Partido en el estadio de Wembley para la Copa del Mundo a mediados de octubre de 2013: Inglaterra juega contra Polonia. El estadio se llena de polacos: unos 20.000. No vienen de lejos, viven cerca: son polacos que trabajan en el Reino Unido.

Gana Inglaterra, vuelven a casa, más bien desanimados, algunas de sus esposas, comprensivas, les consuelan y probablemente 9 meses después nacen unos pequeños bebés polacos en hospitales ingleses.



De hecho, con o sin fútbol, los bebés polacos son asiduos en las salas de parto británicas. Nacen unos 18.000 al año en Inglaterra y Gales, y otros 2.000 en Escocia.

Y casi todos son rápidamente bautizados en la parroquia católica local.


Las polacas en Gran Bretaña tienen una tasa de fertilidad de 2,48, frente a las británicas, que la tienen de tan sólo un 1,84, según han señalado datos recientemente publicados en la prensa británica.

Más datos: en el Reino Unido viven 130.000 niños menores de 14 años que son polacos. Llenan las catequesis de las parroquias católicas, y llenan las aulas de los colegios católicos siempre que pueden conseguir uno (hay 2.000 colegios católicos en Inglaterra, con unos 725.000 alumnos).

Estos niños crecerán en Inglaterra, conocerán alguna novia (o novio) inglesa típica, anglicana no practicante, se casarán, el cónyuge inglés se hará católico, tendrán hijos educados como católicos... En una generación, la demografía religiosa puede cambiar mucho.


De hecho, la demografía, la natalidad y las migraciones cambian el mapa religioso de un país de forma tranquila pero firme. En Inglaterra y Gales viven más de 500.000 personas que nacieron en Polonia.

En cualquier país con pluralidad religiosa y cierta libertad, la principal causa estadística para cambiar de religión o asumir una religión de adulto es el matrimonio con un creyente firme.

Las polacas de hecho tienen más hijos (de media) en Inglaterra de los que tendrían en Polonia. En su país de origen las ayudas familiares son escasas (un único pago equivalente a 220 libras al nacer el niño... ya es más que en España). En Inglaterra hay otras ayudas, buena sanidad, mejores sueldos...


Es cierto que ser padres emigrantes es complejo porque falta la ayuda de los abuelos y parientes, pero los polacos -como otros colectivos- lo compensan con redes sociales eficaces de amigos y parroquianos, servicios de guarderías, amigas que cuidan niños, etc... Y cuando un emigrante tiene hijos en un país, tiende a plantar raíces y a quedarse y cambiar el país.

En 2001, el Reino Unido contaba con unos 5 millones de inmigrantes: hoy, una década después, son 8 millones, el 13% de la población. La inmigración transforma la sociedad. Después de los nacidos en Irlanda y los nacidos en India, los nacidos en Polonia son el tercer grupo inmigrante más numeroso.


El polaco se habla más en Gran Bretaña que el escocés (aunque aún no más que el galés). En Escocia hay muchas más misas en polaco que en gaélico escocés.

Que los polacos se casen y tengan hijos (y que lo hagan, en general, los inmigrantes religiosos) choca con los hábitos infértiles de la población nativa. Ingleses, galeses y escoceses no se casan, los que se casan se divorcian, no tienen hijos, y cuando los tienen es muy tarde, así que suele ser hijo único, a veces dos.

Más números: casi 18 millones de británicos, un tercio de la población, siguen solteros. Y no son jóvenes: es que no quieren comprometerse. Y eso afecta a la natalidad.

Y las rupturas debilitan también la natalidad: el número de divorciados ha crecido en un 20% desde inicios de siglo, hasta sumar los 4,5 millones. Los divorciados no suelen tener tiempo ni recursos para más hijos.


Para una iglesia minoritaria, como es la católica en Inglaterra, la inmigración polaca es una oportunidad, pero también un reto. En 2001 el censo del Reino Unido contaba 4,2 millones de católicos en Inglaterra y Gales (el 8% de la población). Después de la ola de inmigración polaca, y pese a todo el activismo moderno de los gurús del nuevo ateísmo, en 2009 una encuesta de Ipsos Mori contaba 5,2 millones de católicos, un 9,6 de la población. (Para comparar: los ingleses y galeses que se declaran "anglicanos" son unos 13,4 millones).

La inmigración aporta un crecimiento en jóvenes... y los jóvenes tienen hijos. Por demografía, va a más.


Ya en 2007 la prensa británica daba por demostrado que en Inglaterra hay más católicos practicantes que anglicanos practicantes (definidos como los que van a la iglesia cada semana, o casi cada semana). Sobre 51 millones de habitantes en Inglaterra y Gales, en un domingo dado sólo encontraremos unos 800.000 feligreses en las parroquias anglicanas del país, frente a un millón o más de católicos en misa.  

En 2007, el cardenal Cormac Murphy-O´Connor, como arzobispo de Westminster, disgustó a muchos polacos al pedirles que se integren más en las parroquias locales "tan pronto aprendan lo suficiente del idioma". Lo cierto es que los polacos son gregarios: les gusta juntarse entre ellos, hacer la misa en polaco, crear sus propias cofradías y asociaciones y mantener sus devociones (como la bendición de huevos de pascua en la parroquia San Andrés Bobola, bajo estas líneas).

Personalidades como Grazyna Sikorska, de la Misión Polaca Católica para Inglaterra y Gales, recordaba en el diario católico The Tablet que no se puede pedir a los fieles que dejen de rezar en polaco, porque no es un pecado. Y el padre Tadeusz Kukla, vicario delegado para los polacos en Inglaterra y Gales dijo: "Si perdemos nuestra identidad nacional, lo perdemos todo". Ya no hubo más insistencia por parte de la jerarquía para "britanizar" rápido a los parroquianos polacos.


En un mundo globalizado, la capacidad de una iglesia para gestionar la diversidad cultural y acoger la inmigración es clave.

Los inmigrantes católicos en Europa Occidental tienden a ser más devotos, tienden a ser jóvenes, tienden a ser emprendedores y tienden a ser fértiles: ellos y sus hijos aportan dinamismo a las envejecidas iglesias de Europa Occidental.

Pero para eso, la Iglesia debe ser más acogedora que "el mundo", con sus diversiones (algunas veces) y sus tristezas y desánimos (otras muchas veces, sobre todo en la vida dura de quien trabaja en tierra extraña, lejos de su familia).