El padre Gilles Rousselet nació en Estados Unidos, aunque reside en Francia desde muy pequeño, y, cada viernes, desde hace dos años, acompañado de unos pocos feligreses, organiza viajes semanales en su autocaravana a lo largo del territorio de su extensa parroquia rural de Saint Jean en Lomousin, en la diócesis de Limoges (centro de Francia).

Su misión no es otra que poder afianzar el vínculo entre la Iglesia y una población envejecida y especialmente alejada. Una respuesta al llamado del Papa Francisco de ir a las periferias. El portal LaVie cuenta la interesante historia de este cura "campista". 

"La bestia" de los años 90

Nadie recuerda la última vez que sonaron las campanas en Bosmoreau les Mines. En este pequeño pueblo del oeste de Creuse (Francia), la fachada de piedra de la iglesia Décollation de Saint Jean Baptiste está decorada con unas curiosas plantas trepadoras.

El padre Gilles Rousselet, con una amplia sonrisa, sale del edificio y comenta: "¡Ahí tienes! ¡Os presento a la bestia!", y señala la caravana Fiat de los años 90 que tiene aparcada justo enfrente. Por el estado del vehículo, ya se pueden imaginar las decenas de miles de kilómetros recorridos por las carreteras.

Gilles Rousselet, el segundo por la izquierda, posando con su obispo y la autocaravana.

Aun así, la máquina todavía tiene energía para hacer un viaje semanal a los alrededores. "Es lo que llamamos 'el camping del corazón', la autocaravana fue un regalo de mis antiguos feligreses de Loiret", dice el sacerdote.

Rousselet llegó a la parroquia con su "súpercoche" hace apenas dos años. "Al elegir una diócesis como ésta, en un territorio tan descristianizado, tenía la idea de ir a la periferia, como nos invita a hacer el Papa Francisco. No creo en una Iglesia muerta, sino en una Iglesia que renace, y para eso hay que tender la mano a la gente. Esperar a que vengan a misa ya no es suficiente", comenta. 

Cada viernes, el sacerdote, acompañado de algunos fieles, recorre parte de los 27 municipios de su parroquia de sólo 9.000 habitantes. Después de un tiempo de oración, comienza la visita pastoral puerta a puerta. "A veces un tramo de calle nos lleva toda una tarde. Vivimos momentos divertidos", ríe Marie-Anne, de 55 años, asistente pastoral.

En Bosmoreau, sin embargo, muchas casas mantienen sus contraventanas cerradas. "Somos apenas 200 habitantes durante todo el año... bueno, un poco más, si contamos las vacas", bromea el alcalde, ocupado entre facturas cuando el grupo viene a recibirlo.

La mayoría de los residentes son jubilados. Se llaman a sí mismos "salvajes", aunque suelen abrir siempre sus puertas a estos seis extraños para charlar. "No esperaba ver tanta gente hoy", se sorprende Keloc, ofreciéndoles refugio para la lluvia. Dos reglas rigen las reuniones: no negarse a entrar si son invitados y no limitar el tiempo del intercambio.

La visita en casa de este bretón dura una media hora, mientras la televisión suena de fondo. Tiene muchas ganas de hablar pero no de fe ni de Dios. "No tengo nada en contra pero no creo en ello. No es para mí", agita la mano, prefiriendo hablar de su nieta a la que ve raramente o de su perro que gruñe a sus pies.  

Las conversaciones giran en torno a la vida del pueblo, problemas de salud, recuerdos de juventud y cuando se trata de religión, los no creyentes mencionan las guerras o los escándalos en la Iglesia. "Algunas cosas son difíciles de escuchar. A veces no nos sentimos comprendidos y quisiéramos decirles que no es sólo eso. Pero, escuchamos su historia y tratamos de hacerles entender que nos preocupamos por ellos", dice la feligresa Béata.

Cada viernes, el sacerdote, acompañado de algunos fieles, recorre parte de los 27 municipios de su parroquia de sólo 9.000 habitantes.

La primera vez, algunos vecinos dejaban sonar el timbre de casa hasta que estos singulares visitantes se habían marchado. Pero, poco a poco, los miembros del "camping-heart" acaban siendo invitados a tomar el té. "¿Qué hace usted?, ¿está caminando?", les grita el vecino Hervé desde detrás de la valla y con su camiseta del maestro Yoda.

"¡Vuelve cuando quieras!", concluye el hombre, aconsejándoles que vayan a ver a su vecina Zara. La escocesa de 69 años preside la Asociación Internacional de Mujeres Motociclistas. En un inglés vacilante, el padre Gilles pide probar su imponente vehículo de dos ruedas, un momento que los feligreses aprovechan para captar con sus iphones.

"Estos encuentros nos nutren profundamente. Cuando volvemos a pasar por sus casas, pensamos en ellos. Nos decimos: 'Oye, ya está, Suzanne debe estar en casa', dice Marie-Anne, que lleva en un pequeño libro la cuenta de todas las salidas. Ella anota meticulosamente los nombres por quienes el grupo rezará durante la misa.

En la página del 4 de mayo de 2023: "Por Julie, que regresó de urgencias", "Bobie, ex okupa, que encontró trabajo" o "Hugues, afectado por un cáncer de garganta".

En noviembre de 2021, Christian fue el primer feligrés que siguió al sacerdote en esta aventura. "Al principio me resistí, pero ahora ya no me veo sin esta misión", dice este jubilado de 67 años.

Gilles Rousselet nació en Estados Unidos, pero pronto se mudó a Francia con su padre, que era soldado. "Antes de mi vocación al sacerdocio, ayudé a drogadictos durante varios años. Gracias a esto, me enfrenté a dos realidades: la búsqueda del sentido de la vida y el respeto por la dignidad humana, para las que Dios podía ser la respuesta. Fue una experiencia fundamental para mí", comenta.

Ordenado sacerdote a la edad de 33 años, Gilles eligió unirse a la Congregación de Jesús y María hace justo ahora 30 años. A los 60 años, después de haber sido párroco en París, Orleans, Nièvre e incluso Bretaña, el sacerdote es director del centro espiritual Notre Dame du Moulin de Creuse, que sigue siendo su principal misión.

"Con este proyecto del 'camping corazón' quería ayudar a la parroquia de Bourganeuf ya que no tenía un sacerdote residente desde hacía dos años. Buscaba dedicar medio día a la semana para encontrarme con la gente, especialmente con los laicos. Al principio tenía miedo, pero esta experiencia cada día me transforma y entusiasma... Aunque todavía no sabemos cuán fructífera será esta aventura, ya que siempre se necesita tiempo para cultivar semillas", comenta.

Los sacerdotes de la Congregación de Jesús y María, llamados eudistas, a los que pertenece Rousselet, son fieles al carisma de San Juan Eudes (1601-1680), que buscaba "formar buenos trabajadores del Evangelio y discípulos misioneros". Presentes en ocho comunidades de Francia, son acompañados por laicos en todas sus misiones.