Cuando sentimos que nuestra vida es algo mediocre, a veces nos surge el deseo de hacer algo grande, llamativo, extraordinario. Y envidiamos a las personas que se destacan.

Pero como no nos sentimos capaces de cambiar completamente de vida o de dar grandes pasos, entonces optamos por quedarnos cómodos en nuestra mediocridad.
  
Sin embargo, el Espíritu Santo por lo general no quiere ninguna de las dos cosas, porque sabe que nosotros cambiamos dando pequeños pasos, llegamos poco a poco a las cosas grandes a través de cambios pequeños que se van sumando y nos van modificando lentamente.
 
No es o todo o nada. Es poco a poco.
 
Los seres humanos tenemos la tendencia permanente a clausurarnos en lo que ya hemos conseguido, y a quedarnos cómodos en la normalidad que vivimos. Por eso mismo un pequeño paso siempre es en realidad algo inmenso. Podríamos decir que el Espíritu Santo exulta de gozo infinito cada vez que nosotros damos un pequeño paso: cada vez que nos decidimos a pedir perdón por nuestros pecados, cada vez que damos una limosna, cada vez que visitamos a alguien que nos necesita, cada vez que entramos a una iglesia sólo dos minutos a decirle algo al Señor. Todo eso que a nosotros nos parece demasiado simple o que no vale mucho, sí que vale. No será todo lo que se puede hacer, pero en este momento es todo, porque es lo que puedo hacer.

Dejemos que el Espíritu Santo nos impulse a dar esos pequeños pasos, y no nos resistamos pensando que son pequeños o inútiles.