las identidades en un políticamente correcto indistinto e insípido. Italia entera, laicos y cristianos, no renunciará nunca a la Navidad», ha zanjado Renzi.

De Rozzano habla hoy toda Italia, pero no es un caso aislado, porque se han producido casos parecidos. Curiosamente, pocas veces se había suscitado la fuerte reacción actual, casi unánime, por parte de las fuerzas políticas y de los analistas.

Vittorio Feltri, famoso comentarista del Giornale, periódico de la familia Berlusconi del que fue director, escribe: «Yo, laico, odiaba los Belenes, pero ahora, ojo, que nadie me los toque. Esta historia de la escuela italiana que se somete a la arrogancia islámica y renuncia a las tradiciones cristianas para no ofender a los sentimientos de los musulmanes inmigrantes, provoca en mi urticaria, obligándome a la rebelión. No soporto que nos impongan el cambiar de costumbres. Son asuntos nuestros y rechazo el marginarlos solamente porque algunos, a los que aquí acogemos ofreciéndoles lo necesario para vivir, no les parezca bien. Será una vulgaridad, pero en mi casa hago lo que me parece, y esta vez la vulgaridad coincide con la justicia y la dignidad».


En muy parecidos términos se expresa otro célebre periodista de La Repubblica, Michele Serra, de centro izquierda: «Cuando en una escuela pública se escoge el no hacer el belén o se renuncia a los cantos de Navidad para no herir la susceptibilidad de los no cristianos, no se hace un mal solamente a “nuestras tradiciones”, como lamentan los apasionados de la identidad traicionada. Se hace daño a la idea misma de la convivencia entre culturas; en un solo golpe se traicionan tradiciones con profundas raíces también entre los italianos laicos y se abandona la idea misma de un futuro de recíproca tolerancia. Negando el pasado, se repudia el futuro».

Concluye Michele Serra afirmando que corresponde a los musulmanes dar prueba de su adaptación a la convivencia y respeto recíproco: «Es un test, el de la tolerancia, que corresponde a esa comunidad (musulmana) superar, no al resto de la sociedad italiana facilitar. Si un musulmán lo recibo en mi casa, no le ofrezco vino y carne de cerdo, pero ciertamente no escondo las botellas y los embutidos. ¿Cómo puedo respetarlo, ni no tengo respeto por mi mismo?».